jueves, 12 de junio de 2008

Hardouin, el Radical





La incredulidad en algunos hechos de la Antigüedad y en la autenticidad de algunos de las obras de su legado literario es una opinión antigua y que aún que aparece de cuando en cuando más o menos fundamentada. Hay que pensar que de las crónicas y otros libros se han perdido los originales y la distancia entre ellos y los códices conservados puede superar el milenio, siglos en los que los monjes y otros copistas deslizaban en sus manuscritos errores, omisiones, tergiversaciones…

En esta línea la tesis más audaz aparece en la persona y el lugar más insospechado. Se trata del padre jesuita Jean Hardouin que vivió en esa exaltación de lo clásico que fue el Grand Siècle. Hay que señalar que este sacerdote no lanzó sus acusaciones desde el desconocimiento. Todo lo contrario, fue un pulcro editor de algunas obras de la Antigüedad (entre ellas la Naturalis Historia) y destacó como estudioso de las monedas antiguas. Por último sus dardos no sólo se dirigían contra la Gentilidad, pues también puso a la Santa Iglesia en entredicho.

En su Prolegomena ad censuram veterum scriptorum sostenía que de las obras de autores griegos y latinos sólo eran auténticas la Ilíada y la Odisea, la Historia de Herodoto, la obra de Cicerón, las sátiras de Horacio, las Geórgicas de Virgilio y la Naturalis Historia de Plinio el Viejo. Todo lo demás eran falsificaciones realizadas por los monjes benedictinos en el siglo XIII bajo la dirección de un tal Severus Archontius. Estos monjes, que debieron trabajar como un ejército de duendes, extendieron su actividad a medallas, inscripciones… Parece ser que los Evangelios y los demás libros del Nuevo Testamento se salvaban de esta apoteosis del fingimiento, pero indicaban que las primeras versiones (en griego) no eran sino traducciones del latín…

Ya hemos señalado que de Virgilio salvaba las Geórgicas, pero no el resto de sus obras. En concreto la Eneida le parecía un poema alegórico del viaje de San Pedro a Roma y el episodio de Dido era el abandono del judaísmo y la sinagoga… ¿Debíamos señalar que para Hardouin el apóstol jamás llegó a la ciudad eterna?

En fin, Hardouin fue obligado a retractarse de sus tesis, pero su radicalismo apasionado nos inspira varias reflexiones:

a) La importancia de los textos clásicos no está tanto en su antigüedad, sino en su mérito literario. Nicolas Boileau-Despréaux señaló que le hubiera gustado conocer al “Hermano Horacio” y a “Dom Virgilio”.
b) Ciertamente todo el legado clásico podría haber desaparecido por entero (como ocurrió con el de otras civilizaciones de la Antigüedad), o se podían haber conservado libros que se perdieron, o sus ilustraciones. En fin, hoy no se esperan grandes revelaciones, pero el canon está aun abierto y en tumbas, en bibliotecas particulares o en libros sin catalogar pueden aparecer nuevos testimonios.
c) En la Edad Media se realizaron imitaciones muy hábiles de la Antigüedad (con o sin ánimo de falsificar). El llamado Renacimiento Carolingio o el Macedónico en Bizancio son ejemplos sorprendentes en el que en los textos y miniaturas aparece lo clásico en todo su vigor.

(Reproducimos dos obras maestras del Renacimiento Carolingio: una imagen de San Mateo y un ejemplar de la Arquitectura de Vitruvio.)

1 comentario:

Lola Roldán Riejos dijo...

Totalmente de acuerdo con tus tres reflexiones. Añado que es posible esperar nuevos textos de autores poco conocidos, interpolaciones hábilmente escogidas.
Un tema interesante es también el de las traducciones efectuadas en un contexto sincrónico determinado. Contrastar las "interpretaciones" que se han hecho de los textos clásicos es fascinante, basta con cotejar los aparatos críticos de obras griegas, por ejemplo.