En la mañana del pasado nueve de noviembre (martes) el jurado
del Concurso de Relatos de Terror organizado por la Biblioteca “Nulla Dies Sine
Linea” emitió su veredicto:
En
el Primer Ciclo de Secundaria la obra
ganadora ha sido Un asesino bajo mi cama de
la alumna de 2º de ESO «A» Martina Romero Losada.
En
el Segundo Ciclo de Secundaria la obra
ganadora ha sido Misión fallida de la
alumna de 4º de ESO «A» María José Reyes Fernández.
En
esta ocasión la cifra de originales presentados al certamen no ha sido tan
abultada como en los años anteriores, consecuencia lógica del largo tiempo que
lleva ya nuestra biblioteca sin poder desarrollar plenamente su promoción de la
lectura y de la creación literaria. Afortunadamente, vamos recuperando nuestro
ritmo y esperamos que en el curso que viene todo esto sea ya un mal recuerdo.
Otros años añadíamos que suponíamos que
nuestras sucesivas recreaciones del cementerio de los libros olvidados habían contribuido
a inspirar a nuestras jóvenes maestras del espanto y el desasosiego. Ya
llevamos dos convocatorias en la que parece que la pandemia, los confinamientos
y esa crepuscular vuelta a la normalidad
han pasado a desempeñar ese papel inspirador.
En la fotografía que encabeza esta entrada las
vencedoras María José (izquierda) y Martina (derecha) posan con el Repetidor, una de la entidades
tenebrosas de nuestra biblioteca,
interpretada por el alumno Adolfo Garrido, colaborador habitual de nuestras perfomances. Les acompañan Luismi
(extremo izquierda) y Jaime (extremo derecha) ayudantes de vestuario.
Para anunciar el
triunfo de Martina y María José imprimimos el siguiente cartel:
Y estos son los respectivos relatos. Léanlos con detenimiento
y descubran la maestría de sus noveles autoras.
Un asesino bajo mi
cama
A mí no me gustaban las historias ni películas de terror. Me
parecían un gasto de energía innecesario, ya que pasabas un mal rato
simplemente por gusto. Aunque en el instituto, cada temporada de Halloween nos
obligaban a hacer historias de terror, no podías negarte, ya que si eso sucedía
era muy probable que suspendieras la asignatura de Lengua. A mí se me
complicaba bastante por el simple hecho de que no me interesaba el género de
terror y cada vez que escribía algo de ese género ocurrían cosas extrañas.
Un día al llegar a mi casa después de entregar mi estropicio
de historia, me tiré en la cama a escuchar música con mis auriculares por
Bluetooth recién cargados, pues necesitaba despejarme después de toda la mañana
en el instituto, me puse la voz al máximo y casi no podía escuchar nada que no
fuera la música. Al cabo de una hora y cuarto me entró hambre, me quité los
auriculares y decidí ir a por algo de merendar. Al bajarme de la cama creí
escuchar una respiración en mis pies, pero no le di importancia y seguí
caminando hacia la cocina. Allí no escuché nada fuera de lo normal así que para
cuando volví a mi cuarto ya se me había olvidado.
Los siguientes siete días me pasó algo similar, cada vez que
llegaba a casa escuchaba una respiración debajo de mi cama pero nunca me atreví
a mirar, porque suponía que estaba dentro de mi cabeza, aunque no podía estar
más equivocada.
El día que mi amiga vino a casa decidimos comprobar si es que
realmente había algo, ya que no estaban mis padres, y además, al contarle sobre
lo que había escuchado, le había despertado la curiosidad.
No había nada, pero de repente pudimos escuchar un fuerte
golpe en la habitación de mis padres. Fuimos corriendo a ver qué había sucedido
pero de nuevo no vimos nada.
Al día siguiente, en el recreo, salió el tema de las historias
de terror y mi amiga le dijo lo ocurrido a unos compañeros, pronto se extendió
la noticia por el pueblo. Llegó hasta las autoridades locales, las cuales,
desde hace unas semanas estaba buscando a un famoso y ágil asesino en serie
francés, el cual escapó hace dos semanas de la cárcel y se estaba refugiado en
nuestro país.
Al enterarme, justamente recordé que esa persona era bastante
similar al personaje que había inventado para mí poco original historia sobre
un asesino que entregué hace unos días en el instituto.
Por órdenes de las autoridades, mi familia y yo nos fuimos a
casa de mi abuela a pasar la noche mientras las autoridades inspeccionaban
nuestra casa. Pronto encontraron al dicho asesino en la bañera del baño del
cuarto de mis padres inconsciente, debido a un fuerte golpe en la cabeza al
esconderse. Lo llevaron de vuelta a la cárcel de Francia.
A esto me refería que pasaban cosas extrañas cuando escribía
algo del género de terror, pero esta era la peor.
Martina Romero
Losada – 2º de ESO «A»
Misión «fallida»
Pierdo totalmente la razón de por qué estoy aquí, es más, ni
siquiera recuerdo dónde estoy. Solo sé que estoy cayendo lentamente al fondo de
un abismo infinito, y que probablemente nadie vaya a alargar la mano para
sacarme de él. Todo es silencio y oscuridad. Una oscuridad que se extiende
hasta donde me alcanza la vista, y me mantiene completamente cegado.
