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sábado, 8 de octubre de 2022

Annie Ernaux, Premio Nobel de Literatura 2022

 


Cuando a las 13.00 horas del pasado día siete (jueves) un representante de la Academia Sueca leyó el nombre de Annie Ernaux, tanto los noticiarios como las redes sociales no mostraron excesiva sorpresa. Pues la candidatura de esta escritora francesa sí que aparecía en el ranquin de premiables y sí que la habían tomado en consideración las casas de apuestas. Concretamente, ocupaba el noveno puesto y su puja se pagaba a 21 €.

 “Considero que esto es un gran honor para mí y al mismo tiempo una gran responsabilidad, una responsabilidad que se me ha otorgado”, dijo la autora en comunicación con la televisora sueca SVT. Anteriormente ya había manifestado que no deseaba recibir el galardón y que si le era concedido lo acogería con tristeza.

La prensa, y las redes sociales han recurrido a las supuestas cuotas y a la tiranía de las estadísticas. Parece ser que desde 2017 se ha establecido de forma oficiosa la alternancia entre varón y mujer y este año debía ser premiada una escritora. En los ciento veinte y tres años de existencia de este premio es la decimoséptima mujer que recibe el galardón y la decimosexta representante de la lengua francesa, o la decimoquinta, pues Jean-Paul Sartre no   lo aceptó. El francés es el segundo idioma más representado (o sobrerrepresentado en palabra de algunos críticos) en el listado de los premiado, tras el inglés. No obstante, Francia es el país en el que más veces ha recaído el galardón. Ernaux es la primera fémina en esa pléyade de escritores galos.

Lo cierto, es que como Louise Glück y Abdulrazak Gurnah, los ganadores del premio de los dos años anteriores, se trata de una candidata lógica, de las de toda la vida. Una autora más que consagrada (acaba de cumplir los 82 años) con una consolidada producción literaria, que goza de reconocimiento en el mundo de los escritores y editores. Como Glück y Gurnah combinó la creación con la docencia, si bien Ernaux trabajó primero en la secundaria y después en un Centro para la Educación a Distancia.  Su labor como profesora se extiende a lo largo de treinta y tres años, que se dice pronto (1967 – 2000).  Desde su jubilación, se ha concentrado en exclusiva en la escritura, continuando su ya extensa lista de publicaciones.

Annie Ernaux nació en 1940 en un pequeño pueblo de Normandía, Lillebonne. Era la segunda hija de un matrimonio de trabajadores —la primera había muerto de difteria a los seis años en 1938—. A esa hija única, hasta donde ella supo durante años, dedicaron sus esfuerzos y en ella depositaron sus esperanzas: querían que ella lograra el ascenso social que ellos apenas habían comenzado al abrir la tienda-bar en Yvetot, un pueblo de unos 7.000 habitantes, y se concentraron en darle la mejor de las educaciones posibles a su alcance. La niña, Annie, de soltera Duchense, estudió en la Universidad de Rouen y obtuvo una plaza como profesora en 1967. Su padre murió dos meses después de que ella obtuviera el puesto. Su madre murió en 1986, enferma de alzhéimer y de cáncer. En 1974 publicó su primer libro, Los armarios vacíos, una novela sobre una estudiante que aborta de manera clandestina que firmó con el apellido de su marido y que ya no ha abandonado: Ernaux.

El matrimonio con Philippe Ernaux se celebró en los años sesenta. La pareja tiene dos hijos en común, Éric y David. El matrimonio acabó con el divorcio a principios de los años 80, tras diecisiete años de vida en común. En el año 2000 se retiró de la docencia para dedicarse a la escritura, como queda dicho.  La escritora reside desde 1975 en la periferia parisina, en concreto en Cergy-Pontoise, una ciudad suburbial de nuevo cuño, una ville nouvelle, en la terminología francesa. Un sitio sin historia, peculiar elección para una escritora obsesionada por la memoria

Mats Malm, el secretario permanente de la institución de los Premios Nobel, cuando anunció el veredicto, señaló que la escritora francesa se hizo merecedora del galardón “por la valentía y la precisión clínica con la que desvela las raíces, los extrañamientos y las trabas colectivas a la memoria personal”. Esa justificación parece salida de la boca de la propia Ernaux, que cree que la literatura debe funcionar “como un cuchillo”. La autora escribe con el bisturí en la mano, siempre dispuesta a tocar el hueso, a llegar “hasta el fondo de una determinada verdad”.

