miércoles, 13 de agosto de 2008

Los cinco libros peor escritos de la Historia

Y sin embargo exitosos, verdaderos bestsellers que se han transmitido de generación en generación y que ha cambiado la historia de Occidente. ¿Acaso su fortuna se debió a que sus autores estaban más interesados en transmitirnos unos conocimientos que en cultivar el estilo literario? ¿Y si su triunfo se basara precisamente en la redacción apresurada, la composición descuidada y la cacofonía de repeticiones? Apoya esta última tesis el que estos rasgos también los encontramos en las obras que coronan hoy por hoy las listas de los más vendidos. Sea como fuere esta reseña de escritores desmañados (y triunfantes) mueve a más de una reflexión.

El Evangelio deSan Marcos

Antes de la redacción de esta obra no existía el género del Evangelio. Los milagros de Jesús, sus enseñanzas y (tal vez) el relato de su Pasión circulaban por separado y de forma bastante dispersa. Marcos fue el primero en ofrecer un panorama homogéneo. Hay que señalar que este logro tuvo también sus contrapartidas, pues al reagrupar la vida y obra del Nazareno se decidió por una estructura esquemática y sumaria. Comienza con la predicación de Juan que bautiza a Jesús en el Jordán. El Nazareno predica en Galilea, sube a Jerusalén donde continúa con sus enseñanzas hasta que es ajusticiado. La obra termina con el pasmo de las santas mujeres ante la tumba vacía en el capítulo XVI. Este fin apresurado, y como de novela abierta, exigió (tres siglos más tarde) un piadoso añadido que informase al lector sobre los sucesos que vinieron a continuación.

En su evangelio Marcos se expresa en un griego popular en el que las coordinativas no aparecen por ninguna parte y las repeticiones se suceden con abundante generosidad. Introduce en la narración detalles irrelevantes, pero que otorgan un realismo desconcertante: la hija de Jairo recién resucitada echa a andar… porque tenía doce años. Seguidamente Jesús manda a la asombrada familia que diesen de comer a la muchacha. Un ciego recién curado le confiesa al Salvador que ve con cierta dificultad pues divisa a unos árboles que deben ser hombres porque andan (Jesús le impone las manos por segunda vez y le hace recobrar la vista por completo en un pasaje que recuerda irresistiblemente a un técnico sintonizando cadenas). En fin, en el Prendimiento, los soldados atrapan a un mancebo que iba envuelto solamente en un lienzo, pero el muchacho se las apaña para escapar desnudo (Muchos críticos opinan que era el propio Marcos, entonces adolescente, en la primera salida nocturna de casa de sus padres vestido con lo primero y único que encontró que fue la ropa de cama).

He señalado que el estilo de Marcos era popular y también su auditorio: la primera comunidad cristiana de Roma. ¿Qué impresión causaría el libro fuera de este ámbito en el escéptico mundo de retóricos, juristas o filósofos? Casi estamos seguros de que sería calificado de obra ‘excesivamente realista’. Ese ambiente provinciano de aldeas, pescadores, recaudadores de impuestos, facciones religiosas de poca monta… casaba mal con los elevados ideales de la literatura de la época. Incluso el proceso que se ajustaba al tema de lo heroico se transforma en el relato de un juicio apresurado irregular y corrupto. Sólo se salva (en lo literario) el episodio de la Danza de Salomé, no en vano el único pasaje en que Marcos intenta elevar el tono de la narración.
Como es sabido otros autores se propusieron escribir sobre Jesús siguiendo el molde del evangelio iniciado por nuestro escritor. Mateo y Lucas siguieron el esquema de Marcos, eso sí enriqueciéndolo en episodios, doctrina y color local. Naturalmente eliminaron ese caudal de informaciones pintorescas. Veinte siglos más tarde podemos imaginar la consternación del severo Mateo o del dulce Lucas ante la precisión de que los médicos no sólo no habían curado a la hemorroisa, sino que la habían arruinado y dejado peor de lo que antes se encontraba.

Los Diez Libros de Arquitectura de Vitruvio

El buen nombre de esta obra se ha mantenido desde el Renacimiento a base de repetir estos tres argumentos: el mérito de ser el único tratado de arquitectura que nos ha legado la Antigüedad, la penosa circunstancia de no haberse conservado las ilustraciones y el hecho de que se trata de una obra técnica y por tanto llena de vocablos propios de la materia y dificultosa para la lectura.

