En la Roma republicana estaban prohibidos los teatros, anfiteatros y todo edificio destinado a espectáculos (salvo los circos). Se afirmaba que estos lugares podrían ser usados como lugares de agitación política, pero tal vez se proscribiesen por esa impresión fantasmal que nos producen los graderíos vacíos. En esta imagen los espectrales grafitti medio borrados y la sombra a lo Chirico del monumento a Tomás Beviá acentuan esa impresión de inquietante ausencia.
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