viernes, 26 de junio de 2020

Novedades en nuestra biblioteca: La Hija de Vercingétorix




A lo largo de este tiempo del confinamiento y la desescalada, hemos ido redactando las reseñas de los libros que quedaron en el limbo de nuestra biblioteca. Y hoy comprobamos que ha sido una selección bizarra (franquismo, griegos y romanos, una novela-chat, una contribución a la historia de la infancia…) nacida de ese anomalía impensable del cierre de los centros educativos. La gavilla de lecturas reunida parece, en fin, tan extraña como este tiempo que estamos viviendo. Concluimos con una obra que parece más idónea que sus predecesoras para nuestros jóvenes lectores, aunque también suscita preguntas y plantea inquietudes. Leer es, ahora más que nunca, un acto de inconformismo y los libros deben hacernos reflexionar, ya sean ensayos, novelas o historietas.
Al poco de comenzar esta triste época de prohibiciones, fallecía Albert Uderzo, dibujante de Astérix. Los medios y las redes sociales mostraron su dolor con imágenes de los álbumes del intrépido galo, entre ellos el que comentamos. Lo cierto es que no es obra de Uderzo, quién había considerado que otros artistas debían continuar la serie.
Esta decisión contó con numerosos apoyos y también con bastantes críticas. Lo cierto es que tras la muerte de René Goscinny allá por 1977, el guionista, Uderzo continuó en solitario con las aventuras de Astérix con resultados memorables (La Odisea de Astérix, el Hijo de Astérix) y otros menos afortunados que resultaban a la vez repetitivos y fantasiosos (Astérix en la India, ¡El Cielo se nos cae encima!).
Tras seis años sin sacar un título nuevo y habiendo superado la barrera de los ochenta años, el dibujante apostó por la continuidad, sin duda alguna con el respaldo de la editorial. Los nuevos álbumes aparecen firmados por Jean-Yves Ferri (guionista) y Didier Conrad (dibujante), quienes han mantenido el universo de Goscinny y de Uderzo sin grandes aportaciones, pero tampoco sin estridencias.
Antes de entrar a comentar el álbum que nos ocupa señalemos que el típico lector de cómic tiene un difícil conformar y que, para nada, se identifica con esa imagen del fan enloquecido e idolatrador de un artista o un personaje. El lector de historietas, joven lector o canoso adulto que no renuncia a sus entusiasmos de adolescencia, necesita una renovación constante de sus obras preferidas sumadas a un altísimo nivel de exigencia que no perdona lo que considera traiciones al espíritu de la saga.
Señalemos también, y esto va para los devoto de la pureza, que una serie de cómics exitosa inevitablemente crea una cohorte de ayudantes, publicistas y todo tipos de expertos. Dictaminar que una obra es original y otra un producto meramente comercial nacido de la codicia de los editoriales no es tan fácil como parece. El principal rival de Astérix, Tintín, parece un modelo de autenticidad, pues su autor, Hergé, impidió que la serie continuara tras su muerte y de hecho el último álbum, Tintín y el Arte Alfa, quedó incompleto. No obstante, en las últimas aventuras del reportero se observa que el papel concedido a los ayudantes es cada vez más amplio y que, por otra parte, los guiones de Hergé son cada vez más extravagantes y más críticos con los valores que su personaje ha transmitido durante décadas.
Una valoración de La Hija de Vercingétorix parte ya con todos estos impedimentos, prejuicios que, como hemos intentado demostrar, resultan además paradójicos e irreconciliables. No obstante, tanto si se estima como parte de una serie o como obra sin precedentes (que sería lo ideal) nos encontramos con una historieta muy estimable, a no dudar la mejor de la serie iniciada por Jean-Yves Ferri y Didier Conrad. Partiendo de unos principios empleados una y otra vez en la saga de Astérix (el rehén que escapa del cautiverio de los romanos y el objeto preciado que garantiza la soberanía) la historia se desarrolla con creciente originalidad y el previsible final feliz deja algunos puntos sin aclarar.
Adrenalina,  hija del caudillo Vercingétorix, es una adolescente irascible y caprichosa, pero demuestra tener unas ideas propias que la apartan de una caracterización tópica Sus amigos Blínix, hijo del pescadero Ordenalfabetix y Félfix, vástago del herrero Esautomátix son también dos afortunadas creaciones. Ellos, junto a otros muchachos de la aldea pondrán en cuestión todo el mundo de los adultos, entre ellos el inútil combate entre galos y romanos. Con estos presupuestos, resulta evidente, que el álbum resulta abiertamente rupturista y que marca un antes y después en una saga que lleva ya más de sesenta años de recorrido.
No sabemos si la intención de los autores (y de la editorial) era la de incorporar al público adolescente, pero lo cierto es que trazan un retrato veraz de una edad difícil y es posible que algunos de nuestros jóvenes lectores se reconozcan, Y a los seguidores de Astérix de toda la vida nos enseña que en vez de enrolar a nuestros hijos y a nuestros alumnos en las complicaciones de nuestros ancestros, tal vez deberíamos pararnos e intentar comprenderlos. Verdaderamente nuestra biblioteca ha realizado una afortunada adquisición.

