sábado, 29 de enero de 2022

Textos para el Día de la Paz: Fray Luis de León

 


Este es el marco: No lejos de Salamanca, a orillas del Tormes, en la quinta La Flecha un 29 de junio, festividad de San Pedro Apóstol de un año que no se precisa, pues el relato está empapado de esa eternidad que presentan los primeros días de las vacaciones estivales.

Salen a escena tres personajes, tres estudiosos (Marcelo, Juliano y Sabino) que aprovechan el tiempo de asueto, pues han cesado en Salamanca los estudios, para buscar un lugar fresco y con sombra suficiente para resistir los ardores del solsticio. Cuando lo encuentran, un emparrado inmediato a una fuente, comienzan a discurrir que sobre el significado de los nombres con los que las profecías bíblicas anuncian y prefiguran a Jesucristo.

 Se ha supuesto que los protagonistas son frailes agustinos, pues así lo era su autor y La Flecha era una granja propiedad de esa orden. Algunos proponen que -frailes o laicos- podrían tratarse de personas reales ocultas por pseudónimos. Pero, Fray Luis, que se detiene en describir detalladamente las bellezas y amenidades de La Flecha, deja intencionadamente esbozados a los dialogantes. Parece decirnos que cualquiera de nosotros podemos participar en ese debate, o más bien que cualquiera de nosotros podemos vernos reflejados bien en el impetuoso Sabino, bien el tranquilo Juliano o bien en el melancólico Marcelo. Como en tantos cuadros de la época vienen a representar las tres edades del hombre, o, más bien, la evolución del hombre a lo largo de los años, mudanza expresada en el adagio Cambian los tiempos y nosotros cambiamos con ellos. Visto así, bien pudimos ser Sabino, somos ahora Juliano y tal vez seamos Marcelo. Concluyamos con que tres varones de distintas edades y tres varones sabios que buscan a Jesús, recuerdan irresistiblemente a los Reyes Magos de Oriente.

Una vez concluida la presentación, Fray Luis pasa a desglosar los curiosos apelativos (Pimpollo, Faces de Dios, Pastor, Padre del Siglo Futuro…) que se encuentran en la Sacra Escrituras referidos al Salvador del Mundo. Cuando llega al de Príncipe de Paz, la noche ha caído sobre la Flecha y el ejército de estrellas se refleja en sus estanques. Los estudiosos no necesitan ya ampararse de los ardores estivales, pero continúan en esa especie de rústico cenador disfrutando ahora de la suavidad de una noche de junio.

Llegados a este punto, nos encontramos con un manifiesto sobre la Paz que no reproducimos dada su considerable extensión, pero que no pierde a lo largo de ella su contundencia. Lo más probable es que al lector moderno no le interese una lección de cristología y lo más seguro es que tampoco valore la trabajada síntesis que Fray Luis logra de las fuentes clásicas, hebraicas y patrísticas. Pero le será difícil pasar por alto la valoración que de la Paz hace nuestro escritor, y como lo expresa en un castellano tan sencillo y tan límpido, que en verdad parece agua que mana de una de las fuentes de la Flecha. Ya hemos mencionado el arsenal de autores a los que cita. Pues bien, logra incorporarlos a ese diálogo con naturalidad y sin pedantería, no por erudición sino cuando su testimonio resulta oportuno.

Fray Luis valora tanto la Paz, que más que presentarla como don de Dios, da a entender que no se puede entender a la divinidad si no está asociada a ella, como si fuera un atributo a la escala de la eternidad o la omnipotencia. Y así lo deja expresado: «Y si la paz es tan grande y tan único bien, ¿quién podrá ser príncipe de ella, esto es, causador de ella y principal fuente suya, sino ese mismo que nos es el principio y el autor de todos los bienes, Jesucristo, Señor y Dios nuestro?».

