jueves, 26 de junio de 2008

El Hymno a Memnón


Ha pasado un año hasta reecontrarnos con este don del pleno día en la madrugada. Importa menos madrugar si uno se levanta al unísono con el Sol. Verdad es que le hemos acompañado primero en sus desfallecimientos otoñales hasta entrar en la era de las tinieblas. Luego hemos asistido a su pausada recuperación truncada por el cambio de hora, pero al final ha llegado junio y nada parece interponerse al Titán en una jornada que no parece tener ya ni principio ni fin.

Aparte de la imagen (que es de un amanecer primaveral) incluimos un laudes dominical que consideramos el himno solar por excelencia. Con pocos cambios lo podrían haber entonado los sacerdotes de Aureliano.

martes, 24 de junio de 2008

Biblioteca en soledad


Esta semana la biblioteca del instituto aparecía vacía, extraña. Sin alumnos mirando estanterías, sin murmullos. Producía una impresión de tristeza, de final de etapa, de espera. La tranquilidad tantas veces ansiada en las mañanas de trajín, con decenas de lectores en la entrega y préstamos de libros, de entrar y salir alumnos, la soledad preciada en otro tiempo para seguir con la catalogación bibliográfica tantas veces interrumpida por las llamadas para buscar un libro concreto, o aconsejar una lectura, o explicar cómo colocar los tejuelos a los ayudantes de biblioteca, en fin, las mil molestas paradas en el trabajo emprendido durante los recreos de este curso, ahora se antojaban necesarias, indispensables, imperiosas para dar sentido a los mudos estantes, a los libros nuevos, a las revistas y novedades, a mi presencia allí.
Un alumno de 1º abre la puerta con gesto cohibido, con la simpatía que siempre me provocan su timidez y su retraído afecto, le pongo mi mejor sonrisa. Quiere devolver un libro que aún no ha leído por completo, y cuando le ofrezco la posibilidad de mantenerlo en su poder durante el verano, una intensa sonrisa se dibuja en su rostro. Era lo que esperaba oír. Se marcha contento con palabras y promesas de regreso a la Biblioteca en el crepúsculo de las Pléyades, en el agonizante calor de septiembre.
Ignora que su llegada en la solitaria mañana quebró el abandono que se respiraba en el ambiente, cercó el páramo de añoranza que ascendía por los deshabitados muebles y fortaleció las desgastadas fuerzas que se precipitaban en brazos de una desoladora melancolía.

domingo, 22 de junio de 2008

El dios del mar


Los azules amaneceres de junio traen a la memoria retazos de la luz de Grecia. Contemplar un paisaje o meditar sobre la vida, la belleza desgastada de la historia, a la sombra de las columnas de un templo griego es un placer que los recuerdos mantendrán siempre. Acabando el curso escolar, la imagen debe mostrar el ocaso de un paisaje. Si alguno de nuestros lectores se encamina este verano a la tierra de los dioses, no olvide visitar el templo de Poseidón en el cabo Sunion. Allí, si las hordas de turistas se lo permiten, podrá solazarse en la contemplación de una de las más hermosas puestas de sol. Quédese en soledad y silencio unos instantes respirando la brisa dulce del Ponto. La noche subirá el telón de una sobrecogedora belleza. Lo que nunca arrastra el Leteo (olvido) en su torrente de años.

sábado, 21 de junio de 2008

El Secreto de los Graderíos



En la Roma republicana estaban prohibidos los teatros, anfiteatros y todo edificio destinado a espectáculos (salvo los circos). Se afirmaba que estos lugares podrían ser usados como lugares de agitación política, pero tal vez se proscribiesen por esa impresión fantasmal que nos producen los graderíos vacíos. En esta imagen los espectrales grafitti medio borrados y la sombra a lo Chirico del monumento a Tomás Beviá acentuan esa impresión de inquietante ausencia.

