viernes, 12 de junio de 2020

Novedades en nuestra biblioteca: Una nueva historia del Mundo Clásico


Este libro se centra en el mundo antiguo. Presenta la historia desplegada en orden cronológico, de los inicios y el desarrollo de dos sociedades antiguas y solapadas: la griega y la romana, que nos legaron la «civilización clásica». Coloca su inicio en el surgimiento del mundo micénico en el siglo XVI a. C. y sitúa su final en la irrupción del Islam en el mundo mediterráneo allá por la séptima centuria de nuestra era, aunque advierte que su legado logró perdurar y aun hoy nos influye.

Es un tratado de historia dirigida a lectores que alberguen cierto interés por el tema, aunque no estén muy familiarizados con las disciplinas vinculadas a la historia clásica. El autor intenta avanzar con amenidad y lo consigue. Su dominio del tema y su erudición es tal que no necesita ser demostrada a cada paso, por lo que aligera al lector de muchas referencias inútiles. Siguiendo una tradición verdaderamente clásica, intercala con frecuencia experiencias suyas, y también anécdotas sorprendentes del mundo clásico corroboradas por textos o por hallazgos arqueológicos. En fin, no faltan alusiones a Harry Potter o Juego de Tronos, verdaderas mitologías del hombre actual y que contribuyen a otorgar un aire desenfadado al libro.

Dada la amplitud del tema, el autor confiesa que ha realizado una selección despiadada para proporcionar un relato accesible del enorme caudal de historia antigua. La intención última del libro es proporcionar una formación histórica actualizada de las creaciones culturales de la Antigüedad clásica que se consideran relevantes, como las obras de arte, el teatro o los avances científicos por parte griega y las villas y ciudades del Imperio romano.

Una de las aportaciones de Tony Spawforth es la importancia que concede a la interacción creativa de griegos y romanos con pueblos vecinos. Estas relaciones, según su criterio, estimuló, en muchas ocasiones, la innovación cultural. Esto incluye las influencias orientales que subyacen en gran parte del florecimiento cultural de las primeras ciudades-estado y los intercambios culturales con los etruscos y los persas. Incluso durante las guerras entre griegos y persas a principios del siglo V a. C., las actitudes griegas ante los bárbaros eran más amplias de miras de lo que cabría esperar. De forma paralela, desde Iberia hasta la India y Asia Central, diversas sociedades acabaron adoptando aspectos destacados del estilo de vida griego, como su lengua. Este tipo de «difusión» de la civilización griega se produjo porque las propias comunidades «bárbaras» así lo eligieron. Los logros tecnológicos, la creatividad cultural propias de la antigua Grecia y, sobre todo, la originalidad de mucho de sus planteamientos debieron resultar muy atractivos para estos pueblos.

Pero la asimilación cultural más trascendental fue la que realizaron los romanos de la civilización helénica y a este proceso dedica el autor una especial atención. Los romanos conquistaron gran parte del mundo de habla griega y durante ese proceso, toparon con el núcleo de la civilización helénica. Y absorbieron, adoptaron y adaptaron lo que encontraron. De hecho, Los griegos antiguos, su forma de vida y sus tradiciones culturales se refugiaron tras los legionarios que custodiaban el Imperio romano, de tal forma que la antigua cultura griega ha llegado a nosotros gracias a la estima y la protección que le prestó Roma.

Otra cuestión en la que Spawforth se aparta de las síntesis tradicionales es la trascendencia que concede a las aportaciones más recientes de la investigación arqueológica. El autor se detiene con morosidad en hallazgos de objetos, interpretación de inscripciones, anécdotas aparentemente nimias y otros testimonios que no sólo aportan una luz nueva sobre la Antigüedad, sino que nos presentan a sus habitantes con las mismas inquietudes que hoy nos agitan. Puede reprocharse a este historiador su insistencia en modernizar a los antiguos, pero lo cierto es que lo eran.  La tecnología, las epidemias, el equilibrio con la naturaleza resultaban tan influyentes entonces como lo son ahora. La democracia ateniense no es, ni por asomo, comparable a la nuestra, pero algunos de sus comportamientos, señaladamente sus excesos y contradicciones, son perfectamente parangonables. La clasificación que realizó Aristóteles sobre los sistemas políticos sigue siendo hoy perfectamente válida.

