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jueves, 10 de abril de 2025

Rincón Cofrade

 


  En este curso hemos retomado la práctica de dedicar un ángulo de nuestra biblioteca a la Semana Santa. Y ha vuelto porque nos lo han solicitado esos alumnos nuestros que pasan todo el año esperando la salida del templo de los titulares de su hermandad.





Cumplir ese deseo no ha sido tarea sencilla, pero contando con su entrega absoluta se han allanado muchas dificultades. Con su ayuda, primero hemos buscado en los trasteros esa maleta digna del equipaje de la Piquer donde guardamos las telas, empresa en la que se nos ha ido un recreo. En el siguiente, la abrimos y buscamos con todo cuidado unas velas y unas faldas (o enagüillas) que no habían visto la luz desde 2018… En otros muchos recreos y en horas que hemos sustraído a la catalogación y la renovación del préstamo, hemos ido seleccionando los libros consagrados a la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo y a los Dolores de su Madre Santísima, volúmenes, que, por cierto, son los más imponentes de nuestra biblioteca. Una mano bienhechora, pero desconocida, ha puesto ese imponente telón rojo.





Finalmente hemos procedido al montaje de esa especie de altar o catafalco dedicado a la Semana Santa con los libros que la explican, las imágenes de Jesús y de María en las que combaten la agonía y la esperanza, las representaciones de los nazarenos desfilando… Hasta el dulzón aroma del incienso ha vuelto a hacer acto de presencia, para amalgamarse con el azahar de los naranjos del patio.





No somos una excepción. Toda Andalucía es, en estos días, un teatro febril que se prepara para la más grande de las representaciones. Un drama que se prolongará durante siete días y siete noches. El relato de los última semana del Dios que quiso vivir y morir como verdadero hombre encuentra en esta Tierra de María Santísima –acertado epíteto que debemos al ecijano Benito Más y Prats- el más cumplido de los escenarios. En ninguna otra parte los artífices se esforzaron tanto en plasmar lo real, en hermosear lo efímero, en acercar lo divino a lo humano.



Nuestra reseña sobre la Semana Santa concluye siempre con un inspirado poema. En esta ocasión hemos recurrido a José Bergamín Gutiérrez. En 1937, durante su estadía en París dedicó tres composiciones a Jesús en la Cruz. Extrañamente, estas poesía son contemporáneas del Guernica y del Congreso de los Escritores comprometidos con la República. No se extrañen. Jesús de Nazaret fue invocado en las dos Españas y aquel 1937, perdidas las esperanzas, tenía ya mucho de viernes santo.

Bergamín escribe tres sonetos que los dedica a Cristo Crucificado ante el Mar. El Gólgota nos parece muy alejado del bramido del océano y del estruendo del oleaje, pero en la piedad, sincera, de Bergamín quedó prendida un verso de Don Miguel de Unamuno: Solo, a lo lejos el piadoso mar.

Como queda dicho, fueron tres los sonetos que Bergamín escribió. Reproducimos el primero de ellos.





No te entiendo, Señor, cuando te miro
frente al mar, ante el mar crucificado.
Solos el mar y tú. Tú en cruz anclado,
dando a la mar el último suspiro.
No sé si entiendo lo que más admiro:
que cante el mar estando Dios callado;
que brote el agua, muda, a su costado,
tras el morir, de herida sin respiro.
O el mar o tú me engañan, al mirarte
entre dos soledades, a la espera
de un mar de sed, que es sed de mar perdido.
¿Me engañas tú o el mar, al contemplarte
ancla celeste en tierra marinera,
mortal memoria ante inmortal olvido.

    Acompañamos estos versos con una perturbador óleo del austriaco Ern Stohr. Se exhibe en el Belvedere de Viena. Se titula Sehet, Jesu hat die Hand (Mira, Jesús extiende su mano), título de un aria de la pasión según san Mateo de Johann Sebastian Bach. La fecha de composición del cuadro no puede pasarse por alto: 1914.

jueves, 30 de marzo de 2023

Una Cruz Sencilla por León Felipe

                                       

León Felipe (1884-1968), poeta zamorano, republicano, muerto en el exilio de México, no es un poeta «religioso» al uso, si bien algunos de sus poemas dejan entrever la fe cristiana que aprendió en su infancia y que nunca olvidó. Según cuentan, encima del lecho de su muerte había una cruz sencilla, de madera, y el poema que él mismo había escrito. Los dos astiles (vertical y horizontal) son, para el poeta, los dos mandamientos; entendemos nosotros que son el amor a Dios y el amor al prójimo.