jueves, 18 de junio de 2020

Novedades en nuestra biblioteca: Las Princesas van a la Universidad




Este libro publica las historias de princesas adolescentes que Juanen Román Cabrerizo (más conocido por su seudónimo Brioche) ha ido publicando en las redes sociales. Si en estas ha logrado un número más que respetable de seguidores, su libro también ha saboreado las mieles del éxito: el ejemplar que ingresa en nuestra biblioteca lleva el sello de la cuarta edición.
El autor describa la obra como novela-chat. Los editores añaden que el libro desarrolla el formato de conservaciones de mensajería instantáneas. Ambas resultan precisiones útiles para un lector que, tras la inevitable introducción, se enfrenta a la reproducción fiel de supuestos diálogos de grupos de WhatsApp, algunos de ellos simultáneos y contradictorios, en la medida que se afirma en uno tal o cuál juicio de valor e inmediatamente en el otro, más selecto, se matiza esa información o se niega abiertamente. Tal cuál ocurre en la vida real. 
La estructura del libro se completa con diálogos entre la conciencia de un personaje y el propio personaje o entre dos personajes que charlan entre ellos de viva voz. Estas partes se transcriben de acuerdo con las normas de la literatura tradicional. Otro recurso de toda la vida es la división en capítulos, si bien sus titulares están redactados en una mezcolanza de castellano e inglés. Todo esto por más que se explique resulta confuso y no hay más remedio que reproducir el interior del libro.
Es ya un lugar común en este blog describir las transformaciones que suponen trasladar el libro impreso al formato digital. Pero en esta obra se asiste al proceso contrario: la pantalla del smarthpone se ve obligada a adaptarse al papel. Evidentemente los iconos y la policromía se pierden. Y el escritor se ha visto obligado a adaptar el nombre de los personajes de Disney de tal forma que sigan siendo reconocibles, pero que no le causen los consabidos problemas de autor. Este objetivo lo ha logrado con alias de sabor vernáculo que contribuyen al gracejo del libro.

Más o menos, todos tenemos una idea del Universo Disney, pero pocos a la altura de los lectores habituales de Brioche que dominan tanto las producciones de toda la vida como las últimas películas subidas a lo que ya es un olimpo tan completo y farragoso como el de cualquier mitología de la antigüedad que se precie. Dicho sea de paso: los integrantes de las generaciones más maduras solemos despreciar los hábitos intelectuales de los más jóvenes, pero aprenderse las jerarquías de Disney, Juego de Tronos o las Guerra de las Galaxias, exige un esfuerzo digno de tenerse en cuenta.

En fin, una vez comprendido el formato (que puede sorprender, pero que a fin de cuentas forma ya parte de nuestra vida cotidiana) y más o menos identificadas las princesas o sus trasuntos, puede uno embarcarse en la lectura de este libro y divertirse mucho, muchísimo.