Todo esto es verdad, pero habría que hablar del Vitruvio que introduce disgresiones a cada paso, anécdotas sobre Alejandro y César y otros personajes por lo demás poco creíbles, que se explaya en cuanto tiene ocasión sobre hidráulica, matemática, música…Ciñiéndose al campo de la arquitectura nos encontramos atinados consejos sobre la construcción junto a verdaderas fantasías como ese teatro con vasos de bronce en el graderío y un almacén de madera en los pórticos… Al describir la ciudad de nueva planta como octogonal o al relacionar la advocación de un templo con el orden del mismo nos da la impresión no ya de no ser un arquitecto, sino de no haber vivido en la Roma Imperial (Se le supone contemporáneo de Augusto).

Vitruvio se queja de que un tratado no puede competir en elegancia literaria con otros géneros y promete concisión y claridad. El lector no encontrará ninguno de estos dos rasgos y si oscuras descripciones llena de localismos, palabras arcaicas, giros repetidos una y otra vez y una auténtica impericia gramatical. De Vitruvio se ha dicho que es el escritor más arduo de interpretar del legado clásico, e incluso se ha considerado una falsificación medieval. Más de algún estudioso habrá lamentado la conservación de este tratado frente a la legión de cicerones y titolivios perdidos para siempre.

A pesar de este cahiers de doleánces (o tal vez por ello) la obra vitruviana no sólo se salvó sino que alcanzó un éxito sin rival. En la época carolingia se construye según sus recetas y desde el año 1000 sus códices se multiplican. El Renacimiento lo convirtió en libro de cabecera con artistas que pasaban las tardes midiendo ruinas según sus principios (para encontrar que no se correspondían), comprobando que los antiguos mezclaban los órdenes con toda libertad o que las ciudades clásicas carecían de calles en diagonal. Si Vitruvio posibilitó que se volviera a construir a la clásica no es menos cierto que encorsetó a la nueva arquitectura en un laberinto de normas, medidas y proporciones. Hemos tardado siglos en vislumbrar que la ‘Blanca Antigüedad’ de edificios canónicos y albas estatuas marmóreas resulta fosilizada y muy aburrida, sin ninguna relación con la original que era polícroma, variada, fantasiosa y en evolución constante.

Historia de los Animales de Claudio Eliano

Este tratado no ha gozado de la celebridad del resto de obras que reseñamos, pero se las arregló para sobrevivir en la Edad Media y llegar a la época de la imprenta. En todo este tiempo (y en siglos posteriores) influyó en toda obra sobre animales, ya hablemos de bestiarios, libros de emblemas o enciclopedias de historia natural, y todo esto pese a sus más que evidentes carencias.
Claudio Eliano vivió en Roma en la época de los Severos, allá por la primera mitad del siglo III. Era de rancio linaje romano, pero escribió la Historia (y el resto de su obra) en el más puro griego ático. Nunca salió de Italia, jamás puso los pies en un barco y no conocía el mar. La obra que comentamos no es –desde luego- el producto de pacientes exploraciones, sino un descuidado puzzle de noticias zoológicas extraídas de otros autores.
Si Eliano no se molestó mucho en reunir el material, tampoco se esforzó en ordenarlo. A lo largo de diecisiete libros salta de una anécdota a otra (los grifos, los ojos de las tortugas, el gallo y su cacareo…) y no tiene empacho en dedicar entradas distintas para la misma especie (a veces seguidas, otras en libro distintos). La naciente Historia Natural tan prometedora en Aristóteles o Dioscórides deviene en bestiarios, colecciones de fábulas y repertorio de historietas gracias a nuestro escritor y otros ‘compiladores’.

