jueves, 28 de mayo de 2020

Novedades en nuestra biblioteca: Lo que cuentan los niños


Este libro reúne por primera vez dieciocho sorprendentes entrevistas que la escritora realizó a niños trabajadores en los años treinta en la ciudad de Madrid y en Ortigosa del Montes (Segovia), y que publicó por entregas en una sección denominada Un amigo en cada Sitio de la revista 'Gente Menuda',  suplemento infantil del diario ABC. Elena Fortún, auténtica animadora de este cuadernillo infantil, recurrió al heterónimo del conejito Roenueces para firmarlas. Para dar mayor verosimilitud contó con ayuda del dibujante Francisco López Rubio que diseñó al personaje y lo incluyó en las imágenes de los entrevistados en fotomontajes que van resultando cada vez más atrevidos.

Los entrevistados tienen entre 7 y 14 años y son un aprendiz de cajista, un monaguillo, un trompeta, un botones, un chófer, una modista, una castañera, un caramelero, un carpintero, un tabernero, dos traperos, un cartero rural… todos ellos cuentan su vida trabajando, y apoyando la economía familiar. Solo algunos podían compaginar sus trabajos con la escuela. Con estas entregas publicadas en una revista dirigida a un público de clase acomodada, la escritora quiso mostrar la otra realidad de la infancia trabajadora. De hecho, es tan notoria la diferencia de clase que prevé Fortún que muchas veces aclara determinadas cuestiones porque sabe que los niños de clases acomodadas no van a entenderlas.

Lo que cuentan los niños en este libro son sus propias experiencias laborales. Sus palabras rompen con un secular silencio, más duradero incluso que el soportado por las mujeres. Sólo en años muy recientes se ha dado a conocer, con datos cuantitativos, la importancia del trabajo de niños y mujeres en el mantenimiento de las economías familiares de subsistencia. En el caso español siguió siendo así, en muchas ocupaciones, hasta mediados del siglo XX. Sin ser socióloga ni antropóloga, Elena Fortún indaga realidades muy distintas a las de sus acomodados lectores, para dárselas luego a conocer, deseosa de traspasar las enraizadas fronteras sociales de la época.

Estas entrevistas a niños trabajadores, constituyen sin duda una iniciativa pionera, pues raras veces se concedió a los menores tal protagonismo. Fortún nos ha dejado una valiosa aportación, insólita, a la historia de la infancia trabajadora. Animados por el afecto y empatía de la entrevistadora, los niños, al principio tímidos, terminan por ser comunicativos. Las notas de humor con que Elena Fortún acoge algunas de las respuestas no ensombrecen su mirada cercana y compasiva, conmovida no tanto por las rigurosas vidas de sus entrevistados, sino por las actitudes responsables y maduras que exteriorizan.

Artículo tras artículo, se va entreviendo el Madrid más social, más castizo y más popular de la época. La autora retrata unos barrios populares en el que las formas de ocio juvenil son el cine, los toros, el fútbol y las novelas de kiosco. Un Madrid en el que todavía se juega al hinca-palo, a las bolas, al peón, al chito... La autora también capta el léxico y los códigos de humor de la gente joven de la época, desde la chulería de la modistilla al espabilado desenfado de la castañera.

Como es norma en las ediciones de Renacimiento, el libro viene acompañado de un cuidado prólogo y de una extensa introducción. El primero corre a cargo de María Jesús Fraga, especialista en Elena Fortún, y está concebido como una presentación de la obra, relatando su génesis y resaltando el compromiso social de la autora como portavoz y defensora del niño.

La introducción, escrita por el experto en historia de la infancia, José María Borrás, presenta tal mérito, que bien podría editarse como obra aparte. Para todos los que nos dedicamos a la enseñanza debía ser de lectura obligada. Incluida en este volumen, revaloriza las entrevistas de Elena Fortún, al dotarla de contexto.  En este estudio se aporta información censal, legislación sobre el empleo de menores, negociaciones obreras, la evolución de la oferta y demanda escolares… La escuela comenzaba a perfilarse «como herramienta de movilidad socioprofesional» pero faltaban maestros, locales, inspecciones, plazas escolares. El abandono de las aulas seguía marcado por las necesidades familiares, que reclamaban la ayuda y contribución económica de los mayores de diez años. Como bien se explica, el trabajo de los menores iba disminuyendo sin llegar a desaparecer, «un hecho social extendido, imposible de medir». Además, este retroceso no se debía tanto a la labor de la legislación laboral, ni la presión obrera, sino a la creciente mecanización y a la necesidad de contar con un personal laboral más cualificado.

Elena Fortún en esta obra nos ha dejado las voces de niños que entregaban a sus madres lo ganado en el trabajo, voces de una infancia en la que se generaban más deberes que derechos y demandas. Voces no muy diferentes de las que se siguen oyéndose en muchos lugares de nuestro planeta.


Joaquín Ortega, aprendiz de cajista


Carlos Vivar, monaguillo


Miguel Neupauvert, trompeta de plaza



Carmen López, modistilla (aprendiza en una casa de moda)


Julio Llanos, aprendiz de cocinero


Jesús García, caramelero.


Emilio Pascual, carpintero.

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