Este es el marco: No lejos de Salamanca, a
orillas del Tormes, en la quinta La Flecha un 29 de junio, festividad de San
Pedro Apóstol de un año que no se precisa, pues el relato está empapado de esa
eternidad que presentan los primeros días de las vacaciones estivales.
Salen a escena tres personajes, tres
estudiosos (Marcelo, Juliano y Sabino) que aprovechan el tiempo de asueto, pues
han cesado en Salamanca los estudios, para buscar un lugar fresco y con sombra
suficiente para resistir los ardores del solsticio. Cuando lo encuentran, un
emparrado inmediato a una fuente, comienzan a discurrir que sobre el
significado de los nombres con los que las profecías bíblicas anuncian y
prefiguran a Jesucristo.
Se ha
supuesto que los protagonistas son frailes agustinos, pues así lo era su autor
y La Flecha era una granja propiedad de esa orden. Algunos proponen que -frailes
o laicos- podrían tratarse de personas reales ocultas por pseudónimos. Pero,
Fray Luis, que se detiene en describir detalladamente las bellezas y amenidades
de La Flecha, deja intencionadamente esbozados a los dialogantes. Parece
decirnos que cualquiera de nosotros podemos participar en ese debate, o más
bien que cualquiera de nosotros podemos vernos reflejados bien en el impetuoso
Sabino, bien el tranquilo Juliano o bien en el melancólico Marcelo. Como en
tantos cuadros de la época vienen a representar las tres edades del hombre, o,
más bien, la evolución del hombre a lo largo de los años, mudanza expresada en
el adagio Cambian los tiempos y nosotros cambiamos con ellos. Visto así, bien pudimos ser Sabino, somos
ahora Juliano y tal vez seamos Marcelo. Concluyamos con que tres varones
de distintas edades y tres varones sabios que buscan a Jesús, recuerdan
irresistiblemente a los Reyes Magos de Oriente.
Una vez concluida la presentación, Fray Luis
pasa a desglosar los curiosos apelativos (Pimpollo, Faces de Dios,
Pastor, Padre del Siglo Futuro…) que se encuentran en la Sacra
Escrituras referidos al Salvador del Mundo. Cuando llega al de Príncipe de
Paz, la noche ha caído sobre la Flecha y el ejército de estrellas se
refleja en sus estanques. Los estudiosos no necesitan ya ampararse de los
ardores estivales, pero continúan en esa especie de rústico cenador disfrutando
ahora de la suavidad de una noche de junio.
Llegados a este punto, nos encontramos con un
manifiesto sobre la Paz que no reproducimos dada su considerable extensión,
pero que no pierde a lo largo de ella su contundencia. Lo más probable es que
al lector moderno no le interese una lección de cristología y lo más seguro es
que tampoco valore la trabajada síntesis que Fray Luis logra de las fuentes
clásicas, hebraicas y patrísticas. Pero le será difícil pasar por alto la
valoración que de la Paz hace nuestro escritor, y como lo expresa en un
castellano tan sencillo y tan límpido, que en verdad parece agua que mana de una
de las fuentes de la Flecha. Ya hemos mencionado el arsenal de autores a los
que cita. Pues bien, logra incorporarlos a ese diálogo con naturalidad y sin
pedantería, no por erudición sino cuando su testimonio resulta oportuno.
Fray Luis valora tanto la Paz, que más que
presentarla como don de Dios, da a entender que no se puede entender a la
divinidad si no está asociada a ella, como si fuera un atributo a la escala de
la eternidad o la omnipotencia. Y así lo deja expresado: «Y si la paz es tan
grande y tan único bien, ¿quién podrá ser príncipe de ella, esto es, causador
de ella y principal fuente suya, sino ese mismo que nos es el principio y el
autor de todos los bienes, Jesucristo, Señor y Dios nuestro?».
Nuestro escritor ha popularizado la imagen de
la Paz como reposo, pero esa es solo unas de las facetas del discurso. La Paz
-afirma- es «el bien de todas las cosas» y «es amada y seguida y procurada por
todos». Otros autores y artistas del Renacimiento explotaron los tópicos de la paz
armada, la guerra justa, la paz como concordia, la paz como garante de la
prosperidad, la paz como merced de la guerra, las espadas transformadas en
arados, los yelmos que acogen colmenas… El fervor con el que en esa época se
leían los clásicos y el renovado interés por los textos bíblicos habían puesto
todas esas metáforas en circulación. Muy oportunamente, pues los belicosos
Austrias no tardaron en incorporarlas a la propaganda de su dinastía. Pero,
contra todo pronóstico, no son recogidas por un humanista como Fray Luis.
Y es que nuestro escritor no considera la Paz
como causa o consecuencia, sino como principio y fin, como «blanco a donde
enderezan su intento y el bien a que aspiran todas las cosas».