miércoles, 18 de junio de 2008

Microrrelato "Una mariposa" de Andrés Neuman

Mamá, exclamó la niña llegando a la carrera, mamá, ¿para qué sirve una tela de araña?Su madre la miró extrañada. El marido, que en ese momento hablaba por su teléfono móvil, le sonrió de reojo.
............
¿Cómo para qué sirve?, preguntó la mujer parpadeando. Sí, insistió la niña, ¿las telarañas son buenas o malas? Su madre le acarició el cabello, le acomodó las solapas de la camisita y, para ganar un poco de tiempo, dijo: ¿Por qué lo preguntas, mi cielo? Ahí, en ese árbol, la informó la niña, hay una mariposa muy bonita. Yo la he visto. Está atrapada en una tela de araña y no puede salir. ¡Ah!, rió su madre, ya entiendo, ¡pobrecita mariposa! Es muy bonita, repitió la niña, y no puede salir. ¿Quieres que la salvemos, cariño?, le propuso su madre. Sí, contesto la niña con mucha seriedad. Su madre se levantó del banco. Caminaron juntas hasta el árbol. La niña señaló una de las ramas. Al principio la mujer no vio nada. Al rato divisó a la mariposa, una mariposa de vetas amarillas y turquesas, agitando débilmente una de sus alas. Así me gusta, la felicitó su madre alzando a su hija en brazos, ¡allá vamos, preciosa!, ¡suéltala, araña mala!.................
El padre de la niña colgó el teléfono y se acercó al árbol. Observó atentamente a la mariposa. Mientras tanto la niña había partido una ramita y la blandía estirando un brazo a duras penas, tratando de llegar hasta la telaraña.......................
Oye, dijo él tocándole un hombro a su esposa, disculpa, ¿por qué no le has contestado? Ella se volvió hacia su marido. ¿Cómo?, dijo sin dejar de sostener a su hija en lo alto, ¿qué dices? Pregunto, le dijo él al oído, por qué no le has contado la verdad. ¿Y cuál es la verdad, si puede saberse?, murmuró ella con fastidio. Muy fácil, querida, contestó él en ese tono de neutralidad científica que solía adoptar cuando discutía con su mujer. Que por muy feas que sean las arañas, en realidad no son ni buenas ni malas, sino que se limitan a sobrevivir. Que la tela de araña es su medio de vida, igual que otros seres pescan, cazan o lo que sea. Que todo tiene un ciclo y las mariposas también, aunque sean muy bonitas. Si me lo hubiera preguntado a mí le habría explicado eso. Tenemos que educarla en la complejidad de las cosas, ¿no?, es ley de vida. Muy bien, contestó ella levantando un poco la voz, pero la niña no te lo preguntó a ti sino a mí. A lo mejor fue porque tú estabas hablando por ese dichoso teléfono, como casi siempre que salimos de paseo con ella. Además para mí educar a nuestra hija también consiste en enseñarle a proteger lo que es hermoso, aunque sea muy frágil o dure muy poco. Esto también es ley de vida, señor sabelotodo. Y no veo por qué el escepticismo va a hacerla más sabia que la compasión por la belleza. ¡Bueno, bueno!, retrocedió él, tampoco es para tanto, no te enfades. No me enfado, dijo ella, me da pena.
................En el parque empezaba a soplar el viento. Las hojas se agitaban como insectos a punto de echar a volar.
...................... Mientras sus padres seguían discutiendo, el brazo de la niña hizo un último esfuerzo, alcanzó su objetivo y movió la ramita dentro de la telaraña. Enseguida la ramita destrozó el entramado e impactó bruscamente contra el tronco, haciendo caer al suelo a la pequeña araña y aplastando a la mariposa de alas amarillas y turquesas.

DOCTUS LITTERARUM


De la Revista electrónica Foro de Educación, este fragmento de un artículo de José luis Hernández Huerta describe perfectamente lo que pensamos respecto al tratamiento de las Humanidades en la Enseñanza.


