lunes, 10 de junio de 2024

Fallo del Décimo Certamen Literario «Nulla Dies sine Linea»

 


El pasado 20 de mayo (lunes) el jurado del Certamen Literario “Nulla Dies sine Linea” emitió su veredicto:

En la modalidad de poesía la obra ganadora ha sido Dolores de Santiago de la alumna de 1.º de Bch. «B» Alba María Rodríguez Cáceres.

En la modalidad de microrrelato (ESO) la obra  ganadora ha sido ¿Por qué lees? de la alumna de 2.º de ESO «B» María Moral Sánchez.

En la modalidad de microrrelato (Bachiller) la obra ganadora ha sido Policias y Ladrones de la alumna de 2.º de Bch. «B» María José Reyes Fernández.

En la modalidad de microrrelato (ESO) la obra ganadora ha sido ¿Ha merecido la pena? de la alumna de 2.º de ESO «B» Alba Villaécija Caraballo.

En la modalidad de relato (Bachiller) la obra  ganadora ha sido La última vez de la alumna de 2.º de Bch. «B» María José Reyes Fernández.

Los premios de este certamen se otorgarán en la graduación de 4.º de la ESO, dentro de la entrega de distinciones de los distintos departamentos. Pero creemos que triunfar en la competición más antigua y prestigiosa de nuestra biblioteca, bien merecen la foto que reproducimos. Posan con las ganadoras dos compañeros de Alba: Lucía Aguilar Macías y Joaquín Martínez Isla.

Falta en la instantánea la doblemente premiada María José Reyes Fernández, que ya no se encuentra en el Centro al terminar las clases del 2.º de Bachiller. En su última jornada en el Vélez pudimos hacerle el retrato que reproducimos a continuación.


Desde aquí queremos felicitar a las alumnas triunfadoras por el talento demostrado en sus producciones literarias, obras bien construidas y planteadas con una seriedad impropia en unas autoras en edad escolar.

Este año hemos podido contar con una participación estimable de originales, aunque seguimos sin contar con alumnos varones que se presenten. Todas las obras entregadas han destacado por su calidad. Por ello, a los miembros del jurado nos ha costado llegar a tomar la decisión en cada uno de los apartados.

Frente a las carencias de otros años, en esta ocasión casi todas las categorías han quedado cubiertas y en sus dos niveles: ESO y Bachillerato. Se ha cumplido la profecía que lanzamos en los años de espigas marchitas: cuando la biblioteca vuelva  a las condiciones de las que gozaba antes del COVID, se repetirán las altas participaciones en sus actividades y volverá la excelencia de las obras realizadas por nuestros alumnos.

Pero dejemos las reflexiones sobre el pasado y el futuro y pasemos a ese gozoso presente que es el talento de nuestras alumnas escritoras.

DOLORES DE SANTIAGO

 

Dicen que tu palio es el cielo

y que aquí se hace de piedra,

donde tantas veces te recé

hablándote con poemas.

 

Donde tu pena es más grande

sabiendo de su condena,

madre de los dolores

soberana y señora eterna.

 

Que hasta las rosas te envidian

y quisieran ser más bellas,

para igualar tu rostro

y ser espejo de tu belleza.

 

Ahora te pido, señora,

dame fuerzas y más fuerzas,

para llevarte con arte

cómo se lleva a una reina.

 

Que no derrames más lágrimas,

que no tengas más tristezas.

 

Écija entera te quiere,

y se hace pañuelo de seda

para secar tus mejillas,

bañadas por la pureza de sentimiento

divino, por tu hijo

que se entrega y expira perdón y amor

al mundo que lo contempla.

 

Señora de Santiago,

tú, la madre más perfecta,

tú, virgen de entre las vírgenes.

 

Eres consuelo y maestra,

eres consuelo del hombre

que hoy ante ti reza.


Alba María Rodríguez Cáceres, 1.º de Bachillerato de Humanidades.

¿POR QUÉ LEES?

Siempre había una chica con la nariz metida en un libro; escondida en algún lugar recóndito de la biblioteca.