En primer lugar el lector se encontrará con una breve introducción en la que se realiza un breve bosquejo de cada una de las protagonistas y se informa que están en el primer año de universidad. Una universidad situada en un reino muy lejano, pero que resulta completamente identificable hasta para el lector más inocente.

A partir de ahí se suceden los capítulos con recopilaciones de los chats, principalmente el de «Princesas», pero también el de sus galanes «Princesos» con capítulos dedicados a los episodios imprescindibles en la vida de todo estudiante universitario: la búsqueda del piso, estudio en la biblioteca, trabajos, exámenes… pero también mucho espacio dedicado a las fiestas y a los amores y desamores. Como queda dicho, los personajes expresan sus opiniones en un chat e inmediatamente aclaran o se desdicen en otro chat paralelo. En ocasiones la interrelación sube de nivel con la inclusión de pantallazos de un grupo en otro.

El libro se lee de un tirón y cumple plenamente su propósito de divertir. Para el lector más avezado constituye una muestra digna de estudio entre la interacción entre los distintos medios de comunicación y en qué medida los nuevos medios transforman las relaciones humanas. Repetimos la frase de Tron Legacy: la frontera digital redefine la condición humana.
Pero nos hemos puestos muy tecnológicos. Las princesas van a la Universidad testimonia antes que nada la vida humana y sus miserias. Describe de forma fiel la vida de los estudiantes de hoy en día y pone en solfa sus horas y horas dedicadas a los realities, los peligros de la resaca, el tiempo perdido en discotecas… Hemos señalados lo de hoy en día, pero realmente lo único que ha cambiado en la vida de los universitarios son las formas que tienen de esquivar su obligación.  De hecho, El género literario de estudiantes que de universitarios sólo tienen el nombre es tan antiguo como el trívium y el quadrivium, nos tememos.  Esta obra, tan vanguardista en su formato, se incorpora a esa biblioteca inmemorial de relatos sobre capigorrones, sopistas y pícaros. Como en todas ellos, entre travesuras y pillerías, se condena la falsedad humana, la superficialidad de gran parte de la juventud y la pérdida de ese divino tesoro que es el tiempo.

viernes, 12 de junio de 2020

Novedades en nuestra biblioteca: Una nueva historia del Mundo Clásico


Este libro se centra en el mundo antiguo. Presenta la historia desplegada en orden cronológico, de los inicios y el desarrollo de dos sociedades antiguas y solapadas: la griega y la romana, que nos legaron la «civilización clásica». Coloca su inicio en el surgimiento del mundo micénico en el siglo XVI a. C. y sitúa su final en la irrupción del Islam en el mundo mediterráneo allá por la séptima centuria de nuestra era, aunque advierte que su legado logró perdurar y aun hoy nos influye.

Es un tratado de historia dirigida a lectores que alberguen cierto interés por el tema, aunque no estén muy familiarizados con las disciplinas vinculadas a la historia clásica. El autor intenta avanzar con amenidad y lo consigue. Su dominio del tema y su erudición es tal que no necesita ser demostrada a cada paso, por lo que aligera al lector de muchas referencias inútiles. Siguiendo una tradición verdaderamente clásica, intercala con frecuencia experiencias suyas, y también anécdotas sorprendentes del mundo clásico corroboradas por textos o por hallazgos arqueológicos. En fin, no faltan alusiones a Harry Potter o Juego de Tronos, verdaderas mitologías del hombre actual y que contribuyen a otorgar un aire desenfadado al libro.

Dada la amplitud del tema, el autor confiesa que ha realizado una selección despiadada para proporcionar un relato accesible del enorme caudal de historia antigua. La intención última del libro es proporcionar una formación histórica actualizada de las creaciones culturales de la Antigüedad clásica que se consideran relevantes, como las obras de arte, el teatro o los avances científicos por parte griega y las villas y ciudades del Imperio romano.