El resultado ha sido una obra minuciosamente elaborada a lo largo de las últimas cinco décadas y situada a medio camino entre la narrativa y las ciencias humanas, donde la historia y la sociología cuentan tanto como el recuerdo individual. Ernaux está convencida de que es imposible disociar ambas cosas. Se dirá que este es el primer Nobel que premia la autoficción, un subgénero que ella ha alimentado más que nadie, aunque la escritora reniegue de esa etiqueta y de todo lo que la encierre en su mera biografía. En realidad, su supuesta literatura del yo ha adoptado, a menudo, otros pronombres: tú, él, ella, nosotros, el impersonal on que tanto abunda en francés.

La noción de traición social respecto a sus orígenes humildes, de lo que ella define como un transfuguismo de clase, atraviesa la trayectoria de esta hija de modestos tenderos de un pueblo de Normandía, que vendían patatas para que ella “pudiera sentarse en un anfiteatro universitario para escuchar hablar de Platón”, como dejó escrito en Una mujer. Los paisajes de Ernaux —las ciudades residenciales del extrarradio lejano de París, los trenes de cercanías que llevan a los trabajadores precarios a la gran ciudad, las superficies comerciales impersonales, los pequeños pueblos en declive de su región natal— son los paisajes de la Francia de los desfavorecidos, la Francia periférica, en palabras de el geógrafo Christophe Guilluy.

La Academia aplaude el tratamiento que la escritora hace de temas como el amor, el pudor, la humillación, los celos o la identidad. Se percibe en obras como La vergüenza -donde aborda la mediocridad de la familia-, Memoria de chica -sobre su juventud y la iniciación en el sexo-, El lugar -su etapa como profesora y la muerte de su padre-, El acontecimiento -el aborto clandestino que sufrió a sus 23 años como ya anotamos-, Pura pasión -la fuerza del deseo-, La mujer helada -el final del amor y la resignación sobre los cuidados-, No he salido de mi noche y Una mujer -el Alzheimer de su madre-, El uso de la foto -su cáncer de mama- o Los años -los cambios en la sociedad francesa-. Este último, de 2008, se considera una obra maestra.

Lo cierto es que la obra de Ernaux empezó a recibir una mejor acogida con la entrada al nuevo milenio. Durante las décadas anteriores, el hecho de que escribiera desde la experiencia femenina -sin tapujos, con crudeza y desgarro sobre los sentires del alma y el cuerpo- la relegaba a un escalón inferior, hasta tal punto de que se le conocía como “la paria de la literatura francesa”. Y a esto se sumaban sus ideas políticas, ya que se define como una mujer de "extrema izquierda", "He tenido enemigos de los que estoy orgullosa. Venían de la derecha, pero también de la izquierda caviar”. Ernaux no ha vacilado en realizar encendidos pronunciamientos políticos o manifestar públicamente su apoyo a tal candidato o a las causas que le parecían importantes. Este activismo ha sido malinterpretado y algún crítico la juzga como ultrafeminista o woke. Sin despreciar estas ideologías, habrá que señalar que nuestra escritora se encuentra en las antípodas de estos movimientos.

Concluimos señalando que la obra de Annie Ernaux ha sido editada en su integridad por Gallimard. Distinta es la situación en nuestro país, pues ha encontrado cobijo en diferentes sellos españoles: la editorial Sagitario, hoy desaparecida, Seix Barral, Herce y dos sellos independientes: KRK y Cabaret Voltaire. Esta última tiene actualmente todos los derechos. Aunque se han traducido al español sus títulos más resonantes: Una mujer, El lugar, El acontecimiento, La Vergüenza, La ocupación, Los años, La otra hija, La mujer helada… aunque quedan obras que no conocen una versión en nuestro idioma como L' Atelier noir o Écrire la Vie.

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 La imagen tiene como autor al artista sueco Niklas Elmehed, ilustrador de los premios Nobel. La hemos encontrado en la siguiente página:

https://www.julianmarquina.es/annie-ernaux-ganadora-del-premio-nobel-de-literatura-2022/

 

 

sábado, 9 de octubre de 2021

Abdulrazak Gurnah, Premio Nobel de Literatura 2021

 


Cuando a las 13.00 horas del pasado día siete (jueves) un representante de la Academia Sueca leyó el nombre de Abdulrazak Gurnah cundió el asombro en los noticiarios y en las, ya eternas, redes sociales. Pues la candidatura de este escritor africano no aparecía en el ranquin de premiables y no lo habían tomado en consideración las casas de apuestas.