- ¿Por qué lees?, leer es un aburrimiento y una pérdida de tiempo-. Le decían sus compañeros, escrutándola con la mirada.

 -No es aburrido ni una pérdida de tiempo-. Contestaba ella sin inmutarse.

En el fondo sí le importaba. Pero llegó el día que se adentró en un mundo nuevo. Ella comenzó a reír, a llorar, a emocionarse y sumirse en la decepción; ella sola, en la compañía de los libros, que no la juzgaban. Solamente la transportaban a un universo paralelo, donde podía llegar a ser lo que su campo de la imaginación le permitiera, algo que jamás haría en la vida real.

María Moral Sánchez, 2.º de ESO «B».

POLICÍAS Y LADRONES

 Nos habíamos conocido un verano tan caluroso como el resto en aquel pueblo pequeño perdido de la mano de Dios. Tú habías llegado con tu padre una tarde de julio en la que yo estaba jugando en el patio a correr sin parar.

Recuerdo que tu padre me señaló y yo saludé con energía en vuestra dirección, a lo que tú no pudiste evitar sonreír.

Desde ese día, durante lo que restaba de verano, nos dedicamos a jugar a policías y ladrones con algunos niños más del vecindario. Todos solían perder nada más empezar, y la partida acababa por convertirse en un uno contra uno, en el que tú eras la policía y yo el ladrón.

Recuerdo los gritos de alegría cuando ganábamos nosotros, y los abucheos y algún que otro llanto cuando tú salías vencedora.

Ese verano sirvió para que nos convirtiésemos en grandes amigos, mejores amigos incluso. Cuando el resto de niños se iban a sus casas, tú y yo nos quedábamos tumbados en el césped del patio, hablando de lo que fuera que hablasen los niños de diez años.

Tú soñabas con ser policía, como tu abuelo. Ayudar a los demás y luchar por lo que estaba bien y por lo que creías que era correcto. Yo soñaba con tener dinero. Poder comprar todo lo que quisiera y viajar por el mundo sin preocuparme por los gastos.

Y esos sueños que poco tenían que ver uno con el otro, encontraban un lugar donde coexistir en el patio de mi casa.

Cuando el verano terminó, tu padre y tú os marchasteis del pueblo. Recuerdo que te abracé con fuerza y te prometí que, algún día, de alguna forma, nos volveríamos a encontrar.

Me hubiera gustado que nuestro reencuentro hubiese sido tan bonito y emotivo como había imaginado durante tantos años, pero, una vez escuché a alguien decir que, cuanto más planeas algo, peor es el resultado.

Había que ver el lado positivo, al menos nuestro reencuentro se parecía a los viejos tiempos, de alguna forma.

El suelo era verde, aunque no por el césped, sino por los billetes y las joyas que se habían desperdigado cuando se me cayó la bolsa de las manos. Volvía a ser un uno contra uno de policías y ladrones, pero, en esta ocasión, yo tenía una pistola apuntándome a la cabeza y tú no podías permitir una mancha en tu impecable reputación.

María José Reyes Fernández, 2.º de Bachillerato “B”.

22 DE AGOSTO

Siento algo pesado sobre mi vientre que no me permite respirar, consigo abrir los ojos. Mi yegua está tumbada encima de mí, cubierta de sangre. Se levanta apoyando las rodillas y rueda hasta caer por el precipicio que tenemos al lado.

El miedo se apodera de mi cuerpo y hace que me cueste respirar. No tengo miedo a morir, nunca lo he tenido, me da miedo no haber disfrutado al máximo cada segundo de mi vida. Todo se vuelve negro, mis pensamientos y el miedo se apagan.

Los gritos a mi alrededor me despiertan. Consigo abrir los ojos y pongo todo mi esfuerzo en levantarme. La cabeza me da vueltas, me falla la rodilla y me duele todo el cuerpo. A mi alrededor todo es un caos, hay sangre por todos lados, pedazos de piel, restos de órganos y lo que creo que es el parachoques de un coche, que está manchado de sangre.

- ¡Socorro, no siento las piernas! - grita Julia tumbada en la carretera, tiene una brecha en la frente y he su lado está su yegua, encima de un charco de sangre.