Hazme una cruz sencilla carpintero,

sin añadidos ni ornamentos,

que se vean desnudos los maderos,

desnudos y decididamente rectos.

Los brazos en abrazo hacia la tierra,

el astil disparándose a los cielos.

Que no haya un solo adorno que distraiga

este gesto, este elemento humano

de los dos mandamientos.

Sencilla, sencilla, más sencilla,

hazme una cruz sencilla carpintero.

 

Como ilustración hemos escogido el lienzo Cruz al atardecer (Cross at Sunset) que el estadounidense Thomas Cole pintó allá por 1848 y que hoy se exhibe en el madrileño Museo Nacional Thyssen-Bornemisza.


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 El texto de la poesía y la introducción proceden de la siguiente página:

 

https://bibliaviva.sanpablo.es/cuatro-poemas-a-jesus-crucificado-en-lengua-espanola/


La ilustración presenta la siguiente procedencia:

 

https://www.museothyssen.org/en/collection/artists/cole-thomas/cross-sunset


jueves, 7 de abril de 2022

La Cruz (Oda de Gertrudis Gómez de Avellaneda).

 


              LA CRUZ

¡Canto la Cruz! ¡que se despierte el mundo!

¡Pueblos y Reyes, escuchadme atentos!

¡Que calle el universo á mis acentos

                   Con silencio profundo!

¡Y tú, supremo autor de la armonía,

Que das sonido al mar, al viento, al ave,

Presta viril vigor á la voz mia,

Y en torrentes de austera poesía

El poder de tu Cruz deja que alabe!

 

¡Tiembla la tierra, se conmueve el cielo

De este nombre al lanzar eco infinito,

Que aterroriza al inmortal precito

                 En su mansión de duelo!

¡Canto la Cruz! el ángel de rodillas

Postra a tal voz la inmaculada frente;

Tú, escelso querubín, tu ciencia humillas,

Y del amor las altas maravillas

Absorto adora el serafín ardiente!

 

¡Alzad, alzad vuestro pendón de gloria,

Oh de la fé sublimes campeones!

¡Alzadlo y á su sombra las naciones

                Cantarán su victoria!

 

¡Alzadlo, que el clamor no le amedrenta

Que exhalen de impiedad negros vestiglos...!

¡Sangre de un Dios por púrpura presenta,

Y por sagrado pedestal se asienta

En la cerviz de diez y nueve siglos!

 

¡Alzadlo vencedor! esa es la enseña

Ante la cual temblaron las montañas,

La tumba abrió sus lóbregas entrañas,

                           Se quebrantó la peña!

Viéndola el sol, del Gólgota en la cumbre,

Lecho de muerte al hijo del Eterno,

Veló asombrado la radiante lumbre;

Y al ver cesar la antigua servidumbre

De la culpa de Adán, rugió el infierno.

 

¡Alzad, alzad vuestro estandarte regio,

A cuyo aspecto hundiéronse al abismo

Los dioses del antiguo paganismo,

                   Desde su Olimpo egregio!

¡Alzadlo cual lo alzó resplandeciente,

Como emblema de triunfo Constantino

Sobre el cesáreo lauro de su frente,

Las águilas de Roma armipotente

Párias rindiendo al lábaro divino!

 

¡Alzadlo cual lo vio, firme, constante,

Más fuerte que las haces de los Reyes,

Entre escombros de pueblos y de leyes,

                             El bárbaro triunfante!

¡Holló de sus bridones con las plantas

El esplendor de Europa, envejecido

Con tantas lides, con hazañas tantas...!

¡Mas de esa Cruz ante las aras santas

El ruego al vencedor dictó el vencido!

 

¡Alzadlo cual se alzó, piadoso y bello,

A ennoblecer bajo su blando yugo

El que al destino descargar le plugo

                     De América en el cuello.

Dio un paso el tiempo, y a su influjo vário,

Que tan pronto derroca como encumbra,

No es ya de un mundo el otro tributario...

Mas inmutable al signo del Calvario

El sol del Inca y del Azteca alumbra!

 

¡Alzadlo, que su apoyo necesita

La vacilante humanidad! ¿Do quiera

No la veis, a la vez medrosa y fiera,

                    Cuán incierta se agita?

Su audaz anhelo á  su flaqueza espanta,

Y arrastrada por vértigo profundo,

En convulsiones su vigor quebranta,

Hoy derrocando lo que ayer levanta

E inútilmente estremeciendo al mundo.

