La escritora oscense Luz Gabás
reflexiona sobre la España vaciada y el apego a la tierra en su cuarto libro, El latido de la tierra. Se trata de temas
que tocan muy de cerca a la autora, ya que hace años decidió retirarse a vivir
a Benasque, en las montañas del Pirineo aragonés, y considera que «hay una
necesidad de mirar al pasado para comprender el presente», puesto que «hay que
saber de dónde se viene para poder transmitirlo a tus hijos».
El latido de la tierra cuenta la historia de un lugar imaginario, Aquilare,
un pueblo perdido en el Pirineo aragonés cuyos vecinos se vieron obligados a
abandonarlo tras una expropiación forestal, quedando habitada solamente una
casa situada en las afueras, la mansión Elegía. La primogénita de la familia,
Alira, arrastra el compromiso moral de mantener vivo un legado de generaciones.
A duras penas está consiguiendo
sobrevivir, pues los gastos son muchos y los ingresos pocos. Aceptar huéspedes y
transformar la casona es una amalgama entre el hotel con encanto y la casa
rural, parece la solución. Pero todo se trastorna con la desaparición de una de
sus inquilinas y se complica aún más cuando, meses más tarde, aparece su cadáver
en la bodega de la casa. El asesino tendría que, necesariamente,
uno de ellos: uno de los habitantes de la casa o uno de sus visitantes.
La investigación de la
inspectora de la Guardia Civil Esther Vargas sacará a la luz la verdadera
naturaleza de los personajes y cambiará el mundo de Alira para siempre. La
pesquisa sobre el crimen será el hilo conductor de una historia de amor otoñal
que alterna el misterio con una honda reflexión sobre la tradición, la
herencia, el amor a la tierra y el dolor por su pérdida.
«No es una novela negra»,
advierte la autora. Prefiere hablar de una ficción «multigénero, romántica,
policíaca, rural, generacional e histórica y plagada de metáforas». Sin
embargo, utiliza Gabás los elementos del género policíaco para retratar los
problemas morales y sociales de los personajes. «Inseguridad, angustia y miedo
son las palabras clave del libro, que como toda buena historia policíaca, trata
de explicar la realidad de los protagonistas: un reducido grupo de amigos de la
infancia que se reencuentran años después, con problemas no resueltos, con
relaciones conflictivas que parecían olvidadas pero que no tardan en emerger. Como la propia autora señala «El pasado nunca es inofensivo».
Estas tribulaciones personales
tienen como escenario el abandono y la desolación. La autora rememora la Ley de
Repoblamiento Forestal de 1941 y que dejo vacíos a casi un centenar de pueblos
oscense. Después vendrían los pantanos y el éxodo rural de aquella época
conocida, tal vez de forma irónica, como el
Desarrollismo. El final de la historia ya lo conocemos: Alemania, Francia o
Suiza dejaron de ser la tierra de promisión y el apogeo industrial de Cataluña
o la cornisa cantábrica se vino abajo con presteza. Pero los emigrantes nunca
retornaron y quedaron vacías comarcas enteras.
La lectura de esta obra hace
rememorar otros relatos sobre la despoblación y el abandono de la España rural,
otras geografías ficticias sobre comarcas afantasmadas por la emigración, pero
que en las que todavía perviven antiguos odios y rivalidades. Recordamos El disputado voto del Señor Cayo de
Miguel Delibes, La lluvia amarilla de
Julio Llamazares y la saga sobre Región de
Juan Benet, señaladamente El Aire de un
Crimen. También mencionaremos un hecho real, el llamado Crimen de Fago. Un
asesinato presentado por los medios como si fuera una novela de misterio. De
hecho, esta escenificación se hizo de forma tan concienzuda que ha inspirado
libros y ha acabado por incorporarse a la memoria popular.
Y es que, a fin de cuentas, las
aldeas están sacudidas por las mismas pasiones que las ciudades y las soledades
de la despoblación más que apagar, parecen reavivar estas pulsiones, estos
odios. Con agudeza, Luz Gabás señala que el verdadero declive, la verdadera
decrepitud, no es el que agrietaba la casa solariega, sino el que hundía el
ánimo de sus moradores.
Hasta ahora, en sus novelas la
escritora describía generaciones anteriores a la suya. Según ha afirmado, ahora
quería escribir sobre su tiempo y su vinculación con el mundo rural. Un mundo
que queda retratado en la novela como decrépito, pero que todavía cuenta «con
una puerta a la esperanza» simbolizada en esos okupas que intentan revivir Aquilare.
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