El propio Gurnah fue el primer sorprendido. Declaró a la prensa que se encontraba en la cocina de su casa preparándose una taza de té, cuando le avisaron por teléfono que había ganado el codiciado galardón. Lo primero que pensó es que le estaban gastando una broma. Seguidamente, lo aceptó como un improbable milagro, con la misma apasionada incredulidad con la que, en su niñez, leía los prodigios de Las mil y una noches.

Buscando razones más humanas, la prensa, y las redes sociales han recurrido a las supuestas cuotas y a la lógica necesidad de que un premio mundial represente a todos los continentes (Gurnah es el quinto africano en conseguir el galardón).

Lo cierto, es que como Louise Glück, la ganadora del premio del año pasado, se trata de un candidato lógico, de los de toda la vida. Una autor ya maduro (cumplirá en diciembre los 72 años) con una consolidada producción literaria, que goza de reconocimiento en el mundo de los escritores y que combina la creación con la docencia en una universidad inglesa, si bien actualmente se encuentra jubilado.

Gurnah nació en la isla de Zanzíbar, en 1948.  A los 17 años se vio forzado a huir, ante a persecución de los ciudadanos árabes en su patria chica. Se trasladó al Reino Unido donde estudió en el oxoniense Christ Church College. Cuando tenía 34, se doctoró en Literatura Inglesa por la Universidad de Kent, donde impartió clases hasta su jubilación. Su lengua materna es el suajili, pero ha publicado toda su obra en inglés. Una estancia como profesor entre 1980 y 1983 en la Universidad Bayero Kano, de Nigeria es la única excepción en un perfil modélico de ciudadano británico nacido en ultramar. De hecho nació y se crío en una Zanzíbar que seguía siendo un protectorado del Reino Unido.

El exotismo se reduce a los libros que leyó en su niñez: los versos de la poesía árabe, de la poesía persa, los mundos de Las mil y una noches, los suras del Corán... obras que realmente pertenecen al acervo de la literatura universal. Con el tiempo, cuando su escritura se asentó en el amargo espacio del exiliado, Gurnah abrazó la tradición inglesa, desde Shakespeare a V. S. Naipaul. En suma, Gurnah se encuentra plenamente vinculado, en su vida y en su obra, al canon de la cultura occidental y habría que revisar todas las etiquetas que los medios de comunicación y las redes sociales le han adjudicado en los últimos días.

Mats Malm, el secretario permanente de la institución de los Premios Nobel, cuando anunció el veredicto, resumió el mérito de su obra en la «conmovedora descripción de los efectos del colonialismo y la difícil situación de los refugiados en el abismo entre culturas y continentes».

Ciertamente, nuestra época necesita un escritor que sea la voz de los desplazados. Pero habrá que señalar que los infortunios del abandono de la patria y la incertidumbre de los caminos de exilio ocupan un lugar sustancial en la literatura de todas las épocas y civilizaciones. Adán y Eva, Moisés, Eneas, Ovidio, Ruy Díaz de Vivar, Boabdil… son los ejemplos más señeros en los que se mezclan los azares de la vida y de la memoria.  Como le ha sucedido al propio Gurnah, la equiparación entre exilio, infancia y paraísos perdidos ha llenado muchas páginas de buena literatura y muchos ojos de lágrimas. No hay otros paraísos que los paraísos perdidos, sentenció Borges, aunque la frase se repite una y otra vez en la versión cinematográfica de Bearn y otros se la adjudican a Proust o a Rilke. En fin, Gurnah también ejemplifica el caso extremo de quienes ven desaparecer a su patria. La Zanzíbar independiente y cosmopolita en la que se crio nuestro autor desapareció en la revolución que, precisamente, obligó a Gurnah a marchar al Reino Unido. Al año siguiente la isla decidió unirse a Tanganika, formando la moderna Tanzania.

Zanzíbar fue durante siglos el principal mercado de esclavos de la costa oriental de África. Gurnah no ignora esta realidad y en su relato de la brutalidad de la ocupación europea de la zona, especialmente el dominio alemán, no evoca una África precolonial idílica porque bien sabe que nunca existió. No podemos olvidar que a la escritura suma la docencia y que su principal interés académico es la escritura poscolonial y los discursos asociados con el colonialismo, especialmente en lo que se refiere a África, el Caribe y la India.