 

¡Alzad la Cruz, que el porvenir encierra

De esa infinita multitud! ¡sus brazos,

Que solo brindan fraternales lazos,

                       Afirmarán la tierra!

¡Alzad la Cruz que de la especie humana

Vincula los destinos en su nombre!

¡Alzad la Cruz de donde el bien emana,

Y do se ostenta en acta soberana

La verdadera libertad del hombre!

 

Aunque entre sangre se presenta adusta,

La paz sustenta y al amor anida;

Instrumento de muerte engendra vida,

                     Y es luz su sombra augusta.

Dique opone al poder y lo afianza;

El debil se hace fuerte de ella armado;

Por ella sola la igualdad se alcanza,

Que de sus brazos la eternal balanza

Pesa á la par el cetro y el cayado.

 

Allí también la soberana diestra

Pesó el valor del mundo... ¡Oh maravilla

Que si del hombre la razón humilla,

                          Su dignidad demuestra!

[¡] Sí! pesó al mundo la eternal justicia;

Pesólo por romper el que lo abate

Yugo cruel, de la infernal malicia,

Y en él tan grande amor cargó propicia

Que una vida inmortal fué su rescate!

 

                            * * *

 

  ¡Por eso en los ásperos brazos

Del leño sagrado se ostentan,

Las manos que al orbe sustentan,

Las manos que rigen al sol!

    ¡Por eso en gemidos se ahoga

La voz que á la nada fecunda,

Velada por sombra profunda

La luz de la gloria de Dios!

 

    ¡Tu espiras, oh autor de la vida!

La muerte contigo se ensaña...

¡Mas rota quedó la guadaña

Al darte su golpe cruel!

    Subiendo a tu trono sangriento

Su trono funesto derrumbas...

¡Los muertos, dejando sus tumbas,

Recogen tu aliento postrer!

   

 El Rey de la tierrra probando

Del fruto del árbol de ciencia,

La muerte nos dió por herencia,

Y esclavos nos hizo del mal.

    [¡] El Rey de los cielos, cual fruto

Del árbol de amor, nos convida:

La patria nos vuelve y la vida,

Por padre al Eterno nos da!

 

    ¡Florece, árbol santo, que el astro

De eterna verdad te ilumina,

Y el riego de gracia divina

 Fomenta tu inmensa raiz!

    ¡Florece, tus ramas estiende

La estirpe de Adán fatigada

Repose, á tu sombra sagrada,

Del uno al opuesto confín!

 

   ¡Te acaten pasando los siglos,

Y tu los presidas inmoble,

Y toda rodilla se doble

En faz de tu eterno vigor!

    El cielo, la tierra, el abismo,

Se inclinen si suena tu nombre

¡Tú ostentas á Dios hecho hombre!

¡Tú elevas el hombre hasta Dios!

 

Gertrudis Gómez de Avellaneda, abril de 1849.


Sobre la composición de este canto y las impresiones que suscitó su primera declamación, contamos con este testimonio redactado por la propia autora:

«La Cruz fue concebida por mí para ser leída en la sesión religiosa extraordinaria que se celebró en el Liceo Artístico y Literario de Madrid, en la noche del 3 de abril de 1849 [Martes Santo]. El público asistente, electrizado por la fuerza interpretativa que puse en aquella lectura, y a pesar del recogimiento por la Semana Santa, me ofreció la mayor ovación jamás escuchada en el famoso recinto madrileño... Algún que otro poeta presente en aquel salón, se dejó los guantes de tanto aplaudir. La prensa al día siguiente se hacía eco de la noticia, el poema me elevó, entonces, a la cúspide del parnaso español.»

Fue incluida en la obra Poesías de la excelentísima señora D. ª Gertrudis Gómez de Avellaneda y Sabater. Imprenta Delgrás Hermanos, Madrid, 1850. Posteriormente fue traducida al inglés en Nueva York.

Nota: «tierrra» es errata segura por «tierra».

sábado, 29 de enero de 2022

Textos para el Día de la Paz: Fray Luis de León

 


Este es el marco: No lejos de Salamanca, a orillas del Tormes, en la quinta La Flecha un 29 de junio, festividad de San Pedro Apóstol de un año que no se precisa, pues el relato está empapado de esa eternidad que presentan los primeros días de las vacaciones estivales.

