Autor: Arturo Pérez-Reverte
Título: La isla de la mujer dormida
Novela
Editorial: Alfaguara
416 páginas.
Presentada como “Novela de mar, amor y aventuras”, es la novela que siempre había querido escribir, como indica el propio Arturo Pérez-Reverte. Y el escenario no podría ser otro que su idolatrado Mediterráneo y concretamente en el Mar Egeo y en una de las islas Cícladas, que da el título a la obra. Antes de añadir este territorio al largo catálogo de islas ficticias del Egeo, don Arturo nos advierte que la isla existe, pero no con ese nombre.
El marco temporal nos lleva a la guerra civil, o mejor dicho a las implicaciones internacionales de la guerra civil, ámbito aún mal conocido, pese a que la injerencia o el desapego de las potencias extranjeras fue determinante en el desarrollo y final del conflicto. El año escogido, 1937, revela una cuidadosa elección. Es ese sombrío momento en que la guerra se alarga, su influencia en Europa se agranda y el vínculo entre la República y la URSS se afianza.
Nos encontramos aquí en uno de los principales aciertos del libro. Como buen autor de novela histórica, Pérez-Reverte nos introduce en un campo prácticamente desconocido y al mismo tiempo que nos deleita, nos hace aprender. La trama se basa en una operación que nunca existió pero que resulta perturbadoramente verosímil: el bando sublevado decide atacar de modo clandestino el tráfico naval que desde la Unión Soviética transporta ayuda militar para la República. Para ello cuenta con la ayuda de Alemania e Italia y con la solapada colaboración del gobierno griego. La base de operaciones de los corsarios es esa pequeña isla del mar Egeo. Estos mercenarios cuentan con una torpedera para sus combates.
Toda esta parte del libro impresiona por el manejo del autor de la náutica y del armamento. Vaya por delante el aviso de que el autor no se pierde en aburridas descripciones técnicas o en largas parrafadas para aclarar al lector tal o cual estrategia o peculiaridad. El ritmo de la acción no decae, como tampoco la verosimilitud de lo narrado.
Simultáneamente, la trama se desarrolla en un segundo (y necesario) escenario: Estambul, ese cuello de botella de la ayuda naval soviética y en la que Loncar y Ordovás, los representantes oficiosos de la España sublevada y la republicana conspiran y para conseguir el triunfo de su causa, no dudan en dialogar e intercambiar informaciones. Por medio de rápidas pinceladas el autor nos demuestra el conocimiento que posee de la antigua capital otomana. La ominosa pujanza del régimen de Stalin se va insinuando en los últimos capítulos.
Como es de suponer, al final se producirá un encuentro naval decisivo entre el bando hispano-soviético y los corsarios. Y como suele suceder en las novelas de este género, y más en las de don Arturo, los hombres se impondrán a las contradicciones y miserias de los regímenes políticos en los que se encuadran y pondrán su valentía y su sentido del deber por encima de las causas y de su propia vida. Los que conocemos al autor sabemos que siempre presenta a las dos facciones de nuestra guerra civil bajo la misma luz desfavorable y esta novela cumple esta visión a rajatabla. De todas formas, es un esquema que Pérez-Reverte reitera en todas las etapas de nuestra historia: personajes que luchan hasta el último aliento por causas que desprecian.
Contado así, nos queda un relato simple protagonizado exclusivamente por hombres y que responde a un esquema que ha caracterizado a Julio Verne, Hergé y tantísimos autores de novelas destinadas al gran público y cómics de amplia difusión. El monopolio del género masculino se justifica por el ámbito escogido (soldados, marineros, exploradores…) y como convención del género. Entre otras razones, estos criterios hacían aptas estas producciones para el público juvenil.
Pero don Arturo decide introducir una mujer. Bueno, una mujer y un triángulo amoroso. Recordemos que se trata de una “Novela de mar, amor y aventuras” y añadimos que el fragmento que se reproduce en la publicidad de la obra es de uno de los encuentros amorosos. De pronto esa isla reducida remota y despoblada alberga un palacete habitado por un barón, Kateilos, su mujer, Lena y la correspondiente servidumbre.
La presencia del barón puede pasar y justificarse. El lector puede ver en él a un representante de esa Europa aristocrática que ha sobrevivido a la Gran Guerra para venirse abajo en esa vertiginosa década de los treinta. Es una figura conocida por las novelas británicas y popularizadas por las series y películas en ellas inspiradas (El amante de Lady Chatterley, el Retorno a Brideshead, Lo que queda del día…) y siempre necesaria. Es un mundo milenario que, sin estrépito, se vino abajo. Pero Don Arturo rodea siempre al barón de citas literarias y artísticas que pecan de pedantería.
Lena, su mujer, es una femme fatale arquetípica. Como en tantas novelas de Pérez-Reverte, el malo de la película es siempre una mujer. No hay tal triángulo amoroso. Lena se lleva a la cama sin mucho negocio al protagonista, Miguel Jordán Kyriazis, y el barón soporta el adulterio con contenida resignación. Esta intriga no aporta nada al relato, debilita la estructura de la novela y hunde su lograda verosimilitud. Jordán que era un héroe arquetípico y plano sin complicaciones morales, en la estela de Allan Quatermain o de Tintín, se reviste ahora de retos éticos y de vínculos afectivos que le vienen muy largos.
En nuestra opinión, La Isla no es una novel fallida, pero si es una obra lastrada y en la que la verosimilitud y el rigor alternan con episodios teatrales, abrumados por referencias literarias y cinematográficas. No dudamos que los incondicionales de Don Arturo disfrutarán con esta nueva obra y se deleitarán con lo que nosotros tanto criticamos. Para el resto de los mortales se trata de una novela recomendable y de ágil lectura y que lo hubiera sido mucho más si se hubiera quedado en “Novela de mar y aventuras”.
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