Sergio está tumbado debajo de un árbol a mitad del precipicio, llorando y gritando algo que no consigo entender. A su lado están su caballo y mi yegua, muertos.

- ¿Qué ha pasado? - susurro.

-Nos ha atropellado una furgoneta- dice Raúl con un miedo indescriptible en la voz.

Todo se vuelve negro de nuevo, de repente el suelo desaparece y estoy cayendo al vacío.

Me despierto con el pulso errático y la piel pegajosa, agarrándome a las sábanas.

"Me llamo Alma. Tengo 13 años. El 22 de agosto, el que pensaba que sería uno de los mejores días de mi vida, nos atropelló una furgoneta. Han pasado siete meses. Sobreviví. Mi yegua no corrió la misma suerte, teníamos tantos sueños por cumplir, y ella dio su vida para que yo pudiera cumplir los míos.", me recuerdo a mí misma, ya que, a lo largo de estos siete meses, me he dado cuenta de que me ayuda a volver a la realidad.

Han pasado siete meses desde el 22 de agosto y me he dado cuenta de que una parte de mí murió ese día.

Este microrrelato está basado en hechos reales.

Alba Villaécija Caraballo, 2.º de ESO “B”.

LA ÚLTIMA VEZ

Faltan menos de dos meses para selectividad. Ese examen que retumba en tu cabeza, y cuyo nombre parece brillar en neón en cada esquina del instituto.

 Debería escribir un relato, pero, si algo me ha enseñado leer El Cuarto de Atrás, es que recordar cosas, aun de forma desordenada, también es contar historias. Y como esta va a ser la última vez que escriba algo para el Vélez, tal vez merece la pena no escribir un relato, no ganar, y en su lugar contar una historia sin personajes ficticios (más allá de los que viven en mi cabeza).

Tal vez, por esta vez, estaría bien dejar la fantasía a un lado y centrarme en la realidad, esa realidad que me ha acompañado durante seis años y de la que pronto toca despedirse.

Realmente, no soy una persona ansiosa (un momento, me explico antes de que algún profesor abra la boca). No suelo preocuparme por cosas que sé que no puedo controlar. Selectividad me aterra, el examen de lengua también, y el de historia, y el de mates... Pero no me aterra que se acabe el instituto (al menos ahora, que alguien me pregunte a finales de mayo a ver que respondo). Sé que tiene que terminar. No puedo pretender ser una estudiante de E.S.O toda la vida, aunque no me parezca del todo mal.

Al menos, si fuese estudiante de instituto eternamente, aprendería siempre cosas nuevas de todos los temas, no solo de uno en concreto. Y eso es otra cosa que me aterra; no saber lo que estudiar.

Vuelvo a hacer una pausa antes de que alguien coja las carreras de la facultad de Sevilla y me subraye con rotulador rosa fosforito Filología Hispánica. Sí, es algo que me encanta, me encanta lengua. Me lo paso bien haciendo sintaxis y aprendiendo sobre autores y sus formas de escribir (hay una frase que dice algo así como “para ser un buen escritor, antes hay que aprender de los grandes escritores”). Pero también me gusta hacer problemas de mates, me encanta el inglés, muy a mi sorpresa me gusta mucho empresa, y geografía no está tan mal como yo me la imaginaba.

Ese es mi mayor problema, en realidad, más grande que no saber que estudiar o de qué trabajar. Mi problema es que me gustaría aprender todo lo posible sobre todas las cosas posibles, pero eso es imposible. No suelo admitirlo, pero me da mucha rabia cuando no entiendo de lo que hablan los de humanidades, por eso siempre les pregunto cosas y les dejo que me escupan la teoría cuando tienen un examen. En menor medida, también envidio a los de ciencias cuando hablan de cosas de biología (y mira que yo no es que sea precisamente la fan nº1 de las ciencias de la salud), aunque hay cosas que recuerdo por haber estado en cuarto de ciencias. También envidio el dibujo técnico del bachiller tecnológico, por muy difícil que sea, pero me encantaría ser capaz de ver una composición de figuras geométricas y decir “yo sé hacer eso”.