Nuestro escritor ha popularizado la imagen de la Paz como reposo, pero esa es solo unas de las facetas del discurso. La Paz -afirma- es «el bien de todas las cosas» y «es amada y seguida y procurada por todos». Otros autores y artistas del Renacimiento explotaron los tópicos de la paz armada, la guerra justa, la paz como concordia, la paz como garante de la prosperidad, la paz como merced de la guerra, las espadas transformadas en arados, los yelmos que acogen colmenas… El fervor con el que en esa época se leían los clásicos y el renovado interés por los textos bíblicos habían puesto todas esas metáforas en circulación. Muy oportunamente, pues los belicosos Austrias no tardaron en incorporarlas a la propaganda de su dinastía. Pero, contra todo pronóstico, no son recogidas por un humanista como Fray Luis.

Y es que nuestro escritor no considera la Paz como causa o consecuencia, sino como principio y fin, como «blanco a donde enderezan su intento y el bien a que aspiran todas las cosas».

Al entronizar a la Paz en categorías tan excelsas, corría el riesgo de convertirla en alturas inalcanzables, en un numen inútil en suma. Pero ya en el inicio de su discurso Marcelo / Fray Luis señala la aspiración de la Humanidad a gozar de sus beneficios.  Pues las almas «convencidas de cuánto les es útil y hermosa la paz, se comienzan ellas a pacificar en sí mismas y a poner a cada una de sus partes en orden».

Lamentablemente, la Paz era entonces, como ahora, un bien escaso. Fray Luis de León conocía bien la fuerza, la mudanza y el desorden de nuestras pulsiones y no se hacía ilusiones sobre lo que cada uno alberga en su corazón. Para persuadirnos de la conveniencia de buscar esa paz que es sosiego y concierto traza este embravecido panorama de la condición humana:

«Porque ¿qué vida puede ser la de aquel en quien sus apetitos y pasiones, no guardando ley ni buena orden alguna, se mueven conforme a su antojo? ¿La de aquel que por momentos se muda con aficiones contrarias, y no sólo se muda, sino muchas veces apetece y desea juntamente lo que en ninguna manera se compadece estar junto: ya alegre, ya triste, ya confiado, ya temeroso, ya vil, ya soberbio? O ¿qué vida será la de aquel en cuyo ánimo hace presa todo aquello que se le pone delante?; ¿del que todo lo que se le ofrece al sentido desea?; ¿del que se trabaja por alcanzarlo todo, y del que revienta con rabia y coraje porque no lo alcanza?; ¿del que lo alcanza hoy, lo aborrece mañana, sin tener perseverancia en ninguna cosa más que en ser inconstante? ¿Qué bien puede ser bien entre tanta desigualdad? O ¿cómo será posible que un gusto tan turbado halle sabor en ninguna prosperidad ni deleite? O, por mejor decir, ¿cómo no turbará y volverá de su calidad malo y desabrido a todo aquello que en él se infundiere?»

Tras alentarnos a acoger a la Paz en nuestros corazones, hábilmente, nuestro escritor nos convence de que pasar de lo individual a lo colectivo a través de la figura del otro, el prójimo. Y en esta operación introduce un concepto fundamental: el respeto, el reconocimiento a la diferencia. Este es su testimonio:

«Es, pues, la paz sosiego y concierto. Y porque así el sosiego como el concierto dicen respecto a otro tercero, por eso propiamente la paz tiene por sujeto a la muchedumbre; porque en lo que es uno y del todo sencillo, si no es refiriéndolo a otro, y por respeto de aquello a quien se refiere, no se asienta propiamente la paz».

Nos encontramos con una de las primeras formulaciones de la tolerancia, insólita en un religioso, súbdito además de Felipe II. O tal vez, esta afirmación no quede tan huérfana. A corta distancia de La Flecha se encontraban los claustros, las aulas magnas y los paraninfos de Salamanca. Allí, otros hombres, argumentaron, discutieron y fundaron el derecho de gentes, asentando los cimientos del Mundo Moderno. Los ecos de esta revolución se adivinan en el discurso de Fray Luis, en sentencia tan lapidarias como «dar su derecho a todos cada uno, y recibir cada uno de todos aquello que se le debe sin pleito ni contienda.»

