miércoles, 18 de junio de 2008

Los horrores de la guerra

Estamos en 1638 y la guerra -que pasaría a la historia como la de los treinta años- asola Europa como ningún otro conflicto lo ha hecho hasta entonces. En un Flandes cuya suerte se decide a Rubens se le acumulan los encargos de cuadros de príncipes victoriosos en los campos de batalla. Aun así encuentra tiempo para visitar las distintas cortes, siempre orientando la aureola de sus pinceles hacia una paz cada vez más improbable en la que se mantenga un status quo presidido por el Imperio Hispánico. No debe extrañarnos esa elección, pues al fin y al cabo Felipe IV era su señor natural y de él siempre se declaró fiel súbdito.

Entre las alegorías de los caudillos y las empresas diplomáticas se las arregla para pintar (con su taller) un monumental óleo (mide más de tres metros de largo), eso sí con la ayuda de su taller. La colosal obra la titula 'Los Horrores de la Guerra' y puede verse como el testimonio más elocuente sobre su visión del conflicto. Contamos además con una carta suya en la que descifra este apasionado torbellino de imágenes:

“La figura principal es Marte, que acaba de abrir la puerta del templo (la cual, de acuerdo con la costumbre romana, permanecía cerrada en tiempo de paz) y sale precipitadamente con un escudo y una espada ensangrentada, amenazando con grandes desastres. Presta muy poca atención a Venus, que, acompañada de unos cupidos, trata de retenerle con caricias y abrazos. Por el lado opuesto le arrastra la furia Alekto, que lleva una antorcha en la mano. Cerca hay dos monstruos que personifican la Peste y el Hambre, siempre acompañando a la guerra. En el suelo, vemos de espaldas una mujer con un laúd roto, representando la Armonía, incompatible con la disonancia de la guerra. Una madre con un niño en brazos indica que con la guerra han quedado frustradas la fecundidad, la procreación y la caridad. Vemos, además, un arquitecto caído de espaldas, con sus instrumentos en la mano, para demostrarnos que la paz ayuda al crecimiento y embellecimiento de las ciudades, mientras que la fuerza de las armas las destruye y las reduce a ruinas... La afligida mujer vestida, con el velo rasgado y desprovista de joyas u otros adornos, es la infeliz Europa, que desde hace ya tantos años está sufriendo saqueos, ultrajes y desgracias”.

Una deducción obvia es el peso de la tradición clásica en Rubens y sus mecenas. Puede parecer que el pintor contempla la guerra como el horror, pero que es incapaz de despojarse de lo que ya es anacronía y mero ropaje alegórico. Callot, Velázquez y otros contemporáneos suyos ya reflejan la guerra tal cual es. En la pintura que se avecina las victorias aladas, los protectores celestes o las furias van a tener cada vez un papel menos relevante hasta desaparecer sin ninguna gloria.

O tal vez si que el cuadro tenga una modernidad que no se divise a primera vista. Tal vez sea el puente entre las guerras de galeras y elefantes y las de los bombardeos y los tanques. Sólo se necesita invertir la obra y que un investigador -Santiago Sebastián- sueñe una evidencia que a todos había pasado desapercibida.

1 comentario:

Lola Roldán Riejos dijo...

Es impresionante la semejanza que presentan los dos cuadros!