Y por más infantil que parezca decir que “lo quiero todo”, no creo ser la única que piensa así, aunque casi todos mis amigos tengan las cosas muy claras y asignaturas que odian. Nunca he podido decir que odio una asignatura. Pueden aburrirme, no gustarme o pillarles asco (vuelvo a mi trauma en proceso de curación con geografía), pero siempre acabo aprendiendo algo más o menos útil de ellas (mención honorífica a educación física por enseñarme a hacer trucos con la comba).

Aunque sí que he tenido asignaturas favoritas. Siempre me ha gustado inglés, me ha resultado fácil, entretenido... Además, si hay algo de lo que carezco es de vergüenza, así que nunca me ha resultado un problema hablar o leer en inglés (es más, el speaking es mi parte favorita), por no hablar de que nueve de cada diez canciones que escucho están en inglés.

Historia para mí empezó el año pasado. Los otros años digamos que no me enteré ni del año que estaba estudiando. Dicen que la asignatura gana mucho con un buen profesor, y quien dijera eso no se equivocaba. Más allá de tener que aprenderme un puñado de constituciones y palabrejas extrañas que acabo consultando en la RAE, historia es divertida (sí, como estás leyendo, historia es divertida). Podría considerarla uno de mis grandes descubrimientos. Antes no entendía ni un pimiento de lo que salía en las noticias, ahora soy capaz de comprender medianamente el mundo en el que vivo (cosa que no viene mal).

Empresa o economía (como tú la quieras llamar) es otra de las afortunadas que se han ganado mi corazón no sé exactamente por qué. Tal vez porque me resulta entretenida, porque, como en historia, la profesora hace milagros, o simplemente porque en otra vida fui economista y yo aún no me he enterado. La cuestión es que me lo paso bien estudiando empresa, no se hace pesado, me tomo los problemas como un misterio que hay que descifrar en menos de veinte minutos... Por eso, a veces dudo si tirar por ese camino.

 Siento que si digo que estas son mis favoritas les quito importancia a las otras, cuando, en realidad, todas son importantes y de alguna forma le aportan algo a mi vida, aunque sea tan solo un granito de arena a la mitad; francés me gusta, me gusta mucho, a veces no entiendo ni pera y otras me sorprendo a misma teniendo una conversación en francés frente al espejo; filosofía es la cuna de las curiosidades y las conversaciones extrañas que hacen que los engranajes de tu cabeza comiencen a girar a toda máquina y saques conclusiones que ni tú mismo creías capaz de elaborar...

 Y he decidido dejar lenga para el final porque sé que me voy a enrollar. Un maestro en quinto de primaria nos dijo un día que, muy probablemente, la gran mayoría de nosotros no cumpliríamos nuestros sueños. Yo decidí autoimponerme ese día la meta de cumplir los míos para demostrarle que se equivocaba, aunque en ese momento ni siquiera sabía cuáles eran mis sueños. Después de eso, en sexto, nuestro maestro de lengua se dedicó a mandarnos escribir historias cortas todos los fines de semana. Yo llegaba a casa todos los viernes y me ponía a escribir sin importar cual fuese el tema. Aún guardo esas historias en una carpeta roja en la estantería de mi habitación. Me encantaba ponerme a escribirlas, y me gustaba aún más compartirlas con el resto. Ese maestro me dijo otra frase que, aunque no recuerde exactamente, en esencia era “cuando escribas un libro, quiero que me mandes uno firmado”. Y esa pudo ser la primera vez que a mi cabeza no le pareció tan mala idea eso de ser escritora.

Cuando llegué a primero de E.S.O, conocí a la profesora que más me ha marcado en toda mi vida, Feliciana González Chico (Feli, como la llama todo el mundo). Todos mis profesores de lengua han influido en mí, pero Feli me dijo dos cosas que suelo recordar a diario, “nunca dejes de tener esa curiosidad” y “nunca dejes de escribir”. Yo he intentado no decepcionarla, y creo que, por el momento, no lo estoy haciendo del todo mal.