En conclusión, el concepto de la Paz de Fray Luis y las implicaciones que desarrolla resultan muy novedosas para su época. No obstante, no podemos calificarla de ‘modernas’ sin más. Más bien resultan atemporales, imperecederas, ejemplares. Efectivamente, la Paz es un fin en sí misma, su búsqueda se inicia calmando las pasiones de cada individuo y su eficacia se propaga al considerar cuál es el bien colectivo. Y estas verdades las dirige primero a los buenos cristianos, pero también las hace extensivas a todos los hombres. Para ello emplea un castellano claro, preciso, libre de artificios.

En verdad nos encontramos ante un verdadero monumento de la lengua castellana, un texto por tanto doblemente recomendable por sus aquilatados valores literarios y por lo excelso de su pensamiento.  Pero no nos engañemos. Fray Luis no busca que lo admiremos, lo que quiere es que trabajemos por la Paz.


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 El texto íntegro ha sido publicado por la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes:

http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/de-los-nombres-de-cristo--2/html/

La imagen que hemos escogido como cabecera es la litografía titulada «El reino Pacífico» o, más bien, «El Reino Pacificador», versión que nos parece más ajustada al original «The Peaceable Kingdom».  Su autor es el americano Fritz Eichenberg quién la estampó en 1950.

 

 Procedencia de la imagen:

 

https://www.dia.org/art/collection/object/peaceable-kingdom-44398

miércoles, 12 de enero de 2022

Cecilia Böhl de Faber autora del año 2022

 


El Centro Andaluz de las Letras (CAL) de la Consejería de Cultura y Patrimonio Histórico ha acordado proponer como Autora del Año 2022 a la escritora Cecilia Böhl de Faber y Ruiz de Larrea (Morges, Suiza, 1796-Sevilla, 1877), más conocida por el seudónimo masculino de Fernán Caballero, quien representa “un eje clave de la historia literaria española del siglo XIX”, según la valoración unánime de la comisión asesora del CAL, encargada de la designación.

La consejera de Cultura y Patrimonio Histórico, Patricia del Pozo, ha destacado que “con este homenaje de reconocimiento a Cecilia Böhl de Faber buscamos devolver la importancia que tuvo como creadora. La escritora, que vivió entre Cádiz y Sevilla, fue la autora de celebradas novelas como La Gaviota”.

Para la comisión asesora del CAL, presidida por su directora, Eva Díaz Pérez, y de la que forman parte –entre otros– Luis García Montero, Rosa Romojaro, Ana Rossetti, Aurora Luque y Javier Álvarez, director de la Biblioteca de Andalucía, “durante muchos años Fernán Caballero ha formado parte de las materias curriculares en los centros educativos y del imaginario popular, pero la intención del CAL se basa ahora en abordar su figura desde la modernidad y revisar los clichés que la han definido como símbolo de cierta corriente reaccionaria”.

La Consejería de Cultura y Patrimonio Histórico homenajea cada año, a través del Centro Andaluz de la Letras, a uno o varios autores andaluces con el objeto de mantener y acrecentar la memoria literaria de figuras tan importantes como Cernuda, Alberti, María Zambrano, Manuel Altolaguirre, Luis de Góngora, Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado y José Antonio Muñoz Rojas, Luis Rosales, Francisco Giner de los Ríos, José Moreno Villa, María Victoria Atencia, Pilar Paz Pasamar, Antonio Gala, Julia Uceda, Pablo García Baena, Manuel Alcántara, Emilio Lledó o Emilio Prados, autor homenajeado en el pasado 2021.

La Consejería de Cultura y Patrimonio Histórico realizará, a través de la Agencia Andaluza de Instituciones Culturales (AAIICC) y del Centro Andaluz de las Letras, un programa de actividades que se desarrollará durante todo el año 2022 y que revisará el papel de Cecilia Böhl de Faber como verdadera renovadora de la novela española de mediados del siglo XIX que eclosionaría en el realismo y el naturalismo. Así, a lo largo del próximo año se realizará una exposición y la publicación de un catálogo científico, una antología y un cuaderno didáctico que se distribuirá por los centros educativos andaluces. Además, se desarrollarán diversos homenajes y actividades como jornadas, campañas de narrativa digital y paseos literarios.