“Algunas de las disciplinas fundamentales han sido relegadas a un segundo plano, y las que aún disfrutan de tal status se han visto reducidas considerablemente, en beneficio de materias de escaso o nulo valor formativo real y de menor trascendencia. Las Humanidades han sido las más afectadas en las nuevas rebajas académicas, a pesar de su relevancia en el porvenir. Quizás la razón para cometer tal imprudencia haya sido que éstas carecen de visible aplicación práctica, que sólo responden a los intereses de una minoría. Nada más alejado de la realidad. Las Humanidades son la quintaesencia del Hombre, lo genuinamente humano, sin las cuales cualquier técnica o avance científico o tecnológico pierde su razón de ser, pues los medios se convierten en fines y éstos en nada; son las herramientas que los individuos requieren para generar pensamiento, para explorar los confines de la libertad, descubrir los límites efectivos de ésta y hacer un uso responsable de la misma; son el abono indispensable para que brote la tan ansiada creatividad y regrese la extrañada genialidad; son la lente de aumento necesaria para mantener una actitud crítica ante la realidad –discernir la verdad de la mentira– y valorar las cosas en su justa medida –estimar la bondad o maldad de algo–; son, en definitiva, el trampolín que permite a los individuos atreverse a utilizar su propia inteligencia.
Pero el mayor valor de la Humanidades reside en que son las únicas que posibilitan que el individuo tome conciencia de dónde viene, entienda el presente, se proyecte hacia el futuro y se atreva con éste. Y erradicarlas de los planes de estudio significa ceder ante la comodidad proporcionada por el suicidio asistido.

Los horrores de la guerra

Estamos en 1638 y la guerra -que pasaría a la historia como la de los treinta años- asola Europa como ningún otro conflicto lo ha hecho hasta entonces. En un Flandes cuya suerte se decide a Rubens se le acumulan los encargos de cuadros de príncipes victoriosos en los campos de batalla. Aun así encuentra tiempo para visitar las distintas cortes, siempre orientando la aureola de sus pinceles hacia una paz cada vez más improbable en la que se mantenga un status quo presidido por el Imperio Hispánico. No debe extrañarnos esa elección, pues al fin y al cabo Felipe IV era su señor natural y de él siempre se declaró fiel súbdito.

Entre las alegorías de los caudillos y las empresas diplomáticas se las arregla para pintar (con su taller) un monumental óleo (mide más de tres metros de largo), eso sí con la ayuda de su taller. La colosal obra la titula 'Los Horrores de la Guerra' y puede verse como el testimonio más elocuente sobre su visión del conflicto. Contamos además con una carta suya en la que descifra este apasionado torbellino de imágenes:

“La figura principal es Marte, que acaba de abrir la puerta del templo (la cual, de acuerdo con la costumbre romana, permanecía cerrada en tiempo de paz) y sale precipitadamente con un escudo y una espada ensangrentada, amenazando con grandes desastres. Presta muy poca atención a Venus, que, acompañada de unos cupidos, trata de retenerle con caricias y abrazos. Por el lado opuesto le arrastra la furia Alekto, que lleva una antorcha en la mano. Cerca hay dos monstruos que personifican la Peste y el Hambre, siempre acompañando a la guerra. En el suelo, vemos de espaldas una mujer con un laúd roto, representando la Armonía, incompatible con la disonancia de la guerra. Una madre con un niño en brazos indica que con la guerra han quedado frustradas la fecundidad, la procreación y la caridad. Vemos, además, un arquitecto caído de espaldas, con sus instrumentos en la mano, para demostrarnos que la paz ayuda al crecimiento y embellecimiento de las ciudades, mientras que la fuerza de las armas las destruye y las reduce a ruinas... La afligida mujer vestida, con el velo rasgado y desprovista de joyas u otros adornos, es la infeliz Europa, que desde hace ya tantos años está sufriendo saqueos, ultrajes y desgracias”.

Una deducción obvia es el peso de la tradición clásica en Rubens y sus mecenas. Puede parecer que el pintor contempla la guerra como el horror, pero que es incapaz de despojarse de lo que ya es anacronía y mero ropaje alegórico. Callot, Velázquez y otros contemporáneos suyos ya reflejan la guerra tal cual es. En la pintura que se avecina las victorias aladas, los protectores celestes o las furias van a tener cada vez un papel menos relevante hasta desaparecer sin ninguna gloria.

O tal vez si que el cuadro tenga una modernidad que no se divise a primera vista. Tal vez sea el puente entre las guerras de galeras y elefantes y las de los bombardeos y los tanques. Sólo se necesita invertir la obra y que un investigador -Santiago Sebastián- sueñe una evidencia que a todos había pasado desapercibida.