En el instituto también he escrito mucho, en parte por esos certámenes de relatos de la biblioteca a los que me he presentado todos los años, siempre con la misma ilusión (o más, si cabe) que el anterior. Siempre me ha hecho gracia como las profesoras me veían por los pasillos y me decían “ya han salido las bases, preséntate” y como, hasta día de hoy, lo siguen haciendo, y me parece un detalle muy simple, pero de los más bonitos.

No he ganado siempre, porque siempre no se puede ganar, pero debo decir que, cuando ganaba, sentía una especie de pinchazo de adrenalina que me hacía tener más ganas de escribir, de llegar a casa, abrir el portátil y escribir algo, lo que fuese. Tal vez la victoria que más me marcó fue la primera, que ni siquiera fue una victoria como tal. Fue una mención honorífica que me hizo darme cuenta de que, fuera de las cuatro paredes de mi clase había gente a la que no le parecía tan mal lo que escribía. El Club sin Nombre se llamaba. Una historia sobre una niña que sentía que no encajaba y creaba un club para hacer amigos, escrito por una niña que sentía que no encajaba y que estaba empezando a ver como se transformaba irremediablemente su grupo de amigos.

Bueno, todo esto sirve para explicar por qué lengua es, probablemente mi asignatura favorita. Porque, más allá de la teoría y las oraciones subordinadas con trampa, es la asignatura que me ha enseñado a conocer las formas que hay de contar historias y de expresar como te sientes. Muchas veces, cuando me frustro, escribo poemas o párrafos cortos para desahogarme. Tengo libretas, notas del teléfono, documentos, hojas sueltas... todas llenas de ideas para historias, de frases que dirían mis personajes, de personajes, de tramas, de días malos convertidos en versos y de días memorables transformados en relatos.

Creo que esa es una de las razones por las que me gusta tanto El Cuarto de Atrás, porque, de alguna forma que no sé muy bien explicar, veo en Carmen Martin Gaite algo de María Reyes (¿es demasiado narcisista considerarte parecida a una escritora de tal calibre?). Veo en su desorden algo de mi desorden, en sus idas y venidas de olla veo las mías... Y en su forma de aislarse viajando a la isla de Bergai, veo un poco a la joven que se pasa los días y las noches con los auriculares inventando historias al ritmo de música de lo más variopinta.

Sabía que iba a enrollarme con Lengua, pero hay que seguir con el resto.

Hay algo a lo que podríamos llamar excepción, que es mi miedo a separarme de mis amigos (procedo a elaborar). Sé que es algo que no puedo controlar y, aun así, es algo que me causa angustia, por eso es una excepción. No temo precisamente el no hacerlos (a estas alturas de la película creo que ese puede que sea el menor de mis miedos), más bien me preocupa lo que le va a suceder a mi grupo de amigos actual, ese que nació en primero de E.S.O y que ha ido mutando y evolucionando a lo largo de estos seis años (y aquí es cuando vamos a empezar a hablar de los personajes de mi vida).

Hay una broma conjunta en mi grupo que se basa en referirnos a nuestra vida como si de una serie se tratase. Con sus temporadas, sus arcos y sus personajes (los protagonistas y los recurrentes). Por si alguien tiene curiosidad, ahora mismo estamos en la segunda temporada de la serie de bachillerato, que termina con el especial de la graduación y al que le seguirán los spin-offs en la universidad en los que, a veces, se reunirán algunos miembros del elenco principal. Durante esta “Serie de Nuestra Vida”, algunos personajes se han mantenido siempre entre los protas, personajes que ganaban o perdían importancia y, a veces, personajes nuevos tan adorados por la audiencia que renovaban para una temporada más.

Traducido, en mi grupo de amigos siempre hemos estado fijos unos pocos, en especial cuatro, que llevamos desde primero siendo amigos de forma ininterrumpida. Esos cuatro (al menos en la serie de mi vida) hemos sido Samuel, Manuel, Mila y yo. En posteriores temporadas han aparecido personas que, a pesar de algunas dificultades finalmente forman parte del elenco, como Andrea, Charo o Carlota, y otras que decidieron dejar la serie y en las que no puedo evitar pensar por todo lo que vivimos antes de nuestro final.

