jueves, 18 de noviembre de 2010
Oigo tu risa
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Y repentinamente, oigo una risa. Su risa. La risa del que he añorado, del que he buscado, de él, que ha sido mi sueño de mil noches. [...] La explosión enloquecida de mi amor por ti. Y en un instante recuerdo todo lo que no he podido decirte, todo lo que hubiera querido que supieras, la belleza de mi amor. Eso es lo que hubiera querido mostrarte. Yo, simple cortesana admitida en tu corte, arrodillada delante de tu simple sonrisa, frente a la grandeza de tu reino, hubiera querido mostrarte el mío. Sobre una bandeja de plata, abriendo los brazos en una reverencia infinita, mostrándote mi regalo, lo que sentía por ti: un amor sin límites. Aquí tienes, mi señor, ¿ves?, todo esto es tuyo. Sólo tuyo. Más allá del amor y en el fondo, allí abajo, de las estrellas, y aún más, más allá del cielo y más allá de lo que se esconde. Eso es, éste es el amor que siento por ti. Y aún más. Porque esto es sólo lo que podemos saber. Te amo por encima de todo aquello que no podemos ver, por encima de lo que no podemos conocer. Ya está, eso es quizá lo que también hubiera querido decirte. Pero no pude. No pude decirte nada que no tuvieras ganas de escuchar.
Lidia Castell Rivero, 1º bachillerato B
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