A lo largo de este tiempo del confinamiento y
la desescalada, hemos ido redactando las reseñas de los libros que quedaron en
el limbo de nuestra biblioteca. Y hoy comprobamos que ha sido una selección
bizarra (franquismo, griegos y romanos, una novela-chat, una contribución a la
historia de la infancia…) nacida de ese anomalía impensable del cierre de los
centros educativos. La gavilla de lecturas reunida parece, en fin, tan extraña
como este tiempo que estamos viviendo. Concluimos con una obra que parece más
idónea que sus predecesoras para nuestros jóvenes lectores, aunque también
suscita preguntas y plantea inquietudes. Leer es, ahora más que nunca, un acto
de inconformismo y los libros deben hacernos reflexionar, ya sean ensayos,
novelas o historietas.
Al poco de comenzar esta triste época de
prohibiciones, fallecía Albert Uderzo, dibujante de Astérix. Los medios y las
redes sociales mostraron su dolor con imágenes de los álbumes del intrépido
galo, entre ellos el que comentamos. Lo cierto es que no es obra de Uderzo,
quién había considerado que otros artistas debían continuar la serie.
Esta decisión contó con numerosos apoyos y
también con bastantes críticas. Lo cierto es que tras la muerte de René
Goscinny allá por 1977, el guionista, Uderzo continuó en solitario con las
aventuras de Astérix con resultados memorables (La Odisea de Astérix, el Hijo
de Astérix) y otros menos afortunados que resultaban a la vez repetitivos y
fantasiosos (Astérix en la India, ¡El Cielo se nos cae encima!).
Tras seis años sin sacar un título nuevo y
habiendo superado la barrera de los ochenta años, el dibujante apostó por la
continuidad, sin duda alguna con el respaldo de la editorial. Los nuevos
álbumes aparecen firmados por Jean-Yves Ferri (guionista) y Didier Conrad
(dibujante), quienes han mantenido el universo de Goscinny y de Uderzo sin
grandes aportaciones, pero tampoco sin estridencias.
Antes de entrar a comentar el álbum que nos
ocupa señalemos que el típico lector de cómic tiene un difícil conformar y que,
para nada, se identifica con esa imagen del fan
enloquecido e idolatrador de un artista o un personaje. El lector de
historietas, joven lector o canoso adulto que no renuncia a sus entusiasmos de
adolescencia, necesita una renovación constante de sus obras preferidas sumadas
a un altísimo nivel de exigencia que no perdona lo que considera traiciones al
espíritu de la saga.
Señalemos también, y esto va para los devoto
de la pureza, que una serie de cómics exitosa inevitablemente crea una cohorte
de ayudantes, publicistas y todo tipos de expertos. Dictaminar que una obra es
original y otra un producto meramente comercial nacido de la codicia de los
editoriales no es tan fácil como parece. El principal rival de Astérix, Tintín,
parece un modelo de autenticidad, pues su autor, Hergé, impidió que la serie
continuara tras su muerte y de hecho el último álbum, Tintín y el Arte Alfa, quedó incompleto. No obstante, en las
últimas aventuras del reportero se observa que el papel concedido a los
ayudantes es cada vez más amplio y que, por otra parte, los guiones de Hergé
son cada vez más extravagantes y más críticos con los valores que su personaje
ha transmitido durante décadas.
Una valoración de La Hija de Vercingétorix parte ya con todos estos impedimentos,
prejuicios que, como hemos intentado demostrar, resultan además paradójicos e
irreconciliables. No obstante, tanto si se estima como parte de una serie o
como obra sin precedentes (que sería lo ideal) nos encontramos con una
historieta muy estimable, a no dudar la mejor de la serie iniciada por
Jean-Yves Ferri y Didier Conrad. Partiendo de unos principios empleados una y
otra vez en la saga de Astérix (el rehén que escapa del cautiverio de los
romanos y el objeto preciado que garantiza la soberanía) la historia se
desarrolla con creciente originalidad y el previsible final feliz deja algunos
puntos sin aclarar.
Adrenalina,
hija del caudillo Vercingétorix, es una adolescente irascible y
caprichosa, pero demuestra tener unas ideas propias que la apartan de una
caracterización tópica Sus amigos Blínix, hijo del pescadero Ordenalfabetix y
Félfix, vástago del herrero Esautomátix son también dos afortunadas creaciones.
Ellos, junto a otros muchachos de la aldea pondrán en cuestión todo el mundo de
los adultos, entre ellos el inútil combate entre galos y romanos. Con estos
presupuestos, resulta evidente, que el álbum resulta abiertamente rupturista y
que marca un antes y después en una saga que lleva ya más de sesenta años de
recorrido.
No sabemos si la intención de los autores (y
de la editorial) era la de incorporar al público adolescente, pero lo cierto es
que trazan un retrato veraz de una edad difícil y es posible que algunos de
nuestros jóvenes lectores se reconozcan, Y a los seguidores de Astérix de toda
la vida nos enseña que en vez de enrolar a nuestros hijos y a nuestros alumnos
en las complicaciones de nuestros ancestros, tal vez deberíamos pararnos e
intentar comprenderlos. Verdaderamente nuestra biblioteca ha realizado una
afortunada adquisición.
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