Parece ser que la intención del libro era presentar a los animales como cumplidores de sus deberes, modelos de conducta para los hombres descarriados, pero lo cierto es que se deja llevar con frecuencia por lo sorprendente o por lo morboso. Respecto a lo primero aquí y allá protesta contra la credulidad de sus informadores, pero hace acopio de todos los seres fantásticos (desde el unicornio al carnero marino) y refiere verdaderos absurdos sobre animales tan corrientes como el perro o el asno. Respecto a los pasajes escabrosos nuestro autor se refiere al celo y a la reproducción con el recato de una solterona (Eliano no se casó, no tuvo hijos y se da por seguro su condición sacerdotal) pero incorpora numerosos relatos de bestialismo y no faltan alusiones hacia el amor hacia los jovencitos, amen de una clara misoginia. En estos dos últimos rasgos nunca sabremos si se reflejan las preferencia de nuestro escritor o de la de los autores que saquea.

Respecto al estilo, sus biógrafos señalan su vigor y su gracia. Hoy la crítica no se muestra tan entusiasta. Nuestro autor transcribe literalmente a los autores que copia y otras veces los parafrasea. En ocasiones interpreta al revés las noticias que ellos relatan, intercala versos homéricos siempre que tiene ocasión (y nunca son oportunos) y la traducción de muchos pasajes resulta conjetural. Las dos versiones hispanas (la de Vara y la de Díaz-Regañón) presentan diferencias más que notables.

En fin, la lectura de la Historia de los Animales se revela tediosa, insufrible e inaguantable (son palabras de sus editores). Desde las pinturas rupestres a los documentales de la dos y desde el osito de peluche hasta el gato de la solterona, los animales nos fascinan, forman parte de nuestra vida y de nuestra forma de ver el mundo. Todo esto lo convierte Eliano en un centón aburridísimo e indigesto. En una época en que Roma se despertaba con los campesinos llevando los animales al mercado y pasaba las tardes contemplando en los juegos las fieras de los lugares más remotos, nuestro autor parece que se limitó a divisarlas desde el polvo de las bibliotecas.

Se reproduce el célebre mosaico nilótico de Palestrina (antigua Penestre), lugar del nacimiento de Eliano, quién debió contemplarlo con sus propios ojos (por una vez).

El Libro de las Maravillas de Marco Polo

Atraído por los telefilmes y los documentales del National Geographic el moderno lector se acerca a esta obra pensando que es un relato de los viajes del mercader veneciano y se encuentra con algo muy, muy distinto. Al comienzo Micer Marco Polo nos señala que su intención es una descripción del Mundo (limitada por lo demás a Asia) y en eso no miente.

Partiendo de Armenia el veneciano inicia un itinerario de ida y vuelta a Extremo Oriente en el que no se tarda en perder por completo el rumbo y hasta la orientación. Vuelve continuamente sobre sus pasos, transcribe a la buena de Dios los nombres de ciudades y los títulos de los reyes y cuando identifica algún lugar conocido por el lector, podemos estar seguro de que se equivoca (así para él Bagdad es Susa, el Eúfrates desemboca en el Mar Caspio, etc). En fin, buena muestra de su redacción es este pasaje:
"En la boca de la entrada del Gran Mar (El Mar Negro), del lado del Poniente, hay una montaña que se llama el Far. Pero después de todo, aunque hayamos comenzado a hablar del Gran Mar, lamentaríamos ponerlo por escrito, porque mucha gente lo saben de memoria. Y por eso lo dejaremos y empezaremos a hablar de otra cosa; y os hablaremos de los tártaros de Poniente y de los señores que allí reinan."
El grueso del relato son descripciones de provincias y ciudades que parecen anotaciones de la agenda de un mercader. De cuando en cuando señala la existencia de algún animal inusual (siempre mirando su aprovechamiento económico) o refiere alguna costumbre o ritual que se salga de lo corriente. Si se imagina Asia Central como un conglomerado de estados de fronteras cambiantes y nombres confusos, con ciudades milenarias venidas abajo allá donde la estepa es ya desierto, el Libro de las Maravillas no le aportará nada nuevo.
A veces a lo largo de varios capítulos relata leyendas piadosas (en Mesopotamia los cristianos hicieron mover una montaña) e interminables batallas de los sucesores de Gengis Khan (una de ellas contra el Preste Juan). En todo esto las inexactitudes se multiplican y además esta relatado con aridez y sin ningún entusiasmo. Marco Polo podrá ser espontaneidad, pero desde luego no es frescura.
Los supuestos descubrimientos que le han dado a Polo un lugar en la historia (la mención del amianto, la porcelana o el cielo austral…) son valoraciones modernas. Él no los destaca y sus lectores las encuadrarían junto a los edificios recubiertos de oro y las águilas empleadas en la recolección de diamantes.
Marco Polo dictó el libro en una estancia en la carcel a un tal Rustichello de Pisa allá por el 1299. Escogieron como lengua el francés de los romances y las canciones de gesta. Extrañamente en el libro aparecen sucesos chinos posteriores a esa fecha, por lo que suponemos que el veneciano aprovechó para corregir el libro, ocasión que bien podría haber aprovechado para corregir los ‘se me olvidaba’ y los ‘ahora recuerdo’.
Con todo esto la descripción del Mundo, conocida como ‘Il Milione’ tuvo un éxito sensacional y tuvo tantas traducciones, que el texto original se perdió en una maraña de versiones, resúmenes, relatos conjuntos de viaje a Oriente… en España (donde a su autor se le conoció como Marco Paulo) fue leída ávidamente tanto en la época del manuscrito, como en de los incunables.
Un último apunte: su fantasiosa descripción de Çipango (Japón) como el país aurífero por excelencia tuvo en el joven Colón el impacto que todos sabemos. Tal vez con esta mención cambió la historia del Mundo. En cambio resulta inexplicable que un mercader (y funcionario de alto nivel durante más de veinte años) no llegase a comprender (y explicar a sus conterráneos) la relevancia de la imprenta y del papel moneda. Imagínense una Europa con ambas invenciones desde el 1300.

El ejército del Khan lucha con las tropas del Rey de Mien


Coloquio de los Simples y Drogas y Cosas Medicinales de la India (Garcia de Orta)

Libro editado en 1563 en Goa por el médico portugués Garcia de Orta. No lo he leído y lo incluyo con reparo en esta lista de obras singulares. De todas formas los extraños méritos de esta simpar obra le aseguran un puesto en nuestra escala de la fama:
1) Es una autoridad en la historia de la medicina, incluyendo la primera descripción del cólera.
2) Es el libro más interesante y original de la producción portuguesa editada en la India.
3) Contiene la primera obra impresa de Luís de Camoēs (una poesía dedicada al Virrey conde de Redondo).
4) Contiene más errores tipográficos que cualquier otro libro impreso en cualquier época o parte. Este último rasgo ayudó a la Inquisición a limitar la circulación de la edición original.

domingo, 3 de agosto de 2008

Ciudad literaria


En 1888, hace 120 años, nacía el escritor Fernando Pessoa, y la ciudad de Lisboa celebra este acontecimiento con la discreción natural de quien sabe que el visitante sabrá encontrar en las calles y plazas, envueltas en la fresca brisa del Atlántico y del Tajo, la huella de su paseante más ilustre. Mírese desde el Castelo de Sâo Jorge, o desde el mirador de Santa Lucía, la puesta de sol, paséese por las calles de Baixa hasta llegar a la hermosa Praça do Comerçio, abierta al Tajo y a la luz. Tal vez nos inundemos de saudade tomando un té en A Brasileira junto a la escultura en bronce del poeta, junto a la Rua Largo de Chiado, o en el Rossio contemplando al joven solitario que, con un libro de Pessoa entre las manos, no sabe si está leyendo a Bernardo Soares, heterónimo del escritor en el maravilloso Libro del Desasosiego, o escuchando su alma solitaria de viajero:
“Me gusta, en las tardes lentas de verano, el sosiego de la parte baja de la ciudad, y sobre todo aquel sosiego que el contraste acentúa en el momento en el que el día se entrega más al bullicio. La Rua do Arsenal, la Rua da Alfândega, la prolongación de las calles tristes que se arrastran hacia el este desde el final de la Alfândega, toda la línea distante de los muelles en calma- todo me conforta de tristeza, si me inserto, en estas tardes, en la soledad de su conjunto (....) ¡Ah, cuántas veces mis propios sueños se me yerguen en cosas, no para sustituirme la realidad, sino para confesárseme sus iguales al no quererlos yo, al sumergirme desde fuera, como el tranvía que da la vuelta en la curva final de la calle, o la voz del pregonero nocturno de no sé qué, que sobresale, tonada árabe, como un chorro repentino, en la monotonía del atardecer!”