Una de las aportaciones de Tony Spawforth es la importancia que concede a la interacción creativa de griegos y romanos con pueblos vecinos. Estas relaciones, según su criterio, estimuló, en muchas ocasiones, la innovación cultural. Esto incluye las influencias orientales que subyacen en gran parte del florecimiento cultural de las primeras ciudades-estado y los intercambios culturales con los etruscos y los persas. Incluso durante las guerras entre griegos y persas a principios del siglo V a. C., las actitudes griegas ante los bárbaros eran más amplias de miras de lo que cabría esperar. De forma paralela, desde Iberia hasta la India y Asia Central, diversas sociedades acabaron adoptando aspectos destacados del estilo de vida griego, como su lengua. Este tipo de «difusión» de la civilización griega se produjo porque las propias comunidades «bárbaras» así lo eligieron. Los logros tecnológicos, la creatividad cultural propias de la antigua Grecia y, sobre todo, la originalidad de mucho de sus planteamientos debieron resultar muy atractivos para estos pueblos.

Pero la asimilación cultural más trascendental fue la que realizaron los romanos de la civilización helénica y a este proceso dedica el autor una especial atención. Los romanos conquistaron gran parte del mundo de habla griega y durante ese proceso, toparon con el núcleo de la civilización helénica. Y absorbieron, adoptaron y adaptaron lo que encontraron. De hecho, Los griegos antiguos, su forma de vida y sus tradiciones culturales se refugiaron tras los legionarios que custodiaban el Imperio romano, de tal forma que la antigua cultura griega ha llegado a nosotros gracias a la estima y la protección que le prestó Roma.

Otra cuestión en la que Spawforth se aparta de las síntesis tradicionales es la trascendencia que concede a las aportaciones más recientes de la investigación arqueológica. El autor se detiene con morosidad en hallazgos de objetos, interpretación de inscripciones, anécdotas aparentemente nimias y otros testimonios que no sólo aportan una luz nueva sobre la Antigüedad, sino que nos presentan a sus habitantes con las mismas inquietudes que hoy nos agitan. Puede reprocharse a este historiador su insistencia en modernizar a los antiguos, pero lo cierto es que lo eran.  La tecnología, las epidemias, el equilibrio con la naturaleza resultaban tan influyentes entonces como lo son ahora. La democracia ateniense no es, ni por asomo, comparable a la nuestra, pero algunos de sus comportamientos, señaladamente sus excesos y contradicciones, son perfectamente parangonables. La clasificación que realizó Aristóteles sobre los sistemas políticos sigue siendo hoy perfectamente válida.

La opinión que Spawforth tiene sobre el Mundo Clásico resulta, naturalmente, muy positiva y las alabanzas sobre sus logros arquitectónicos, literarios o bélicos se suceden continuamente. No obstante, el propio autor previene contra la visión de presentar a griegos y romanos como «civilizados» que se enfrentaron una y otra vez contra los bárbaros. También incide entre la incómoda contradicción entre su esplendor cultural y la opresión de la población, tolerada por el estado y ejercida de un modo u otro. En el libro no se ocultan la imposición de la esclavitud, la sucesión de guerras inútiles e interminables, el afán por la ostentación y otros aspectos que oscurecen el legado grecorromano, o que más bien, lo presentan en sus verdaderas proporciones.

Un proyecto tan necesario como ambicioso, necesariamente tiene que presentar algunas deficiencias. Añadamos que si el lector admira el mundo clásico encontrará, por fuerza, algunos enfoques que no son de su agrado. Si el libro parte con una actitud rompedora y libre de prejuicios, resulta natural que contribuya al debate sobre un mundo pasado, pero que dista de estar muerto.