Salen a escena tres personajes, tres estudiosos (Marcelo, Juliano y Sabino) que aprovechan el tiempo de asueto, pues han cesado en Salamanca los estudios, para buscar un lugar fresco y con sombra suficiente para resistir los ardores del solsticio. Cuando lo encuentran, un emparrado inmediato a una fuente, comienzan a discurrir que sobre el significado de los nombres con los que las profecías bíblicas anuncian y prefiguran a Jesucristo.

 Se ha supuesto que los protagonistas son frailes agustinos, pues así lo era su autor y La Flecha era una granja propiedad de esa orden. Algunos proponen que -frailes o laicos- podrían tratarse de personas reales ocultas por pseudónimos. Pero, Fray Luis, que se detiene en describir detalladamente las bellezas y amenidades de La Flecha, deja intencionadamente esbozados a los dialogantes. Parece decirnos que cualquiera de nosotros podemos participar en ese debate, o más bien que cualquiera de nosotros podemos vernos reflejados bien en el impetuoso Sabino, bien el tranquilo Juliano o bien en el melancólico Marcelo. Como en tantos cuadros de la época vienen a representar las tres edades del hombre, o, más bien, la evolución del hombre a lo largo de los años, mudanza expresada en el adagio Cambian los tiempos y nosotros cambiamos con ellos. Visto así, bien pudimos ser Sabino, somos ahora Juliano y tal vez seamos Marcelo. Concluyamos con que tres varones de distintas edades y tres varones sabios que buscan a Jesús, recuerdan irresistiblemente a los Reyes Magos de Oriente.

Una vez concluida la presentación, Fray Luis pasa a desglosar los curiosos apelativos (Pimpollo, Faces de Dios, Pastor, Padre del Siglo Futuro…) que se encuentran en la Sacra Escrituras referidos al Salvador del Mundo. Cuando llega al de Príncipe de Paz, la noche ha caído sobre la Flecha y el ejército de estrellas se refleja en sus estanques. Los estudiosos no necesitan ya ampararse de los ardores estivales, pero continúan en esa especie de rústico cenador disfrutando ahora de la suavidad de una noche de junio.

Llegados a este punto, nos encontramos con un manifiesto sobre la Paz que no reproducimos dada su considerable extensión, pero que no pierde a lo largo de ella su contundencia. Lo más probable es que al lector moderno no le interese una lección de cristología y lo más seguro es que tampoco valore la trabajada síntesis que Fray Luis logra de las fuentes clásicas, hebraicas y patrísticas. Pero le será difícil pasar por alto la valoración que de la Paz hace nuestro escritor, y como lo expresa en un castellano tan sencillo y tan límpido, que en verdad parece agua que mana de una de las fuentes de la Flecha. Ya hemos mencionado el arsenal de autores a los que cita. Pues bien, logra incorporarlos a ese diálogo con naturalidad y sin pedantería, no por erudición sino cuando su testimonio resulta oportuno.

Fray Luis valora tanto la Paz, que más que presentarla como don de Dios, da a entender que no se puede entender a la divinidad si no está asociada a ella, como si fuera un atributo a la escala de la eternidad o la omnipotencia. Y así lo deja expresado: «Y si la paz es tan grande y tan único bien, ¿quién podrá ser príncipe de ella, esto es, causador de ella y principal fuente suya, sino ese mismo que nos es el principio y el autor de todos los bienes, Jesucristo, Señor y Dios nuestro?».

Nuestro escritor ha popularizado la imagen de la Paz como reposo, pero esa es solo unas de las facetas del discurso. La Paz -afirma- es «el bien de todas las cosas» y «es amada y seguida y procurada por todos». Otros autores y artistas del Renacimiento explotaron los tópicos de la paz armada, la guerra justa, la paz como concordia, la paz como garante de la prosperidad, la paz como merced de la guerra, las espadas transformadas en arados, los yelmos que acogen colmenas… El fervor con el que en esa época se leían los clásicos y el renovado interés por los textos bíblicos habían puesto todas esas metáforas en circulación. Muy oportunamente, pues los belicosos Austrias no tardaron en incorporarlas a la propaganda de su dinastía. Pero, contra todo pronóstico, no son recogidas por un humanista como Fray Luis.

Y es que nuestro escritor no considera la Paz como causa o consecuencia, sino como principio y fin, como «blanco a donde enderezan su intento y el bien a que aspiran todas las cosas».