Con este nombramiento se busca ahondar en su obra y su vida con una mirada contemporánea ajena a los tópicos que en ocasiones han eclipsado la fuerza creadora e innovadora de esta escritora poliédrica y contradictoria. Una autora que toda su vida se debatió entre sus aspiraciones literarias y su deber moralista, un tema que se desvela en su abundante correspondencia convertida en curioso laboratorio de experimentación narrativa.

Cecilia-Fernán era hija del hispanófilo y cónsul alemán en Cádiz Juan Nicolás Böhl de Faber y la también escritora Frasquita Larrea, impulsora de célebres tertulias en el Cádiz de las Cortes. Entre sus novelas de costumbres destacan -además de La Gaviota y La familia de Alvareda- Clemencia, La Estrella de Vandalia, Una en otra, Un servilón y un liberalito o sus libros dedicados a la recopilación de la literatura popular.

Cecilia Böhl de Faber pertenece al grupo de creadoras del siglo XIX como Emilia Pardo Bazán, Carolina Coronado, Gertrudis Gómez de Avellaneda o Rosalía de Castro. Y también se vincula a esa saga de autoras que practicaron el juego del doble usando un seudónimo masculino como las hermanas Brontë con Charlotte (Currel Bell), Emily (Ellis Bell) y Anna (Acton Bell); Marie Anne Evans (George Eliot) o la francesa Amantine Aurore Dupin (George Sand) también aficionada a fumar en público como Cecilia, habitual ‘tomadora’ de tabaco inglés.

Aportamos a la redacción de este comunicado lo acertado que nos parece esta elección. La contemplamos como una apuesta por ese tumultuoso siglo XIX en el que Andalucía se abrió al Mundo y comenzó a fraguarse –y a manifestarse- la identidad de nuestra región. La aportación de Böhl de Faber a este proceso fue fundamental, como es bien sabido.

Pero los méritos de Cecilia Fernán van mucho más allá de su legado literario. Su larga vida es un auténtico novelón romántico, casi un folletín, plagado de viajes y de tres sucesivos matrimonios más un romance que no llegó a buen puerto, según se cuenta. Cecilia fue una mujer preparada, cosmopolita y valiente, que no vaciló en hacer y rehacer su vida como le vino en gana y en participar activamente en la política de su época, nos guste o no las líneas de su pensamiento, coherente por otra parte con sus escritos.

Como en tantas novelas de la época, el último capítulo lo ocupa una vejez larga en los que la protagonista pasa de los salones de la alta sociedad a los rigores de la pobreza, bien que aliviada en su caso por la munificencia de los duques de Montpensier. Buscó entonces paz y sosiego y lo encontró en una casa de la calle Juan de Burgos, calle que hoy lleva su nombre. Allí esperó tranquilamente que llegara la muerte, como quien espera el descanso tras la faena o la paz tras la guerra. La inevitable cita llegó un siete de abril de 1877.

La casa, el número 14, aún permanece en pie y parece conservar esa placidez que la escritora buscaba, aunque ahora esté rodeada por edificaciones modernas y por la apresurada animación de los aledaños de El Corte Inglés. Allí vino a morir otro mes de abril, pero de 1912, el pintor José García Ramos, otro renovador de la Andalucía eterna y otro creador que en vida fue juzgado como revolucionario y que tras su muerte recibió la sentencia de rancio. Y es que a nuestra tierra la presentan como fecunda y festiva, pero también alberga muchas sombras. El magnolio que aparece en la foto y que, según se cuenta, lo plantó la propia Cecilia, ya solo existe en la memoria de los nostálgicos. Al que lo taló y al que mandó talarlo, deles Dios mal galardón.