Las objeciones que planteamos al discurso de Míster Spawforth son las siguientes:

-        La sintaxis deja mucho que desear y se encuentran aquí y allá fechas erróneas y frases que carecen totalmente de sentido. Suponemos que este defecto depende de la traducción y de la revisión de la edición. En España ambas suelen ser muy descuidada y además no se cuentan con especialistas, por lo que si las novelas pasadas del inglés a nuestra lengua hay que leerlas con reparos, los tratados técnicos o teóricos, como este libros, resultan a veces completamente incomprensibles. No sabemos, en cualquier caso, si achacar al autor o a la traductora, el confundir deliberadamente Grecia con la Hélade y llegar así a ese horror que es Grecidad.

-        El recurso continuado a las obras de J. K. Rowling o a George R. R. Martin puede resultar atractivos a los lectores actuales, como ya hemos mencionado. Pero no deja frío a quienes no hemos participado en el boom de esos libros y toda la parafernalia que les rodea. Por lo demás, y como bien sabemos los gestores de una biblioteca escolar, esos universos de ficción pronto pasarán de moda, si no lo han hecho ya y para los lectores del futuro se convertirán en referencias incomprensibles.  Señalemos que Spawforth ha actuado aquí de una forma muy poco clásica.

-        Iberia/Hispania apenas es mencionada. De acuerdo que nuestro país no desempeñó un papel destacado en la historia de la Hélade, pero difícilmente se puede entender como Roma se transformó en imperio sin tratar largo y tendido como se desarrolló la conquista de la península ibérica, la primera y la más complicada de las empresas coloniales romanas.

-        Una desatención similar se observa en el impacto del cristianismo en la cultura clásica, tema que el autor desarrolla de forma apresurada y con bastante desgana. De momento contamos con escasos testimonios arqueológicos y con muy pocas fuentes escritas más o menos objetivas en las que cimentar el ascenso de esta religión. Pero el caso es que ocurrió y cambió la historia del mundo. De un historiador tan vanguardista como Spawforth se esperaba un enfoque menos tibio. Si nadie duda que Roma se helenizó mientras conquistaba Grecia y Oriente, no es menos cierto que el cristianismo se paganizó mientras se enfrentaba a la cultura grecorromana y la religión olímpica. La pervivencia del legado clásico se debe al cristianismo, no a pesar de él.

-        Polémico resulta la acepción que hace de palabra «clásica», en el sentido de otorgar al legado de Grecia y Roma un respeto y una autoridad exagerada. Pero lo cierto es que se la merecen, entre otras razones por su contribución a la civilización occidental, cuyos mecanismos, no lo olvidemos, son imitados por el resto de civilizaciones del mundo. Spawforth suscita la réplica cuando atribuye esta sobrestimación de lo clásico al Renacimiento y otros períodos de la historia europea como la época Victoriana. Pero los helenos y los romanos invirtieron esfuerzos fabulosos en glorificarse. Los términos «arte» y «propaganda» son inseparables en todos sus testimonios desde las metopas del Partenón a los versos de Virgilio. El alto concepto que tenían de sí mismo griegos y romanos va a influir decisivamente en su sucesivo renacimiento. Pensar que el proceso ocurrió de forma contraria, supone obviar muchas evidencias.

-        El debate sobre lo «clásico» no acaba aquí. En la cultura europea se han venido dibujando dos visiones sobre él: la mediterránea, que valora la continuidad y que incide en una perspectiva vitalista de la antigüedad y otra, la anglosajona, caracterizada por la erudición, que la describe como algo congelado, desaparecido, lejano. Pese a sus perspectivas rompedoras, Spawforth nos parece más cercano a Edward Gibbon de lo que él estaría dispuesto a admitir.


jueves, 4 de junio de 2020

Novedades en nuestra biblioteca: El latido de la tierra



La escritora oscense Luz Gabás reflexiona sobre la España vaciada y el apego a la tierra en su cuarto libro, El latido de la tierra. Se trata de temas que tocan muy de cerca a la autora, ya que hace años decidió retirarse a vivir a Benasque, en las montañas del Pirineo aragonés, y considera que «hay una necesidad de mirar al pasado para comprender el presente», puesto que «hay que saber de dónde se viene para poder transmitirlo a tus hijos».

