viernes, 28 de octubre de 2016

Cómo arboles que anduvieran


La película "Un monstruo viene a verme" me parece una historia fallida, una mezcolanza de géneros autocomplaciente, ayuna de cultura e infestada por ese cáncer llamado autoayuda. Supongo que el libro en el que se inspira presentará las mismas lacras. Pero me hizo evocar un bosque de monstruos arbóreos, de metamorfosis lígneas, de pavorosas dendrolatrías. Y me hizo recordar mi temor largamente olvidado , pero latente, hacia estos árboles que se desarraigan y se ponen a caminar.

El origen de este terror nace de varios libros que he leído y que parecían citarse (o inspirarse) unos en otros. Y es que el asunto de los árboles que se desplazan es un tema libresco, un tema que pasa de un volumen a otro, pero aunque apunta a bosques sagrados y cultos primordiales, parece que no ha salido nunca de las bibliotecas y de las conversaciones de eruditos. Y que Inglaterra es la patria o destino de este bosque semoviente.


Comencemos por este dibujo de Alan Lee incluido en el libro "Hadas", que tiene como autores al propio artista y a Brian Froud. La descripción resulta mucho más desasosegante: "Los sauces se descuajan solos por la noche y siguen cautelosos murmurando tras de los incautos caminantes". Se añaden estos versos:

"Olmo que pena,
roble cobarde,
sauce que anda
si caminas tarde".

He encontrado otras versiones de la poesía. En principio parecían referirse, más bien, a la influencia que los árboles causaban en los bebés por medio de las maderas escogidas para la cuna. Si esta última se trata de la tradición verdadera, habrá que convenir que resulta igual de aterradora.


 La segunda referencia es de las Aventuras de Sherlock Holmes.  El siempre desprevenido Watson es incapaz de reconocer al inmortal detective metamorfoseado en librero de saldo. Naturalmente, completa su disfraz con varios volúmenes, siendo el primero que se cita es "El Origen del Culto a los Árboles" ("The Origin of the Tree Worship").

La cita de un libro dentro de otro libro nunca es casual, La historia continua por los derroteros habituales de las novelas de crimen y misterios, pero al lector preparado le asalta esa referencia a James Frazer y a todos los estudiosos de las mitología y la historia de las religiones que en la época de Conan Doyle se encontraban tan en boga. Dado que los estudios de estos autores ponían en cuestión a las religiones establecidas y a sus revelaciones, la alusión no puede sino contemplarse como un dardo envenenado hacia la Inglaterra bienpensante.

No es ocasión de hablar sobre los cultos arbóreos largamente tratados por el citado Frazer, Su seguidor Robert Graves analiza las leyendas célticas sobre la batalla de los árboles y llega a la conclusión de que se trata más bien de una contienda literaria, más que otra cosa. De nuevo los libros y los árboles andarines confluyen.

Con una erudición vertiginosa, Graves se ocupa del episodio de la fabulosa danza de árboles al son de la lira de Orfeo, árboles que acompañaron al heroe desde Pieria hasta Zonë, en Tracia. Apolonio de Rodas afirmó haberlos visto todavía en pie y en posición de baile. Graves discurre que ese ordenamiento seguiría el siguiente esquema:


No descubrimos nada cuando señalamos que las mitología céltica y griega presentan numerosos episodios de personas transformadas en árboles, de robles oraculares y de tantos episodios de dendrolatría que acabamos pensando que, efectivamente, fue el culto de los árboles la primera religión y la base de todas las demás. Pero perdemos el sosiego cuando encontramos esta inexplicable metáfora en el evangelio de San Marcos:

“Presentaron a Jesús un ciego y le pidieron que le tocase. Jesús tomó de la mano al ciego y lo condujo fuera de la aldea. Allí le untó los ojos con saliva, le puso las manos encima y le preguntó: -¿Ves algo? El ciego abrió los ojos y dijo: -Veo a la gente. Son como árboles que andan. Jesús le puso otra vez las manos sobre los ojos, y entonces el ciego vio perfectamente. Estaba curado; podía ver ya con toda claridad. Después Jesús le mandó a casa, encargándole que ni siquiera entrase en la aldea.”

La historia siempre me había parecido extraña, pero no caí en sus implicaciones con el culto a los árboles hasta que leí este pasaje de Agatha Christie:

"Sintió en su interior una ráfaga de felicidad. Miró a los que la rodeaban; parecía que, de pronto, hubieran crecido hasta alcanzar una inmensa estatura.

 «Como árboles que anduvieran...» pensó reverentemente."

Como pueden imaginarse, la historia se centra en la aclaración de varios misteriosos asesinatos y no se preocupa más del asunto. Pero sabemos que Agatha Christie, como Conan Doyle, dedicó mucho tiempo y atención al espiritismo y a las religiones y cultos alternativos. De nuevo nos encontramos con una referencia que no tiene nada de casual.

La última referencia  que anoto la encontré en unos de los viejos "Blanco y Negros" heredados de mi bisabuelo. Ruego que lean el pie de foto. A fin de cuentas puede que estas historias de árboles consagrados y de árboles que se toman la justicia por su mano sean algo más que entretenimientos de eruditos. Al menos en la Vieja Inglaterra.








No hay comentarios: