Esta obra
no quedó en el limbo de la catalogación por poco, pues ingresó en nuestra
biblioteca poco antes de que se decretara el cierre de Centros Educativo y el
obligado confinamiento. Ese fatídico viernes 13 sorprendió a este libro en la
estantería de novedades, cuando todavía no habíamos redactado en este blog la
reseña de su ingreso. Hoy, por fin, podemos cumplir con el rito de presentarlo
en sociedad.
Una vez
más, la editorial Renacimiento realiza una reedición necesaria de una novela
que ya solo circulaba por las librerías de viejo. Por el testimonio del autor,
Aquilino Duque, sabemos que, allá por 1989, la obra inició su andadura como
encargo de la Editorial Planeta sobre la figura de Don Juan de Borbón. Como no
podía ser menos en un escritor acostumbrado a las máscaras y los laberintos, lo
cierto es que la egregia figura del Borbón que pudo reinar desempeña un papel crucial
en la trama, pero su persona nunca llega a entrar en escena. Es más, permanece
completamente ajeno a la espesa telaraña que se traza en torno suya.
Habría que
esperar al 2003, y esta vez el encargo corrió a cargo de Ediciones B. para que
Aquilino escribiera finalmente sobre Don Juan de Borbón en colaboración con
José María Zavala. La parte de la obra escrita por nuestro autor ha sido
reeditada también por Renacimiento en el 2016 bajo el título de Una Cruz y Cinco Lanzas, acompañando
ahora a la biografía de Marcelino Menéndez y Pelayo.
Visto que
al final Planeta no pudo lanzarla como biografía/ficción sobre el Dinasta, la
presentó como «Una visión brillante y
esperpéntica de la aristocracia andaluza desde principios de siglo hasta la
posguerra.» Y es que si hubiera que buscar a los verdaderos protagonistas de la
novela, o más bien quienes llevan el hilo conductor en el entramado de
personajes, serían el joven marqués de Aznalgarbe, Calixto José Zaframagón y su
omnipotente madre, Chinuca.
Si el propio autor califica a esta obra de «tablado de marionetas» pues
no vamos a negar su naturaleza de farsa, ni tampoco la caracterización grotesca
de sus personajes ni considerar como otra cosa las disparatadas invenciones que
la pueblan. Pero, como sucede en otras tantas muestras de la literatura
hispana, este Callejón del Gato no es sino el reflejo lúcido de un mundo sin
sentido. Hablo de una aristocracia excéntrica, anclada en el tiempo y dedicada
a una labor tan singular como la crianza del toro de lidia. La inevitable
modernización, es a fin de cuentas el primer tercio del siglo XX, se ve forzada
a convivir con estos invariantes, como ese Hispano-Suiza que se suma a la
colección de carruajes del marqués, esos intentos de Calixto José y de su hijo
putativo de titularse en Deusto o las pretensiones de Chinuca de visitar a Doña Victoria Eugenia en Lausana. A no dudar,
el escritor ha pasado al relato sus vivencias con servidores y aristócratas y
ha dado nueva vida a un caudal de anécdotas que atesoraba sobre esos colectivos.
Como en el resto de sus libros, Aquilino demuestra un conocimiento más que
cumplido de los mundos que retrata.
El escritor, que narró la Guerra Civil con una concisión trágica en el Mono Azul y recurrió al engaño y la
intriga para los años de la Posguerra en Mascaras
Furtivas, reserva el humor y la astracanada para los años del primer
franquismo en La Luz de Estoril. Verdad
es que por sus páginas recorremos también los últimos años de Alfonso XIII, las
tribulaciones de la Segunda República, los horrores y las incongruencias de la
Guerra Civil, pero es ese tiempo en el que la dictadura se asienta en España al
compás de la Segunda Guerra Mundial, al que dedica particular atención.
Algunos tildarán a Duque de gran fabulador, pero otros (entre los que
nos incluimos) afirmarán que bajo el exceso y el disparate el autor rememora
las tramas que conoció como diplomático, operaciones de las que no se puede
hablar y que si de dejan por escrito ha de ser bajo la apariencia de sueños y
fábulas. La posibilidad de una intervención británica en nuestro suelo
aprovechando la caída del Tercer Reich y el consiguiente descrédito de Franco,
las extrañas relaciones del dictador con su hermano Nicolás, embajador en
Portugal o las conspiraciones que se tejen en torno a Estoril, lugar de
residencia de Don Juan son parte importante de unos años decisivos para el
Franquismo y este libro debiera ser examinado con lupa por los historiadores y
los interesados en un periodo que suele pasar inadvertido.
Aquilino Duque que une al conocimiento de la situación, el detallismo en
la descripción, resulta, realmente un poeta de la no-existencia, un cantor de
la nada. A fin de cuentas ese Estoril que ilumina todo el relato es un
no-lugar, pues el exilio, es por definición, la ausencia del sitio. Pero ese apelativo
también lo merecen las embajadas y consulados, sobre todo cuando se transforman
en refugio en tiempos de guerra. Por extensión, los prostíbulos y los hoteles
entran dentro de esa misma categoría, pues se configuran como lo contrario al
hogar, como los albergues del anonimato. Las fincas campestres de los
aristócratas acaudalados inician su existencia como paraísos, hogares arcaicos
y solares de linajes, pero rápidamente se transforman en cotos,
ciudades-prohibidas, exilios voluntarios de la vida urbana. Todos estos
escenarios aparecen en la Luz de Estoril
y en otras muchas obras del escritor, lugares en los que, como la zorra de la
fábula, los hombres se prueban máscaras y reflexionan sobre la condición
humana.
Estas contradicciones, las de nuestra naturaleza, son relatadas en esta
novela con humor y con amenidad. Entre súbitas carcajadas, el lector avanza con
un apresuramiento facilitado por la brevedad de los capítulos y llega al final
antes de que se cumplieran las previsiones y con la sospecha de que la obra
merecía una interpretación más atenta.
Nuestra ciudad, Écija, forma parte de un episodio y son librados del
olvido los faetones ecijanos. De forma también secundaria nuestra urbe forma
parte de la trama de El Mono Azul.
Claro está que nos gustaría que Aquilino nos prestara más atención, pero si
algo hemos aprendido en esta novela es que ni en la vida ni en los proyectos
políticos de los hombres existen diferencias entre lo tangencial y lo
relevante.
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