Atraído por los telefilmes y los documentales del National Geographic el moderno lector se acerca a esta obra pensando que es un relato de los viajes del mercader veneciano y se encuentra con algo muy, muy distinto. Al comienzo Micer Marco Polo nos señala que su intención es una descripción del Mundo (limitada por lo demás a Asia) y en eso no miente.
Partiendo de Armenia el veneciano inicia un itinerario de ida y vuelta a Extremo Oriente en el que no se tarda en perder por completo el rumbo y hasta la orientación. Vuelve continuamente sobre sus pasos, transcribe a la buena de Dios los nombres de ciudades y los títulos de los reyes y cuando identifica algún lugar conocido por el lector, podemos estar seguro de que se equivoca (así para él Bagdad es Susa, el Eúfrates desemboca en el Mar Caspio, etc). En fin, buena muestra de su redacción es este pasaje:
"En la boca de la entrada del Gran Mar (El Mar Negro), del lado del Poniente, hay una montaña que se llama el Far. Pero después de todo, aunque hayamos comenzado a hablar del Gran Mar, lamentaríamos ponerlo por escrito, porque mucha gente lo saben de memoria. Y por eso lo dejaremos y empezaremos a hablar de otra cosa; y os hablaremos de los tártaros de Poniente y de los señores que allí reinan."
El grueso del relato son descripciones de provincias y ciudades que parecen anotaciones de la agenda de un mercader. De cuando en cuando señala la existencia de algún animal inusual (siempre mirando su aprovechamiento económico) o refiere alguna costumbre o ritual que se salga de lo corriente. Si se imagina Asia Central como un conglomerado de estados de fronteras cambiantes y nombres confusos, con ciudades milenarias venidas abajo allá donde la estepa es ya desierto, el Libro de las Maravillas no le aportará nada nuevo.
A veces a lo largo de varios capítulos relata leyendas piadosas (en Mesopotamia los cristianos hicieron mover una montaña) e interminables batallas de los sucesores de Gengis Khan (una de ellas contra el Preste Juan). En todo esto las inexactitudes se multiplican y además esta relatado con aridez y sin ningún entusiasmo. Marco Polo podrá ser espontaneidad, pero desde luego no es frescura.
Los supuestos descubrimientos que le han dado a Polo un lugar en la historia (la mención del amianto, la porcelana o el cielo austral…) son valoraciones modernas. Él no los destaca y sus lectores las encuadrarían junto a los edificios recubiertos de oro y las águilas empleadas en la recolección de diamantes.
Marco Polo dictó el libro en una estancia en la carcel a un tal Rustichello de Pisa allá por el 1299. Escogieron como lengua el francés de los romances y las canciones de gesta. Extrañamente en el libro aparecen sucesos chinos posteriores a esa fecha, por lo que suponemos que el veneciano aprovechó para corregir el libro, ocasión que bien podría haber aprovechado para corregir los ‘se me olvidaba’ y los ‘ahora recuerdo’.
Con todo esto la descripción del Mundo, conocida como ‘Il Milione’ tuvo un éxito sensacional y tuvo tantas traducciones, que el texto original se perdió en una maraña de versiones, resúmenes, relatos conjuntos de viaje a Oriente… en España (donde a su autor se le conoció como Marco Paulo) fue leída ávidamente tanto en la época del manuscrito, como en de los incunables.
Un último apunte: su fantasiosa descripción de Çipango (Japón) como el país aurífero por excelencia tuvo en el joven Colón el impacto que todos sabemos. Tal vez con esta mención cambió la historia del Mundo. En cambio resulta inexplicable que un mercader (y funcionario de alto nivel durante más de veinte años) no llegase a comprender (y explicar a sus conterráneos) la relevancia de la imprenta y del papel moneda. Imagínense una Europa con ambas invenciones desde el 1300.