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Autora: Laura Tomé
Título: Prisión seis
Novela, Literatura Juvenil
Editorial: Santillana Educación
344 páginas.
Shoshannah Rivka Peretz está a punto de
cumplir dieciocho años y, como todos los jóvenes de Israel, ha recibido un
llamamiento para cumplir el servicio militar obligatorio. En su país, casi
nadie se cuestiona la obligación de servir y negarse implica el ostracismo
social y la pena de cárcel. Todo empieza con una carta. Con una condena. Con la
Prisión Seis, donde Shoshannah es enviada junto al resto de refuseniks
[objetores de conciencia]. Allí conocerá a un grupo muy diverso de adolescentes
y aprenderá a usar su voz. Cuando el anonimato de Shoshannah se termina,
empiezan los problemas de verdad.
Esta es la sinopsis de Prisión Seis.
Comenzamos nuestra reseña con una atropellada semblanza de la autora.
Andrea
Tomé (Ferrol, 1994) es una escritora precoz (su primera novela Corazón de
Mariposa fue publicada cuando contaba con 19 años). Puede añadirse el adjetivo
de prolífica, pues lleva ya más de una decena de obras editadas, con las que ha
ganado premios de relevancia. Escribe libros para adolescentes y para adultos
que no se avergüenzan de leer libros para quinceañeros.
Pasemos ahora a la obra y la cuestión que aviva. Pese a lo que señalan algunas reseñas, Prisión seis no centra su acción en el conflicto entre Israel y Palestina. Esta cuestión ocupa un lugar periférico en el relato, bien que su existencia fuerza a Shosh a tomar partido. Em realidad. el argumento gira en torno a la obligatoriedad del servicio militar en Israel, una prestación personal que no contempla excepciones, una imposición estatal que se ha transformado en una seña de identidad, una muestra de patriotismo, un compromiso social y político. La autora, con suma agudeza, no tarda en mostrar sus vastas implicaciones, la arboleda de sus ramificaciones, sus peligrosas derivas, su carácter absurdo y delirante.
Hay que señalar que el libro de Tomé se ocupa
de las peripecias de Shosh, no las toma como pretexto para componer un
manifiesto o una denuncia. A pinceladas, según la protagonista decide y recibe
la repuesta legal a sus resoluciones, la autora va trazando ese laberinto, ese
espejismo, esa vía muerta que es la
objeción en el estado israelita y sus implicaciones sociales. Y la panorámica queda incompleta, forzando al
lector a leer otros libros o recurrir a otras fuentes para comprender el
problema en sus verdaderas dimensiones. De nuevo nos rendimos al talento de la
autora, que nunca pierde su norte: redactar una novela juvenil.
La heroína, Shoshannah Rivka Peretz, no es
una activista (aunque acabará por llegar a esa etiqueta), ni cuenta con una
familia comprometida (bueno, comprometida, pero con el establishment) ni un
amigo o conocido que haga las veces de mentor o iniciador (Un tal Yanki la
apoya y poco más). Es, simplemente, una chica normal, fan incondicional de
Taylor Swift, devota de las redes sociales y, curiosa pero coherentemente,
amante de las normas y del orden. Toma la decisión de no alistarse por lo poco
que sabe del conflicto palestino. La reacción familiar, social y estatal
resulta tan desproporcionada que se reafirmará en su resolución y afrontará
todo lo que se le venga encima. Tras una primera etapa de cautiverio, un
discurso pronunciado en una de las manifestaciones de protesta la transforma en
una auténtica celebridad, de la altura de ser solicitada por Teen Vogue o el
The New York Times.
La maquinaria estatal no está preparada para
estos golpes de fortuna. O los valora de una forma muy peculiar. Shoshannah
vuelve a la prisión militar, donde está rodeada no sólo de otras objetoras,
sino de varios tipos de delincuentes. No vamos a detallar los horrores por los
que transita. Basta indicar que llega el único final posible: el exilio.