Al entronizar a la Paz en categorías tan
excelsas, corría el riesgo de convertirla en alturas inalcanzables, en un numen
inútil en suma. Pero ya en el inicio de su discurso Marcelo / Fray Luis señala
la aspiración de la Humanidad a gozar de sus beneficios. Pues las almas «convencidas de cuánto les es
útil y hermosa la paz, se comienzan ellas a pacificar en sí mismas y a poner a
cada una de sus partes en orden».
Lamentablemente, la Paz era entonces, como
ahora, un bien escaso. Fray Luis de León conocía bien la fuerza, la mudanza y
el desorden de nuestras pulsiones y no se hacía ilusiones sobre lo que cada uno
alberga en su corazón. Para persuadirnos de la conveniencia de buscar esa paz
que es sosiego y concierto traza este embravecido panorama de la condición
humana:
«Porque ¿qué vida puede ser la de aquel en
quien sus apetitos y pasiones, no guardando ley ni buena orden alguna, se
mueven conforme a su antojo? ¿La de aquel que por momentos se muda con
aficiones contrarias, y no sólo se muda, sino muchas veces apetece y desea
juntamente lo que en ninguna manera se compadece estar junto: ya alegre, ya
triste, ya confiado, ya temeroso, ya vil, ya soberbio? O ¿qué vida será la de
aquel en cuyo ánimo hace presa todo aquello que se le pone delante?; ¿del que
todo lo que se le ofrece al sentido desea?; ¿del que se trabaja por alcanzarlo
todo, y del que revienta con rabia y coraje porque no lo alcanza?; ¿del que lo
alcanza hoy, lo aborrece mañana, sin tener perseverancia en ninguna cosa más
que en ser inconstante? ¿Qué bien puede ser bien entre tanta desigualdad? O
¿cómo será posible que un gusto tan turbado halle sabor en ninguna prosperidad
ni deleite? O, por mejor decir, ¿cómo no turbará y volverá de su calidad malo y
desabrido a todo aquello que en él se infundiere?»
Tras alentarnos a acoger a la Paz en nuestros
corazones, hábilmente, nuestro escritor nos convence de que pasar de lo
individual a lo colectivo a través de la figura del otro, el prójimo. Y en esta
operación introduce un concepto fundamental: el respeto, el reconocimiento a la
diferencia. Este es su testimonio:
«Es, pues, la paz sosiego y concierto. Y
porque así el sosiego como el concierto dicen respecto a otro tercero, por eso
propiamente la paz tiene por sujeto a la muchedumbre; porque en lo que es uno y
del todo sencillo, si no es refiriéndolo a otro, y por respeto de aquello a
quien se refiere, no se asienta propiamente la paz».
Nos encontramos con una de las primeras
formulaciones de la tolerancia, insólita en un religioso, súbdito además de
Felipe II. O tal vez, esta afirmación no quede tan huérfana. A corta distancia
de La Flecha se encontraban los claustros, las aulas magnas y los paraninfos de
Salamanca. Allí, otros hombres, argumentaron, discutieron y fundaron el derecho
de gentes, asentando los cimientos del Mundo Moderno. Los ecos de esta revolución
se adivinan en el discurso de Fray Luis, en sentencia tan lapidarias como «dar
su derecho a todos cada uno, y recibir cada uno de todos aquello que se le debe
sin pleito ni contienda.»
En conclusión, el concepto de la Paz de Fray
Luis y las implicaciones que desarrolla resultan muy novedosas para su época.
No obstante, no podemos calificarla de ‘modernas’ sin más. Más bien resultan atemporales,
imperecederas, ejemplares. Efectivamente, la Paz es un fin en sí misma, su
búsqueda se inicia calmando las pasiones de cada individuo y su eficacia se
propaga al considerar cuál es el bien colectivo. Y estas verdades las dirige
primero a los buenos cristianos, pero también las hace extensivas a todos los
hombres. Para ello emplea un castellano claro, preciso, libre de artificios.
En verdad nos encontramos ante un verdadero
monumento de la lengua castellana, un texto por tanto doblemente recomendable
por sus aquilatados valores literarios y por lo excelso de su pensamiento. Pero no nos engañemos. Fray Luis no busca que
lo admiremos, lo que quiere es que trabajemos por la Paz.
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El
texto íntegro ha sido publicado por la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes:
http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/de-los-nombres-de-cristo--2/html/
La imagen que hemos escogido como cabecera es
la litografía titulada «El reino Pacífico» o, más bien, «El Reino Pacificador»,
versión que nos parece más ajustada al original «The Peaceable Kingdom». Su autor es el americano Fritz Eichenberg
quién la estampó en 1950.
Procedencia de la
imagen:
https://www.dia.org/art/collection/object/peaceable-kingdom-44398
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