Al entronizar a la Paz en categorías tan excelsas, corría el riesgo de convertirla en alturas inalcanzables, en un numen inútil en suma. Pero ya en el inicio de su discurso Marcelo / Fray Luis señala la aspiración de la Humanidad a gozar de sus beneficios.  Pues las almas «convencidas de cuánto les es útil y hermosa la paz, se comienzan ellas a pacificar en sí mismas y a poner a cada una de sus partes en orden».

Lamentablemente, la Paz era entonces, como ahora, un bien escaso. Fray Luis de León conocía bien la fuerza, la mudanza y el desorden de nuestras pulsiones y no se hacía ilusiones sobre lo que cada uno alberga en su corazón. Para persuadirnos de la conveniencia de buscar esa paz que es sosiego y concierto traza este embravecido panorama de la condición humana:

«Porque ¿qué vida puede ser la de aquel en quien sus apetitos y pasiones, no guardando ley ni buena orden alguna, se mueven conforme a su antojo? ¿La de aquel que por momentos se muda con aficiones contrarias, y no sólo se muda, sino muchas veces apetece y desea juntamente lo que en ninguna manera se compadece estar junto: ya alegre, ya triste, ya confiado, ya temeroso, ya vil, ya soberbio? O ¿qué vida será la de aquel en cuyo ánimo hace presa todo aquello que se le pone delante?; ¿del que todo lo que se le ofrece al sentido desea?; ¿del que se trabaja por alcanzarlo todo, y del que revienta con rabia y coraje porque no lo alcanza?; ¿del que lo alcanza hoy, lo aborrece mañana, sin tener perseverancia en ninguna cosa más que en ser inconstante? ¿Qué bien puede ser bien entre tanta desigualdad? O ¿cómo será posible que un gusto tan turbado halle sabor en ninguna prosperidad ni deleite? O, por mejor decir, ¿cómo no turbará y volverá de su calidad malo y desabrido a todo aquello que en él se infundiere?»

Tras alentarnos a acoger a la Paz en nuestros corazones, hábilmente, nuestro escritor nos convence de que pasar de lo individual a lo colectivo a través de la figura del otro, el prójimo. Y en esta operación introduce un concepto fundamental: el respeto, el reconocimiento a la diferencia. Este es su testimonio:

«Es, pues, la paz sosiego y concierto. Y porque así el sosiego como el concierto dicen respecto a otro tercero, por eso propiamente la paz tiene por sujeto a la muchedumbre; porque en lo que es uno y del todo sencillo, si no es refiriéndolo a otro, y por respeto de aquello a quien se refiere, no se asienta propiamente la paz».

Nos encontramos con una de las primeras formulaciones de la tolerancia, insólita en un religioso, súbdito además de Felipe II. O tal vez, esta afirmación no quede tan huérfana. A corta distancia de La Flecha se encontraban los claustros, las aulas magnas y los paraninfos de Salamanca. Allí, otros hombres, argumentaron, discutieron y fundaron el derecho de gentes, asentando los cimientos del Mundo Moderno. Los ecos de esta revolución se adivinan en el discurso de Fray Luis, en sentencia tan lapidarias como «dar su derecho a todos cada uno, y recibir cada uno de todos aquello que se le debe sin pleito ni contienda.»

En conclusión, el concepto de la Paz de Fray Luis y las implicaciones que desarrolla resultan muy novedosas para su época. No obstante, no podemos calificarla de ‘modernas’ sin más. Más bien resultan atemporales, imperecederas, ejemplares. Efectivamente, la Paz es un fin en sí misma, su búsqueda se inicia calmando las pasiones de cada individuo y su eficacia se propaga al considerar cuál es el bien colectivo. Y estas verdades las dirige primero a los buenos cristianos, pero también las hace extensivas a todos los hombres. Para ello emplea un castellano claro, preciso, libre de artificios.

En verdad nos encontramos ante un verdadero monumento de la lengua castellana, un texto por tanto doblemente recomendable por sus aquilatados valores literarios y por lo excelso de su pensamiento.  Pero no nos engañemos. Fray Luis no busca que lo admiremos, lo que quiere es que trabajemos por la Paz.


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 El texto íntegro ha sido publicado por la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes:

http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/de-los-nombres-de-cristo--2/html/

La imagen que hemos escogido como cabecera es la litografía titulada «El reino Pacífico» o, más bien, «El Reino Pacificador», versión que nos parece más ajustada al original «The Peaceable Kingdom».  Su autor es el americano Fritz Eichenberg quién la estampó en 1950.

 

 Procedencia de la imagen:

 

https://www.dia.org/art/collection/object/peaceable-kingdom-44398