viernes, 8 de marzo de 2019

El legado de Elena Fortún



Mi primer contacto con Elena Fortún fue un artículo sobre ella en un ajado ABC de Sevilla que leí en mi adolescencia, cuando íbamos a veranear a casa de mi abuela. De aquel texto sólo recuerdo la reflexión sobre la suerte de las familias adineradas y cosmopolitas de nuestros terribles treinta que habían apostado por la República y que, de pronto, se vieron rodeadas por una guerra en la que no tenían ya valedores.

 Para mí fue toda una sorpresa, pues hasta entonces suponía que el régimen presidencialista no había sido ni apoyado ni bien recibido por las clases altas. Precisamente aquella casa, y mi propia abuela, testimoniaban los rigores que sufrieron en el conflicto los bien acomodados en la llamada zona republicana. Claro está que mis ancestros no eran ni cosmopolitas ni desde luego afectos a Alcalá - Zamora ni, mucho menos, a Azaña.

   El asombro que entonces experimenté y el poso de tristeza y zozobra que sentí no los he olvidado, es más, vuelven cada vez que leo algún libro de Elena Fortún o me entero de alguna nueva circunstancia de su vida. Es más: afirmo que nadie puede acercarse a su figura y a su obra sin sorprenderse, sin apesadumbrarse y, también, sin batallar con las contradicciones de nuestra segunda República y con los demonios de la Guerra Civil.

 Pero la comprensión de la vida de Elena Fortún no puede reducirse a este o a cualquier esquema, por eso se revela como una perpetua sorpresa, o más exactamente, como una transgresión a los valores de una y otra ideología

 Para empezar, el corpus literario de la autora aún no está del todo establecido, aunque gracias a investigadoras pertinaces, de las que luego hablaremos, se halla en su mayor parte catalogado y estudiado y, actualmente, se realizan ediciones con su correspondiente aparato crítico. Pero el conjunto de sus artículos periodísticos todavía no se conoce en su totalidad. Tampoco está explorado de todo su febril correspondencia epistolar con escritoras de un lado a otro del Atlántico. Se debe añadir que en Argentina publicó, al menos, un libro San Martín, niño. (La infancia imaginaria del libertador) sin relación con la serie de Celia. En fin, la novelesca historia de la llamada «maleta de Elena Fortún» evidencia que, por las mismas contingencias que se ha conservado ese legado, muy bien podría haberse perdido, y que, por tanto pueden haberse extraviado, permanecer inéditas o haber sido destruidas otras obras de las que no tenemos noticia. Nuestra autora poseía una fecundidad literaria notable, pero sabemos que no estaba interesada en dejar sus creaciones no publicadas para la posteridad.

 Un segundo apunte: Los libros de Elena Fortún se vendían muy bien y durante décadas pudo disfrutar de la predilección de los lectores. Pero se sabía muy poco de ella. O lo justo: que aparte de escritora era una mujer casada y madre, como mandaban los cánones. Verdad es que en sus fotografías oficiales siempre aparecía con un innegable aspecto andrógino, que se podría justificar, en sus primeras obras, en aquellos años veinte en los que imperaba ese look tan propio del art-decó, pero que, difícilmente, podría pasarse por alto en las siguientes décadas menos permisivas. O tal vez sí, porque la censura es siempre ciega y al mutilar los detalles deja pasar el bosque entero.

La primera sorpresa es que su verdadero nombre era Encarnación Aragoneses Urquijo. Vino al mundo en Madrid en 1886, en una familia con ínfulas que acabó pasando por dificultades económicas, circunstancias que encontramos en la vida de otros muchos escritores. Al igual que otros autores, fue hija única y sus padres prefirieron aislarla del contacto con otros niños, `por lo que fue una lectora precoz y entusiasta.

Elena Fortún no escribió una autobiografía (eso sí podemos afirmarlo con certeza) pero en sus obras dejó anécdotas y reflexiones que se pueden interpretar como vividas por ella misma. Apuntemos que, pese a lo que se afirma una y otra vez, nuestra autora no destacó por su imaginación, sino que sólo escribía sobre lo que conocía (y conocía bien). Pues bien, como señalábamos, en algunas obras, en especial Oculto Sendero deja entrever que recibió la educación que entonces se destinaba a las chicas de cierta posición y que se especializaba en cortar toda aptitud profesional, para encaminarlas al matrimonio y la procreación.  Recalco lo de «deja entrever» pues en sus libros nunca afirma, siempre se limita a sugerir, vislumbrar, vincular hechos que parecen aislados… exactamente cómo hacen los niños sobre las realidades de las que sus padres prefieren no informarles. Añadamos que una mujer, en aquellos entonces, era como un infante, alguien desde el punto legal no totalmente responsable de sus actos, sin capacidad jurídica para ocuparse de sus propiedades y, en el marco de un tribunal, un testigo poco fiable