Con esta maravillosa analogía, puedo explicar mi punto. Tengo miedo de que, al igual que a lo largo de los años mi grupo de amigos ha cambiado y evolucionado, muchas de las personas que conozco y quiero ahora, dejen de ser parte de mi vida una vez empiece el spin-off de la universidad. Es algo normal, y natural, y todo lo que tú quieras, pero no puedo evitar notar una espinita en el pecho cuando pienso en lo que me depara el futuro en cuanto a mis amistades. Sé de sobra que hay personas con las que no voy a volver a hablar en la vida y otras que, sin importar lo lejos que estén, van a seguir siendo personajes clave dentro de mi serie. También sé que, dependiendo el camino que decida recorrer cuando esté rellenando la matrícula en junio, tal vez entable una mayor amistad con personas a las que ya considero amigas (sin ir más lejos, Gisela y Elena).

Pero eso, como ya he dicho, son cosas que no puedo controlar. Ya comprobé en cuarto de E.S.O que, cuando todos los integrantes del barco no están dispuestos a remar, es muy probable que el barco se hunda, y lo mejor que puedes hacer es montarte en un bote salvavidas con una persona que sabes que va a remar contigo en busca de tierra firme. No fue precisamente agradable, pero al menos, la persona que remó conmigo en busca de tierra es una de esas personas con las que, a pesar de la distancia, espero no perder el contacto.

No me queda mucho más que decir. Tampoco sé que más decir. Es una cosa que suele pasarme muy a menudo. Me propongo escribir algo porque el principio aparece claro como el día en mi cabeza, pero a medida que avanzo no sé cómo continuar. Me quedo estancada en una coma, en un punto o en un párrafo. Me frustro, abandono, se me ocurre otra historia y repito el proceso. Bueno, a veces no. A veces ni siquiera escribo porque tengo el principio clarísimo, pero no sé cómo o por dónde empezar a escribir. Y antes de que algún iluminado diga “pues por el principio”, no. Lo de respetar la estructura lineal y cronológica en una historia está pasado de moda. Ahora se lleva empezar por el final, o por el medio, por todas partes menos por el principio. Javier Castillo es un ejemplo maravilloso de novelas desordenadas, pero con sentido.

Yo quiero intentar escribir una de esas, incluso estoy haciendo una línea de tiempo en Canva para poder desordenar los capítulos luego (si es que llego a escribirlos). Lo de hacer líneas del tiempo es algo a lo que nunca le he prestado mucha atención, para ser sinceros, pero lo he visto necesario en esta ocasión.

Dicen que hay dos tipos de escritores, los mapa y los brújula; los escritores mapa son los que lo planean todo con antelación y siguen el plan al pie de la letra, los escritores brújula son esos que escriben sin saber muy bien a donde les va a llevar el viento. Siempre me he considerado más del segundo tipo, aunque últimamente planee más de lo que escribo (lo que de alguna forma me frustra).

Y al final hemos vuelto al tema de las cosas que me frustran y me producen angustia: no leer todo lo que me gustaría me produce angustia, el mosquito de mi habitación me produce angustia, no ser capaz de elegir una carrera me produce angustia, que la gente tenga expectativas estratosféricas sobre mí me produce angustia, no saber cómo terminar esto me produce angustia...

Tal vez debería aprovechar que he mencionado el tema para terminar ya, ¿no? Al final he reflexionado sobre mi paso por el instituto, y sobre otras cosas que no tienen nada que ver. Bueno, no ha estado mal.

Ojalá esto no sea lo último que leas con mi nombre. Ojalá un día puedas leer mis desvaríos y mis historias sin terminar maquetadas, impresas, con una portada y una contraportada. Y con una dedicatoria en la que aún no sé muy bien lo que pondría, porque se lo dedicaría a muchas personas, porque soy lo que soy gracias a muchas personas.

Tal vez nunca tendré que escribir una dedicatoria, pero debería ir pensando en una, por lo que pueda pasar.

María José Reyes Fernández, 2.º de Bachillerato “B”.

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