Autor: Javier Prado
Título: Monstruos Ibéricos (Ogros y asustaniños españoles)
Literatura infantil, folclore, terror
Editorial: Maldragón
140 páginas
Que no nos engañe su bizarro título o su tenebrosa portada, Monstruos ibéricos es un estudio concienzudo y bien documentado que describe y cataloga a todas esas criaturas malévolas y espectrales inventados por los padres (o eso creemos) para amedrentar a sus vástagos y que se comportaran como Dios Manda.
Siguiendo la tradición de los bestiarios, Javier Prado nos ofrece de cada uno de estos entes una descripción completa de su forma y su origen amantes que ocupa toda una página seguida de inspirada ilustración de su mano y que ocupa el folio entero siguiente. Sobre algunas de estas entidades, el autor ya advierte que su aspecto es desconocido, o se basa en testimonios muy vagos o se registran versiones contradictorias. No importa, pues él las lleva al papel con inventiva no exenta de verosimilitud. En este arte de la imagen fabulada pero verosímil, también recrea a los escritores de los bestiarios. Y es que la inteligencia artificial lleva ya siglos funcionando.
Bajo el notorio influjo de Lewis Carroll, Gilberth K. Chesterton, Jorge Luis Borges, Italo Calvino y de Umberto Eco, nuestro autor estructura un orden laberíntico, un catálogo de ectoplasmas, un listado absurdo pero coherente, en suma. Estos seres de pesadillas quedan encuadrados en diversas categorías tales como “devoradores y tragones”, “secuestradores”, “asustaniños acuáticos”, etc.
Sobre la génesis de estas pesadillas habría que remontarse a épocas pasadas, cuando las madres y padres recurrían al terror para controlar a los niños, ideando horrores imaginarios a los que temer y respetar. Estos “ogros”, “cocos” o “asustaniños”, por usar un término lo más general posible, representan una de las familias de seres fantásticos más amplias del folclore universal, y prácticamente todos las culturas cuentan con una nutrida legión de personajes siniestros encargados de castigar a los infantes díscolos.
La utilización de estos cocos no sólo obedecía a la titánica batalla de mandar a los niños a la cama. También respondía a otro instinto muy claro: el de supervivencia. Pues estos seres solían habitar lugares peligrosos: pozos, ríos, cuevas… en definitiva, sitios donde un muchacho podía malograrse con facilidad.
Visto ahora, este recurso puede resultar risible y los monstruos que genera pueden parecer entrañables. Conviene entonces recordar que en que aquellos tiempos pasados, o sea hasta hace no muchos años, raptar o asesinar a un niño podía ejecutarse con facilidad y que solía quedar impune. Los infantes no podían (no debían) fiarse sino de sus progenitores. El autor se hace eco de la bárbara costumbre, documentada por Vicente Blasco Ibáñez, de llevar niños de la Huerta a esa confusa urbe que era Valencia y abandonarlos allí, siendo sus propios padres los ejecutores de este horror sin nombre.
El lector se asombrará (en el sentido antiguo de este verbo) de la crueldad con la que estos monstruos se manejaban. El autor señala precisamente cómo a menudo los castigos que estos ogros aplicaban a sus víctimas eran tan terribles que, más que de la mente de unos padres corrientes, parecen sacados de la pluma de un retorcido escritor de terror.
Recordemos que el fin moralizante parecía justificarlo todo. Las versiones originales de los cuentos infantiles decimonónicos abundan en detalles truculentos, Pinocho en su primera redacción acababa con la ejecución ejemplar del protagonista. No hablemos ya de sanguinarios repertorios como las canciones infantiles inglesas o títeres como Punch y Judy. Y no hace falta recurrir al extranjero. La primera etapa de la historieta española es más negra que el betún, y precisamente por su supuesto efecto moralizador esquivó la censura hasta la Ley Fraga. Tras el terremoto que esta supuso en el cómic español, sólo quedó en pie Doña Urraca de esta etapa tétrica.
Pero aquí hemos venido a tratar de Monstruos Ibéricos y su contexto. Algunos investigadores han creído encontrar restos de creencias precristianas en algunos de estos monstruos ibéricos o en sus sangrientas hazañas. Por ejemplo, el omnipresente temor a la luna en todo el ámbito rural hispano. Javier Prado prefiere no dedicar espacio a esta cuestión. En cambio, si se detiene en demostrar el caso contrario: personajes históricos que acaban ocupando el papel de asustaniños. Es el caso de Herodes. el Conde Arnau, Francis Drake, diversos sacamantecas del siglo XIX y hasta el mismísimo Don Miguel de Unamuno.
La editorial recomienda el libro a los estudiosos de la mitología, los amantes de los cuentos populares e incluso los seguidores de los juegos de rol, a modo de bestiario. Nosotros añadiríamos al público en general, adultos y niños, que quieran aprender asustándose. Se trata de un libro ameno y si el autor es riguroso en sus estructuras y en su selección, escribe cada semblanza con entera libertad y busca siempre sorprender al lector. La erudición es la justa para ilustrar al lector, no para ahogarlos en notas o en referencias. En suma, se trata de una excelente adquisición para nuestra biblioteca (ya anda rodando por el préstamo) y desde aquí recomendamos su lectura.
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