Este libro se centra en el mundo antiguo.
Presenta la historia desplegada en orden cronológico, de los inicios y el
desarrollo de dos sociedades antiguas y solapadas: la griega y la romana, que
nos legaron la «civilización clásica». Coloca su inicio en el surgimiento del
mundo micénico en el siglo XVI a. C. y sitúa su final en la irrupción del Islam
en el mundo mediterráneo allá por la séptima centuria de nuestra era, aunque
advierte que su legado logró perdurar y aun hoy nos influye.
Es un tratado de historia dirigida a lectores
que alberguen cierto interés por el tema, aunque no estén muy familiarizados
con las disciplinas vinculadas a la historia clásica. El autor intenta avanzar
con amenidad y lo consigue. Su dominio del tema y su erudición es tal que no
necesita ser demostrada a cada paso, por lo que aligera al lector de muchas
referencias inútiles. Siguiendo una tradición verdaderamente clásica, intercala
con frecuencia experiencias suyas, y también anécdotas sorprendentes del mundo
clásico corroboradas por textos o por hallazgos arqueológicos. En fin, no
faltan alusiones a Harry Potter o Juego de Tronos, verdaderas mitologías
del hombre actual y que contribuyen a otorgar un aire desenfadado al libro.
Dada la amplitud del tema, el autor confiesa
que ha realizado una selección despiadada para proporcionar
un relato accesible del enorme caudal de historia antigua. La intención última
del libro es proporcionar una formación histórica actualizada de las creaciones
culturales de la Antigüedad clásica que se consideran relevantes, como las
obras de arte, el teatro o los avances científicos por parte griega y las
villas y ciudades del Imperio romano.
Una de las aportaciones de Tony Spawforth es
la importancia que concede a la interacción creativa de griegos y romanos con
pueblos vecinos. Estas relaciones, según su criterio, estimuló, en muchas
ocasiones, la innovación cultural. Esto incluye las influencias orientales que
subyacen en gran parte del florecimiento cultural de las primeras
ciudades-estado y los intercambios culturales con los etruscos y los persas. Incluso durante las guerras entre griegos y persas a
principios del siglo V a. C., las actitudes griegas ante los bárbaros eran más
amplias de miras de lo que cabría esperar. De forma paralela, desde Iberia
hasta la India y Asia Central, diversas sociedades acabaron adoptando aspectos
destacados del estilo de vida griego, como su lengua. Este tipo de «difusión»
de la civilización griega se produjo porque las propias comunidades «bárbaras» así
lo eligieron. Los logros tecnológicos, la creatividad cultural propias de la
antigua Grecia y, sobre todo, la originalidad de mucho de sus planteamientos
debieron resultar muy atractivos para estos pueblos.
Pero la asimilación cultural
más trascendental fue la que realizaron los romanos de la civilización helénica
y a este proceso dedica el autor una especial atención. Los romanos
conquistaron gran parte del mundo de habla griega y durante ese proceso,
toparon con el núcleo de la civilización helénica. Y absorbieron, adoptaron y
adaptaron lo que encontraron. De hecho, Los griegos antiguos, su forma de vida
y sus tradiciones culturales se refugiaron tras los legionarios que custodiaban
el Imperio romano, de tal forma que la antigua cultura griega ha llegado a
nosotros gracias a la estima y la protección que le prestó Roma.
Otra cuestión en la que
Spawforth se aparta de las síntesis tradicionales es la trascendencia que
concede a las aportaciones más recientes de la investigación arqueológica. El
autor se detiene con morosidad en hallazgos de objetos, interpretación de
inscripciones, anécdotas aparentemente nimias y otros testimonios que no sólo
aportan una luz nueva sobre la Antigüedad, sino que nos presentan a sus
habitantes con las mismas inquietudes que hoy nos agitan. Puede reprocharse a
este historiador su insistencia en modernizar a los antiguos, pero lo cierto es
que lo eran. La tecnología, las
epidemias, el equilibrio con la naturaleza resultaban tan influyentes entonces
como lo son ahora. La democracia ateniense no es, ni por asomo, comparable a la
nuestra, pero algunos de sus comportamientos, señaladamente sus excesos y contradicciones,
son perfectamente parangonables. La clasificación que realizó Aristóteles sobre
los sistemas políticos sigue siendo hoy perfectamente válida.