Concluimos señalando que al español solo han sido traducidos tres de sus libros. El más reciente y todavía disponible es En la orilla (2003) —lanzada por el ya desaparecido sello Poliedro—, que narra la historia de dos refugiados africanos en Reino Unido, que han dejado atrás Zanzíbar. Las otras dos novelas traducidas están descatalogadas, editadas por el también desaparecido sello El Aleph: Paraíso (1997) y Precario silencio (1998).

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 La imagen tiene como autor al artista sueco Niklas Elmehed, ilustrador de los premios Nobel. La hemos encontrado en el twitter de la institución.

 

viernes, 9 de octubre de 2020

Louise Elisabeth Glück, Premio Nobel de Literatura 2020

 


Cuando a las 13.00 horas del pasado día siete (miércoles) un representante de la Academia Sueca leyó el nombre de Louise Glück cundió el asombro en los noticiarios y en las, ya eternas, redes sociales. Pues la candidatura de esta poetisa estadounidense no aparecía en el ranquin de premiables y no la habían tomado en consideración las casas de apuestas.

Cuando se buscaron razones para justificar este galardón, la sorpresa se transformó en estupefacción, pues realmente se trataba una candidata lógica, de las de toda la vida. Una mujer con una consolidada producción literaria, que goza de reconocimiento en el mundo de los escritores y que combina la creación con la docencia en dos universidades de Nueva Inglaterra: Williams y de Yale. O sea, algo muy alejado de esta época de candidaturas reivindicativas, de esta babel en la que vivimos de etiquetas y hashtags.

Por tanto, habrá que definirla a través de las negaciones, de lo que no es o lo que no representa. Diremos entonces que su elección no se ha debido a la pertenencia a ninguna minoría étnica o religiosa, ni a la reivindicación de la cultura de un país olvidado, mucho menos a la imposición de un país poderoso (no cabe imaginar a Trump presionando esta o cualquier otra elección). Tampoco nos encontramos con el deseo de reconocer un talento prometedor (a sus 77 años su carrera está más que consolidada y ha conseguido otros tantos premios prestigiosos, entre ellos el Pulitzer). Ciertamente no tratamos con una desconocida. La mayor parte de sus libros están traducidos al español por la editorial Pretextos. En fin, el Nobel de Literatura se ha ido concediendo en los últimos años de forma más o menos equitativa a hombres y mujeres. Vamos, que su reconocimiento tampoco se debe a las terribles simetrías de las cuotas.

Añadamos al oxímoron que Glück no se prodiga: apenas habla en público, no digamos ya en redes sociales (aunque esto no ha impedido que cuente con las inevitables huestes de haters). Verdad es que ese perfil no encajaría con su producción escrita: una poesía sobria e intimista, un canto emocionado a la experiencia individual, a la decepción, al desengaño.

Nuestra autora, sin alejarse de lo cotidiano y lo, aparentemente intrascendente, desenreda con calma la madeja de la vejez, la soledad y la muerte. Que, por cierto, presiden nuestras vidas por más que las vetemos en nuestras redes sociales. Pero abandonemos ese callejón del Gato virtual y quedémonos con la enseñanza de Glück, autora, y de nuevo tenemos que  recurrir al desmentido, enemiga de las grandes sentencias.

Su enseñanza, su verdad es la evidencia eterna que ha inspirado a legiones de creadores: la literatura como rebelión contra una realidad implacable. La vida podrá aportarnos infortunio, desdicha, duelo, pero en nuestras manos está el valorarla, en negar la monotonía o el vacío. Los dioses impidieron que Orfeo rescatara a Eurídice del infierno, pero no lograron que la olvidara, como tampoco se le pudo arrebatar a Nemoroso aquel dolorido sentir.

La Academia Sueca llevaba veinticuatros años sin premiar la producción poética. El galardón de Glück reaviva la trascendencia del verso, el poder de esas pocas palabras escogidas. La poesía ya no es escapismo, no es realidad soñada; es un arma, un escalpelo, una antorcha para comprendernos, para entender a los otros, para sobrevivir y dar fruto en este laberinto roto del año 2020.

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 La imagen procede de el diario El País:


https://elpais.com/cultura/2020-10-08/premio-nobel-de-literatura-2020.html