 Fatalmente, pues ese es el adjetivo adecuado, abandonó el domicilio materno (su padre ya había muerto) a los veinte años para casarse con Eusebio de Gorbea Lemmi, un primo segundo, teniente de Infantería y aficionado a la escritura.  Tuvieron dos hijos: Luis, que vino al mundo en 1908, y Manuel al que familiarmente llamaban «Bolín». No fue un matrimonio dichoso, más bien un completo fracaso, y la muerte de Bolín a los diez años fue una desgracia de la que le costó reponerse y que, naturalmente, marcó el resto de su vida.

 Su pseudónimo y su consagración a la escritura lo debemos a su esposo, autor de la novela Los mil años de Elena Fortún y de obras teatrales poco conocidas (aunque por su pieza «Los que no perdonan», fue galardonada en 1929 con el premio Fastenrath de la Real Academia Española, siendo la primera vez que se concedía a un autor dramático). El caso es que Eusebio de Gorbea organizaba tertulias, donde Encarnación conoció a figuras relevantes de la intelectualidad de la época. También influyeron los contactos que realizó en las asociaciones progresistas del Madrid de los años veinte, destacando el celebérrimo Lyceum Club y, de manera más que subrepticia, el Círculo Sáfico de Victorina Durán.

Su gran oportunidad la encontró cuando le propusieron trabajar en el suplemento infantil Gente Menuda del semanario madrileño Blanco y Negro. Sus relatos de Celia tuvieron una excelente acogida y en 1934 el editor Manuel Aguilar se hizo con los derechos y comenzó a publicarlos en forma de libro, consiguiendo un éxito arrollador. Todo esto, si no convirtió a Elena en rica, al menos mejoró notablemente su posición económica. No obstante, Eusebio no veía con buenos ojos la celebridad que estaba alcanzando su esposa, pero no dejó de aprovechar las vacaciones a lo grande y la nueva casa que pudieron adquirir. Además se consoló señalando que, a fin de cuentas, su esposa sólo sabía escribir para niños.

 Y es que Elena Fortún ha sido etiquetada reiteradamente como autora infantil y juvenil, con la serie de Celia y sus epígonos como  única obra. Un juicio rápido, pero de perenne duración, la presenta como la escritora de las trastadas de Celia y Cuchifritín y con eso parece que está todo dicho. Lo cierto es que estas obras son, primero, excelentes cuentos para niños (son los preferidos de mi sobrina Inés que los reserva para la hora de irse a la cama); en segundo lugar participan de las obsesiones vanguardistas por los absurdo, lo lúdico y los juegos de palabras. Y en tercer lugar revelan las hipocresías de la alta burguesía de la época y ponen de vuelta y media sus métodos educativos, o mejor dicho, la carencia de ellos.

 Esta primera etapa, la de los últimos veinte y los primeros treinta, en los que se desarrolla la Edad de Plata de la Cultura Española y en las que las mujeres entran en el mundo de la política y consolidan su presencia en los ámbitos culturales, concluye bruscamente con el estallido de la guerra civil. Elena Fortún permanece en la zona republicana, junto a su familia y sufre todas las incomodidades y todos los horrores del conflicto. Siguió escribiendo, pero el tono de los relatos de Celia cambió completamente y dio pasó a un realismo contundente, a veces atroz. La propia Celia afirma en el inicio de Celia Madrecita:

«Lloré sobre mis catorce años, que habían sido felices hasta la muerte de mi madre; mis tres cursos de Bachillerato, que consideraba perdidos, y los pájaros de mi cabeza, que aleteaban moribundos



En 1939, tras una verdadera odisea, Elena y Eusebio consiguen exiliarse y ser acogidos en Argentina donde escribe otro desgarrador libro: Celia, institutriz en América, obra que Aguilar sólo pudo editar en Iberoamérica, pues se prohibió su impresión en España. Celia Madrecita sí pasó el examen, pero varios de sus pasajes fueron censurados. Además, las vibrantes ilustraciones estilo art- decó de Francisco Molina Gallent fueron sustituidas por otras más relamidas. La que reproducimos, de Boni, transforma el té de su madre en el Lyceum Club en alguna otra cosa.


De la época del exilio es el Cuaderno de Celia (Primera Comunión), un libro escrito en 1947 con un cristianismo límpido y sentido, y que es otra de las grandes sorpresas de esta autora de la que nadie sospechaba que podría presentar tal fervor  religioso y tal variedad de estilos. También en 1947 escribe y publica El arte de contar cuentos a los niños, un ensayo sobre el valor educativo de los relatos infantiles que demuestra la versatilidad de la autora y su profundo conocimiento del mundo infantil.