Se supone (y voy a subrayar ese “se supone”) que todas y cada
una de las decisiones que he tomado a lo largo de mi vida, me han llevado a
este momento. Una caída infinita hasta lo más profundo de la negrura abismal.
Es bastante curioso si lo piensas:
No importa todo lo bueno que hagas por las personas, tampoco
todo lo que te esfuerces por mejorar o por no cometer errores. La maldita
ruleta rusa del destino siempre acaba jodiéndote cuando menos te lo esperas. Y
mi momento inesperado había llegado esa noche.
Todo empezó como una broma (así es como empiezan siempre todos
los accidentes). Y yo fui tan idiota como para seguir el juego hasta el final.
Debería haberme echado atrás en cuanto entramos en su casa forzando la
cerradura, o cuando mi amiga me tendió la pistola “de juguete”. Pero, de lo que
más me arrepiento, es de no haber llamado a nadie cuando tuve la ocasión.
Cuando la sangre de nuestra “victima” comenzó a manchar las escaleras porque yo
le había disparado con la pistola “de juguete”. Eso tendría que haber sido
suficiente para despertarme de ese estado de idiotez, no tendría que haber
dejado que mi amiga (Emma) “terminara el trabajo” asfixiando con su bufanda a
la mujer, que se resistía con la fuerza que puede quedarle a uno tras recibir
de imprevisto un tiro en el pecho (aquí podemos apreciar mi maravillosa
suerte).
Siendo sincero, ver la
cara de pánico de Emma cuando el cuerpo por fin dejó de resistirse, me hizo
algo de gracia. Hasta que recordé que había un muerto en la habitación, y que
lo habíamos matado entre los dos. Lo que siguió después ya no me hizo tanta
gracia:
Cogimos el cuerpo, lo envolvimos en unas mantas viejas que
encontramos en el armario del dormitorio principal (con cuidado de no tocar
nada para no dejar evidencia) y lo metimos en el maletero del coche de Emma.
Con esto puedo confirmar que un cuerpo sí que pesa más, mucho más, después de
morir. Nuestro paseo en coche nos llevó hasta las afueras de nuestra preciosa
ciudad, donde encontraríamos un lugar en el que depositar a la pobre señora
para que descansara en paz.
De la nada, Emma sacó dos palas y me dijo que cavara como si
la vida me fuera en ello (y, en cierto modo, tenía toda la razón)
Ahora es cuando llegamos al vacío infinito. Supongo que
después de enterarte del porqué de mi pérdida en el abismo negro (no
físicamente, yo aún estoy en las afueras de la ciudad), consideras que me lo
merezco. Tienes toda la razón, soy un asesino al fin de al cabo. Aunque no has
tomado en cuenta muchos otros factores; como que quien terminó con la vida de
esa señora en realidad no fui yo, sino mi amiga, que yo pensé en llamar para
pedir ayuda (sí, sé que, en esta situación, “pensé” no es suficiente), que yo
no sabía que el arma era real, y mucho menos que estaba cargada...
- ¿Quieres mover el culo de una vez? Tenemos que hacer el
maldito agujero para enterrarla, y tiene que ser profundo. Si no, la van a
encontrar a la primera de cambio. -
Emma está atacada de los nervios. Se nota en su voz, su
expresión facial sus gestos, las lágrimas que no paran de caerle de los ojos, y
la forma en que le tiemblan los labios a cada palabra que dice.
Sus quejas forman parte de la melodía del abismo, hasta ahora
silencioso. Quiero responderle, pero es mucho más fácil abandonarse a la nada.
- ¡¿Me has oído?! ¡Necesito que me ayudes, joder!
La melodía está comenzando a volverse molesta. Ha dejado de
ser una música de fondo y ahora es ruido.
- ¡Responde de una maldita vez!
Su voz es más chillona, y comienza a sacarme de quicio. Así
que decido callarla de un palazo en la cabeza. Ahoga un grito y sus ojos llenos
de pánico se abren hasta su límite. Y cuando cae al suelo, por fin se calla, lo
que significa que puedo volver al silencio de la creciente oscuridad que me
rodea. Al menos hasta que la policía me encuentra:
Con una pala ensangrentada mientras cabo un hoyo, una chica
muerta al lado y otro cuerpo más envuelto en sábanas en el maletero. Imposible
que algún juez me considere inocente (principalmente porque no lo soy). Tal vez
me tachen de homicidio imprudente (eso con suerte).
Las sirenas de policía suenan por todas partes, y varios
agentes que no he visto en mi vida, acordonan la zona. Entre tanto jaleo, dos
de ellos (una mujer rubia y un hombre bajito) me llevan esposado hasta uno de
los coches. Cuando por fin estoy sentado en el coche, echo la cabeza hacia
atrás y dejo escapar una carcajada espontanea. Había olvidado por completo la
razón por la que habíamos ido a la casa para empezar.
Mañana había examen, y no estábamos preparados ni por asomo.
Así que, habíamos pensado que, si le dábamos un susto, nuestra profesora lo
pospondría o algo así. De alguna forma lo había conseguido, seguro que mañana
no habría examen.
María José
Reyes Fernández – 4º de ESO «A»
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