El latido de la tierra cuenta la historia de un lugar imaginario, Aquilare, un pueblo perdido en el Pirineo aragonés cuyos vecinos se vieron obligados a abandonarlo tras una expropiación forestal, quedando habitada solamente una casa situada en las afueras, la mansión Elegía. La primogénita de la familia, Alira, arrastra el compromiso moral de mantener vivo un legado de generaciones.

A duras penas está consiguiendo sobrevivir, pues los gastos son muchos y los ingresos pocos. Aceptar huéspedes y transformar la casona es una amalgama entre el hotel con encanto y la casa rural, parece la solución. Pero todo se trastorna con la desaparición de una de sus inquilinas y se complica aún más cuando, meses más tarde, aparece su cadáver en la bodega de la casa. El asesino tendría que, necesariamente, uno de ellos: uno de los habitantes de la casa o uno de sus visitantes.

La investigación de la inspectora de la Guardia Civil Esther Vargas sacará a la luz la verdadera naturaleza de los personajes y cambiará el mundo de Alira para siempre. La pesquisa sobre el crimen será el hilo conductor de una historia de amor otoñal que alterna el misterio con una honda reflexión sobre la tradición, la herencia, el amor a la tierra y el dolor por su pérdida.

«No es una novela negra», advierte la autora. Prefiere hablar de una ficción «multigénero, romántica, policíaca, rural, generacional e histórica y plagada de metáforas». Sin embargo, utiliza Gabás los elementos del género policíaco para retratar los problemas morales y sociales de los personajes. «Inseguridad, angustia y miedo son las palabras clave del libro, que como toda buena historia policíaca, trata de explicar la realidad de los protagonistas: un reducido grupo de amigos de la infancia que se reencuentran años después, con problemas no resueltos, con relaciones conflictivas que parecían olvidadas pero que no tardan en emerger.  Como la propia autora señala «El pasado nunca es inofensivo». 

Estas tribulaciones personales tienen como escenario el abandono y la desolación. La autora rememora la Ley de Repoblamiento Forestal de 1941 y que dejo vacíos a casi un centenar de pueblos oscense. Después vendrían los pantanos y el éxodo rural de aquella época conocida, tal vez de forma irónica, como el Desarrollismo. El final de la historia ya lo conocemos: Alemania, Francia o Suiza dejaron de ser la tierra de promisión y el apogeo industrial de Cataluña o la cornisa cantábrica se vino abajo con presteza. Pero los emigrantes nunca retornaron y quedaron vacías comarcas enteras.

La lectura de esta obra hace rememorar otros relatos sobre la despoblación y el abandono de la España rural, otras geografías ficticias sobre comarcas afantasmadas por la emigración, pero que en las que todavía perviven antiguos odios y rivalidades. Recordamos El disputado voto del Señor Cayo de Miguel Delibes, La lluvia amarilla de Julio Llamazares y la saga sobre Región de Juan Benet, señaladamente El Aire de un Crimen. También mencionaremos un hecho real, el llamado Crimen de Fago. Un asesinato presentado por los medios como si fuera una novela de misterio. De hecho, esta escenificación se hizo de forma tan concienzuda que ha inspirado libros y ha acabado por incorporarse a la memoria popular.

Y es que, a fin de cuentas, las aldeas están sacudidas por las mismas pasiones que las ciudades y las soledades de la despoblación más que apagar, parecen reavivar estas pulsiones, estos odios. Con agudeza, Luz Gabás señala que el verdadero declive, la verdadera decrepitud, no es el que agrietaba la casa solariega, sino el que hundía el ánimo de sus moradores.

Hasta ahora, en sus novelas la escritora describía generaciones anteriores a la suya. Según ha afirmado, ahora quería escribir sobre su tiempo y su vinculación con el mundo rural. Un mundo que queda retratado en la novela como decrépito, pero que todavía cuenta «con una puerta a la esperanza» simbolizada en esos okupas que intentan revivir Aquilare.