A finales de los años cuarenta, el matrimonio se plantea el regreso a España. En 1948 vuelve Elena quien comprueba que no existen obstáculos políticos para la vuelta al país, pues. al fin y al cabo, fuera de demostrar su preferencia por la República, no se habían significado políticamente. Pero cuanto mayor es su alegría, recibe una terrible noticia: Eusebio Gorbea se ha suicidado en Buenos Aires. De nuevo la tragedia trastoca la vida de la autora, que, como al igual que en otras innumerables ocasiones, logró reponerse, o al menos, lo aparentó.



Finalmente, el regreso se materializará en 1950, instalándose la escritora en Barcelona. De esta época son sus libros sobre Milá y Piolín, en los que aprovecha para reflexionar sobre Castilla y la esencia de España [de la que reproducimos una ilustración] y Celia se casa, obligado final de los saga de Celia impuesto por la editorial y que, de nuevo, pone en cuestión, la condición de la mujer en España, agravada ahora por la estrecha moralidad de la posguerra. Celia abandona sus sueños de ser escritora o bibliotecaria y se pone a reunir el ajuar. Ciertamente, no es una historia de amor.

Señalemos que Celia se casa es, de momento, el único libro de la autora que posee nuestra biblioteca.



También en 1950 se publican las últimas obras que escribió: Los cuentos que Celia cuenta a las niñas y Los cuentos que Celia cuenta a los niños. Lo cierto es que se encontraba muy delicada de salud cuando pudo volver a España y acabó por fallecer en Madrid en 1952, a los sesenta y seis años. De estos postreros años, merece la pena recordar que mantuvo una intensa correspondencia epistolar con Carmen Laforet, de tal forma que actuó de puente entre una y otra generaciones de escritoras.

Tras su muerte los libros de Celia y otros personajes fueron perdiendo paulatinamente popularidad y la autora cayó en un relativo olvido. Relativo porque las lectoras de los Celia nunca la olvidaron. Una de ellas, la profesora de la universidad de Cádiz Marisol Dorao, logró reconstruir la biografía de la escritora y hallar dos libros inéditos en una maleta (más bien un bolso de viaje) que se hallaba en poder de su nuera, Anne Marie Hug. Estas obras son Celia en la Revolución y Oculto Sendero.

Celia en la Revolución es un estremecedor relato sobre la Guerra Civil que tuvo que permanecer inédito, por la sencilla razón de que no lo hubieran admitido ni la España Franquista ni el exilio republicano (en especial el que ella conoció al otro lado del Atlántico). Aunque la obra quedó sin revisión definitiva es, a no dudar, una de las mejores novelas sobre nuestra Guerra Civil. Y, por cierto, de las menos leídas. En el mismo limbo se encuentran Madrid de Corte a Checa de Agustín de Foxá y El Mono Azul de Aquilino Duque, pues las tres aportan una visión compleja e iconoclasta del conflicto. Celia en la Revolución fue publicada por Aguilar en 1987 pero, por razones que se desconocen la tirada debió ser reducida porque pronto se transformó en una auténtica rareza.

 Oculto Sendero tiene como argumento la vida de una pintora, María Luisa Arroyo, que avanza en su vida hacia el entendimiento de su homosexualidad. Obviamente, algunos pasajes se inspiran en la propia vida de Elena Fortún. Se entiende que la autora no solo rehusara publicarla sino que, incluso, la firmara con otro pseudónimo (Rosa María Castaños).

Queremos acabar esta reseña con nuestra más completa gratitud a la editorial Renacimiento por la publicación de la Opera Omnia de la escritora. El agradecimiento no sería completo sin mencionar a las responsables de estas cuidadas ediciones: las profesoras María Jesús Fraga Fernández-Cuevas y Nuria Capdevila-Arguelles. Cada uno de sus prólogos son estudios exhaustivos que, al fin, ponen las cosas en su sitio y vencen los estragos del tiempo, los desastres de la guerra y los ultrajes de los hombres.


Ante Elena Fortún y ante todas las personas, casi todas ellas mujeres, que han contribuido a mantener su recuerdo, su legado, sus lecciones sobre la infancia, su apabullante modernidad, uno se siente tan tímido y maravillado como Raymond de Celia en el Mundo y solo acierta a decir ese Oh, comme je vous remercie, mesdemoiselles…!



Procedencia de la imagen principal:

https://articulo.mercadolibre.com.ar/MLA-657728493-elena-fortun-celia-institutriz-de-america-aguilar-1949-_JM

Procedencia de la imagen del libro Celia se casa:

http://www.libreriamujeres.com/narrativa-en-castellano/1721-celia-se-casa-9788417266554.html


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