Cuando a las 13.00 horas del pasado día siete (miércoles) un representante de la Academia Sueca leyó el nombre de Louise Glück cundió el asombro en los noticiarios y en las, ya eternas, redes sociales. Pues la candidatura de esta poetisa estadounidense no aparecía en el ranquin de premiables y no la habían tomado en consideración las casas de apuestas.
Cuando se buscaron razones para justificar este galardón, la sorpresa se transformó en estupefacción, pues realmente se trataba una candidata lógica, de las de toda la vida. Una mujer con una consolidada producción literaria, que goza de reconocimiento en el mundo de los escritores y que combina la creación con la docencia en dos universidades de Nueva Inglaterra: Williams y de Yale. O sea, algo muy alejado de esta época de candidaturas reivindicativas, de esta babel en la que vivimos de etiquetas y hashtags.
Por tanto, habrá que definirla a través de las negaciones, de lo que no es o lo que no representa. Diremos entonces que su elección no se ha debido a la pertenencia a ninguna minoría étnica o religiosa, ni a la reivindicación de la cultura de un país olvidado, mucho menos a la imposición de un país poderoso (no cabe imaginar a Trump presionando esta o cualquier otra elección). Tampoco nos encontramos con el deseo de reconocer un talento prometedor (a sus 77 años su carrera está más que consolidada y ha conseguido otros tantos premios prestigiosos, entre ellos el Pulitzer). Ciertamente no tratamos con una desconocida. La mayor parte de sus libros están traducidos al español por la editorial Pretextos. En fin, el Nobel de Literatura se ha ido concediendo en los últimos años de forma más o menos equitativa a hombres y mujeres. Vamos, que su reconocimiento tampoco se debe a las terribles simetrías de las cuotas.
Añadamos al oxímoron que Glück no se prodiga: apenas habla en público, no digamos ya en redes sociales (aunque esto no ha impedido que cuente con las inevitables huestes de haters). Verdad es que ese perfil no encajaría con su producción escrita: una poesía sobria e intimista, un canto emocionado a la experiencia individual, a la decepción, al desengaño.
Nuestra autora, sin alejarse de lo cotidiano y lo, aparentemente intrascendente, desenreda con calma la madeja de la vejez, la soledad y la muerte. Que, por cierto, presiden nuestras vidas por más que las vetemos en nuestras redes sociales. Pero abandonemos ese callejón del Gato virtual y quedémonos con la enseñanza de Glück, autora, y de nuevo tenemos que recurrir al desmentido, enemiga de las grandes sentencias.
Su enseñanza, su verdad es la evidencia eterna que ha inspirado a legiones de creadores: la literatura como rebelión contra una realidad implacable. La vida podrá aportarnos infortunio, desdicha, duelo, pero en nuestras manos está el valorarla, en negar la monotonía o el vacío. Los dioses impidieron que Orfeo rescatara a Eurídice del infierno, pero no lograron que la olvidara, como tampoco se le pudo arrebatar a Nemoroso aquel dolorido sentir.
La Academia Sueca llevaba veinticuatros años sin premiar la producción poética. El galardón de Glück reaviva la trascendencia del verso, el poder de esas pocas palabras escogidas. La poesía ya no es escapismo, no es realidad soñada; es un arma, un escalpelo, una antorcha para comprendernos, para entender a los otros, para sobrevivir y dar fruto en este laberinto roto del año 2020.
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La imagen procede de el diario El País:
https://elpais.com/cultura/2020-10-08/premio-nobel-de-literatura-2020.html
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