Cuando a las 13.00 horas del pasado día siete (jueves) un representante de la Academia Sueca leyó el nombre de Abdulrazak Gurnah cundió el asombro en los noticiarios y en las, ya eternas, redes sociales. Pues la candidatura de este escritor africano no aparecía en el ranquin de premiables y no lo habían tomado en consideración las casas de apuestas.
El propio Gurnah fue el primer sorprendido. Declaró a la prensa que se encontraba en la cocina de su casa preparándose una taza de té, cuando le avisaron por teléfono que había ganado el codiciado galardón. Lo primero que pensó es que le estaban gastando una broma. Seguidamente, lo aceptó como un improbable milagro, con la misma apasionada incredulidad con la que, en su niñez, leía los prodigios de Las mil y una noches.
Buscando razones más humanas, la prensa, y las redes sociales han recurrido a las supuestas cuotas y a la lógica necesidad de que un premio mundial represente a todos los continentes (Gurnah es el quinto africano en conseguir el galardón).
Lo cierto, es que como Louise Glück, la ganadora del premio del año pasado, se trata de un candidato lógico, de los de toda la vida. Una autor ya maduro (cumplirá en diciembre los 72 años) con una consolidada producción literaria, que goza de reconocimiento en el mundo de los escritores y que combina la creación con la docencia en una universidad inglesa, si bien actualmente se encuentra jubilado.
Gurnah nació en la isla de Zanzíbar, en 1948. A los 17 años se vio forzado a huir, ante a persecución de los ciudadanos árabes en su patria chica. Se trasladó al Reino Unido donde estudió en el oxoniense Christ Church College. Cuando tenía 34, se doctoró en Literatura Inglesa por la Universidad de Kent, donde impartió clases hasta su jubilación. Su lengua materna es el suajili, pero ha publicado toda su obra en inglés. Una estancia como profesor entre 1980 y 1983 en la Universidad Bayero Kano, de Nigeria es la única excepción en un perfil modélico de ciudadano británico nacido en ultramar. De hecho nació y se crío en una Zanzíbar que seguía siendo un protectorado del Reino Unido.
El exotismo se reduce a los libros que leyó en su niñez: los versos de la poesía árabe, de la poesía persa, los mundos de Las mil y una noches, los suras del Corán... obras que realmente pertenecen al acervo de la literatura universal. Con el tiempo, cuando su escritura se asentó en el amargo espacio del exiliado, Gurnah abrazó la tradición inglesa, desde Shakespeare a V. S. Naipaul. En suma, Gurnah se encuentra plenamente vinculado, en su vida y en su obra, al canon de la cultura occidental y habría que revisar todas las etiquetas que los medios de comunicación y las redes sociales le han adjudicado en los últimos días.
Mats Malm, el secretario permanente de la institución de los Premios Nobel, cuando anunció el veredicto, resumió el mérito de su obra en la «conmovedora descripción de los efectos del colonialismo y la difícil situación de los refugiados en el abismo entre culturas y continentes».
Ciertamente, nuestra época necesita un escritor que sea la voz de los desplazados. Pero habrá que señalar que los infortunios del abandono de la patria y la incertidumbre de los caminos de exilio ocupan un lugar sustancial en la literatura de todas las épocas y civilizaciones. Adán y Eva, Moisés, Eneas, Ovidio, Ruy Díaz de Vivar, Boabdil… son los ejemplos más señeros en los que se mezclan los azares de la vida y de la memoria. Como le ha sucedido al propio Gurnah, la equiparación entre exilio, infancia y paraísos perdidos ha llenado muchas páginas de buena literatura y muchos ojos de lágrimas. No hay otros paraísos que los paraísos perdidos, sentenció Borges, aunque la frase se repite una y otra vez en la versión cinematográfica de Bearn y otros se la adjudican a Proust o a Rilke. En fin, Gurnah también ejemplifica el caso extremo de quienes ven desaparecer a su patria. La Zanzíbar independiente y cosmopolita en la que se crio nuestro autor desapareció en la revolución que, precisamente, obligó a Gurnah a marchar al Reino Unido. Al año siguiente la isla decidió unirse a Tanganika, formando la moderna Tanzania.
Zanzíbar fue durante siglos el principal mercado de esclavos de la costa oriental de África. Gurnah no ignora esta realidad y en su relato de la brutalidad de la ocupación europea de la zona, especialmente el dominio alemán, no evoca una África precolonial idílica porque bien sabe que nunca existió. No podemos olvidar que a la escritura suma la docencia y que su principal interés académico es la escritura poscolonial y los discursos asociados con el colonialismo, especialmente en lo que se refiere a África, el Caribe y la India.
Concluimos señalando que al español solo han sido traducidos tres de sus libros. El más reciente y todavía disponible es En la orilla (2003) —lanzada por el ya desaparecido sello Poliedro—, que narra la historia de dos refugiados africanos en Reino Unido, que han dejado atrás Zanzíbar. Las otras dos novelas traducidas están descatalogadas, editadas por el también desaparecido sello El Aleph: Paraíso (1997) y Precario silencio (1998).
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La imagen tiene como autor al artista sueco Niklas Elmehed, ilustrador de
los premios Nobel. La hemos encontrado en el twitter de la institución.
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