Criticar de forma pública alguna actuación
del estado de Israel supone crearte enemigos y enemigos pertinaces. De poco
servirá indicar que el libro de Laura Tomé y esta reseña no parten ni del
antisemitismo ni del antisionismo. Tampoco somos negacionistas o relativistas
del holocausto. Y sí, el que aquí escribe, realizó en otro tiempo el servicio
militar y se siente orgulloso de ello, pero considera que es un abuso del poder
de los estados y que debería haberse eliminado mucho antes.
Realicemos ahora una exposición que ayude a
entender Prisión 6.
Desde su fundación, el estado de Israel
impuso para ambos sexos el servicio militar obligatorio y no admitió más
excepciones que las derivadas de la religión o la etnia. El nivel de exigencia
ha aumentado con el paso del tiempo, como prueba el fin de la exención de los
judíos ultraortodoxos.
El Estado de Israel carece de una alternativa
a la mili, aquello que en España se conocía como la prestación social
sustitutoria del servicio militar.
Shoshannah nos relata en primera persona el recorrido de quien no acepte
la llamada a filas. Cuando decide no incorporarse a filas, las autoridades le
recuerdan el exterminio de los judíos por los nazis y sus correligionarios, la
Shoah (El holocausto, literalmente “la catástrofe”), como si desconociera ese
mito fundacional. De hecho, ya la familia de la protagonista se ha encargado de
remontar a aquel horror la obligación actual de servir al estado.
Si el
refusenik (objetor de conciencia) sigue en sus trece sufrirá una detención,
como si fuera un desertor, de dos semanas.
La condena la sufrirá con todo el rigor en un campamento militar. Pasado
un tiempo, las autoridades volverán a insistir con una nueva carta de
alistamiento y si el prófugo persiste, pues vendrá otro periodo de cautiverio,
otra vuelta al mundo civil, otro llamamiento y así hasta que la persona se
doblegue. Si hacemos caso al relato, algunos jóvenes han acumulado hasta ocho
encarcelamientos. La única alternativa que propone el Estado es que sus
representantes acaben considerando al individuo inútil al para la prestación
del servicio militar y lo encasillen junto a los paralíticos, perturbados
mentales o fanáticos religiosos.
Si no se consigue esta exclusión, pues entre
cárceles y treguas y nuevas cárceles vendrán las visitas de los fantasmas de la
depresión, la locura o el suicidio, como bien describe la novela. La
protagonista consigue al final el billete dorado del Ejército y pudo exiliarse.
Las autoridades, al fin, comprendieron que mientras más se esforzaran en
someterla, peor sería el testimonio que ella relataría después. Y es que, a
veces, la pluma puede vencer a la espada.
Como queda dicho, la familia de Shosh recibe
con completa incredulidad su adiós a las armas. Efectivamente, existe un
servicio militar en las fronteras de Israel (si esta expresión es tolerable) y,
uno de amigos de la protagonista, un tal Kofi, muere en una refriega. Pero
también se admite su realización en administración, inteligencia o en
subterfugios tan pintorescos como la orquesta del Ejército. El estado también
dispone de un arsenal de motivos para acortar la prestación, especialmente si
el soldado es del sexo femenino.
Y es que por mucho que se aluda a la
desgraciada situación de Israel aislado y rodeado de enemigos tenaces, lo
cierto es que la mili de este estado para lo que realmente sirve es para probar
la lealtad de sus ciudadanos y para establecer categorías (becas, exenciones,
destinos para los listos y destinos para los lerdos…) y decidir quienes forma
parte de los privilegiados y quienes no. No es una ninguna novedad, pues así
funcionaba la mili española de toda la vida. Pero aquella era un atavismo
decimonónico. La israelita es un horror del presente, una complicación que
compromete el futuro laboral de los refuseniks, una pesadilla que llega a
afectar hasta al sustento de sus padres.
Israel
no es un estado totalitario, pero en este punto funciona como si lo fuera.
Niega el problema en un primer estadio, a renglón seguido acaba admitiendo que
existe, pero que afecta a unos pocos extremistas y mientras tanto sabotea toda
investigación de organismos internacionales.
Nos
encontramos con una novela que entretiene y que informa. A la autora le
gustaría que sirviera para algo más. Andrea Tomé concluye su relato con una nota que mueve a la reflexión,
a la toma de postura y a la acción. En sus palabras, tenemos más poder del que
creemos.