La opinión que Spawforth tiene sobre el Mundo Clásico resulta, naturalmente, muy positiva y las alabanzas sobre sus logros arquitectónicos, literarios o bélicos se suceden continuamente. No obstante, el propio autor previene contra la visión de presentar a griegos y romanos como «civilizados» que se enfrentaron una y otra vez contra los bárbaros. También incide entre la incómoda contradicción entre su esplendor cultural y la opresión de la población, tolerada por el estado y ejercida de un modo u otro. En el libro no se ocultan la imposición de la esclavitud, la sucesión de guerras inútiles e interminables, el afán por la ostentación y otros aspectos que oscurecen el legado grecorromano, o que más bien, lo presentan en sus verdaderas proporciones.

Un proyecto tan necesario como ambicioso, necesariamente tiene que presentar algunas deficiencias. Añadamos que si el lector admira el mundo clásico encontrará, por fuerza, algunos enfoques que no son de su agrado. Si el libro parte con una actitud rompedora y libre de prejuicios, resulta natural que contribuya al debate sobre un mundo pasado, pero que dista de estar muerto.

Las objeciones que planteamos al discurso de Míster Spawforth son las siguientes:

-        La sintaxis deja mucho que desear y se encuentran aquí y allá fechas erróneas y frases que carecen totalmente de sentido. Suponemos que este defecto depende de la traducción y de la revisión de la edición. En España ambas suelen ser muy descuidada y además no se cuentan con especialistas, por lo que si las novelas pasadas del inglés a nuestra lengua hay que leerlas con reparos, los tratados técnicos o teóricos, como este libros, resultan a veces completamente incomprensibles. No sabemos, en cualquier caso, si achacar al autor o a la traductora, el confundir deliberadamente Grecia con la Hélade y llegar así a ese horror que es Grecidad.

-        El recurso continuado a las obras de J. K. Rowling o a George R. R. Martin puede resultar atractivos a los lectores actuales, como ya hemos mencionado. Pero no deja frío a quienes no hemos participado en el boom de esos libros y toda la parafernalia que les rodea. Por lo demás, y como bien sabemos los gestores de una biblioteca escolar, esos universos de ficción pronto pasarán de moda, si no lo han hecho ya y para los lectores del futuro se convertirán en referencias incomprensibles.  Señalemos que Spawforth ha actuado aquí de una forma muy poco clásica.

-        Iberia/Hispania apenas es mencionada. De acuerdo que nuestro país no desempeñó un papel destacado en la historia de la Hélade, pero difícilmente se puede entender como Roma se transformó en imperio sin tratar largo y tendido como se desarrolló la conquista de la península ibérica, la primera y la más complicada de las empresas coloniales romanas.

-        Una desatención similar se observa en el impacto del cristianismo en la cultura clásica, tema que el autor desarrolla de forma apresurada y con bastante desgana. De momento contamos con escasos testimonios arqueológicos y con muy pocas fuentes escritas más o menos objetivas en las que cimentar el ascenso de esta religión. Pero el caso es que ocurrió y cambió la historia del mundo. De un historiador tan vanguardista como Spawforth se esperaba un enfoque menos tibio. Si nadie duda que Roma se helenizó mientras conquistaba Grecia y Oriente, no es menos cierto que el cristianismo se paganizó mientras se enfrentaba a la cultura grecorromana y la religión olímpica. La pervivencia del legado clásico se debe al cristianismo, no a pesar de él.

-        Polémico resulta la acepción que hace de palabra «clásica», en el sentido de otorgar al legado de Grecia y Roma un respeto y una autoridad exagerada. Pero lo cierto es que se la merecen, entre otras razones por su contribución a la civilización occidental, cuyos mecanismos, no lo olvidemos, son imitados por el resto de civilizaciones del mundo. Spawforth suscita la réplica cuando atribuye esta sobrestimación de lo clásico al Renacimiento y otros períodos de la historia europea como la época Victoriana. Pero los helenos y los romanos invirtieron esfuerzos fabulosos en glorificarse. Los términos «arte» y «propaganda» son inseparables en todos sus testimonios desde las metopas del Partenón a los versos de Virgilio. El alto concepto que tenían de sí mismo griegos y romanos va a influir decisivamente en su sucesivo renacimiento. Pensar que el proceso ocurrió de forma contraria, supone obviar muchas evidencias.

-        El debate sobre lo «clásico» no acaba aquí. En la cultura europea se han venido dibujando dos visiones sobre él: la mediterránea, que valora la continuidad y que incide en una perspectiva vitalista de la antigüedad y otra, la anglosajona, caracterizada por la erudición, que la describe como algo congelado, desaparecido, lejano. Pese a sus perspectivas rompedoras, Spawforth nos parece más cercano a Edward Gibbon de lo que él estaría dispuesto a admitir.


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