La opinión que Spawforth tiene sobre el Mundo
Clásico resulta, naturalmente, muy positiva y las alabanzas sobre sus logros
arquitectónicos, literarios o bélicos se suceden continuamente. No obstante, el
propio autor previene contra la visión de presentar a griegos y romanos como
«civilizados» que se enfrentaron una y otra vez contra los bárbaros. También
incide entre la incómoda contradicción entre su esplendor cultural y la
opresión de la población, tolerada por el estado y ejercida de un modo u otro. En
el libro no se ocultan la imposición de la esclavitud, la sucesión de guerras
inútiles e interminables, el afán por la ostentación y otros aspectos que
oscurecen el legado grecorromano, o que más bien, lo presentan en sus
verdaderas proporciones.
Un proyecto tan necesario como ambicioso,
necesariamente tiene que presentar algunas deficiencias. Añadamos que si el
lector admira el mundo clásico encontrará, por fuerza, algunos enfoques que no
son de su agrado. Si el libro parte con una actitud rompedora y libre de
prejuicios, resulta natural que contribuya al debate sobre un mundo pasado,
pero que dista de estar muerto.
Las objeciones que planteamos al discurso de
Míster Spawforth son las siguientes:
-
La sintaxis deja mucho que desear y se
encuentran aquí y allá fechas erróneas y frases que carecen totalmente de
sentido. Suponemos que este defecto depende de la traducción y de la revisión
de la edición. En España ambas suelen ser muy descuidada y además no se cuentan
con especialistas, por lo que si las novelas pasadas del inglés a nuestra
lengua hay que leerlas con reparos, los tratados técnicos o teóricos, como este
libros, resultan a veces completamente incomprensibles. No sabemos, en
cualquier caso, si achacar al autor o a la traductora, el confundir deliberadamente
Grecia con la Hélade y llegar así a ese horror que es Grecidad.
-
El recurso continuado a las obras de J. K.
Rowling o a George R. R. Martin puede resultar atractivos a los lectores
actuales, como ya hemos mencionado. Pero no deja frío a quienes no hemos
participado en el boom de esos libros
y toda la parafernalia que les rodea. Por lo demás, y como bien sabemos los
gestores de una biblioteca escolar, esos universos de ficción pronto pasarán de
moda, si no lo han hecho ya y para los lectores del futuro se convertirán en
referencias incomprensibles. Señalemos que
Spawforth ha actuado aquí de una forma muy poco clásica.
-
Iberia/Hispania apenas es mencionada. De
acuerdo que nuestro país no desempeñó un papel destacado en la historia de la
Hélade, pero difícilmente se puede entender como Roma se transformó en imperio
sin tratar largo y tendido como se desarrolló la conquista de la península
ibérica, la primera y la más complicada de las empresas coloniales romanas.
-
Una desatención similar se observa en el
impacto del cristianismo en la cultura clásica, tema que el autor desarrolla de
forma apresurada y con bastante desgana. De momento contamos con escasos
testimonios arqueológicos y con muy pocas fuentes escritas más o menos
objetivas en las que cimentar el ascenso de esta religión. Pero el caso es que
ocurrió y cambió la historia del mundo. De un historiador tan vanguardista como
Spawforth se esperaba un enfoque menos tibio. Si nadie duda que Roma se helenizó
mientras conquistaba Grecia y Oriente, no es menos cierto que el cristianismo
se paganizó mientras se enfrentaba a la cultura grecorromana y la religión
olímpica. La pervivencia del legado clásico se debe al cristianismo, no a pesar
de él.
-
Polémico resulta la acepción que hace de
palabra «clásica», en el sentido de otorgar al legado de Grecia y Roma un
respeto y una autoridad exagerada. Pero lo cierto es que se la merecen, entre
otras razones por su contribución a la civilización occidental, cuyos
mecanismos, no lo olvidemos, son imitados por el resto de civilizaciones del
mundo. Spawforth suscita la réplica cuando atribuye esta sobrestimación de lo
clásico al Renacimiento y otros períodos de la historia europea como la época
Victoriana. Pero los helenos y los romanos invirtieron esfuerzos fabulosos en
glorificarse. Los términos «arte» y «propaganda» son inseparables en todos sus
testimonios desde las metopas del Partenón a los versos de Virgilio. El alto
concepto que tenían de sí mismo griegos y romanos va a influir decisivamente en
su sucesivo renacimiento. Pensar que el proceso ocurrió de forma contraria,
supone obviar muchas evidencias.
-
El debate sobre lo «clásico» no acaba aquí.
En la cultura europea se han venido dibujando dos visiones sobre él: la
mediterránea, que valora la continuidad y que incide en una perspectiva
vitalista de la antigüedad y otra, la anglosajona, caracterizada por la
erudición, que la describe como algo congelado, desaparecido, lejano. Pese a
sus perspectivas rompedoras, Spawforth nos parece más cercano a Edward Gibbon
de lo que él estaría dispuesto a admitir.
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