El pasado 20 de noviembre (martes) el jurado del
Concurso de Relatos de Terror emitió su fallo: Por unanimidad recibió el
galardón la obra «Su mejor amigo» escrito por la alumna Julia Franco García del
curso 3º de ESO «B». Hemos de indicar
que en los tres años que se lleva convocando este certamen no recordamos una
historia tan estremecedora desarrollada con tal economía de medios, entre ellos
la brevedad.
En la imagen la ganadora posa con sus
compañeros Francisco de Paula Rojas García y Raúl de la Rosa Reyes.
Para anunciar el triunfo de Julia imprimimos
el siguiente cartel:
Evidentemente,
se trata de un homenaje a la celebérrima cubierta de la obra «Bills of
Mortality» (London's dreadful
visitation; or a collection of all the bills of mortality for this present year. London: E. Cores, 1665) atribuida a John
Graunt. Señalemos que este tétrico libro o, mejor dicho, la colección de la que
forma parte, se considera uno de los primeros testimonios de las matemáticas
aplicadas a las Ciencias Sociales.
La imagen que reproducimos procede de la
siguiente página:
Y concluimos con la reproducción del relato:
SU
MEJOR AMIGO por JULIA FRANCO GARCÍA
… el bebé lo primero que dijo no
fue ni “papá” ni “mamá” fue “Ambi”. “Ambi” era su forma de decir “Bambi”, que
era el nombre del perro de aquella familia.
Era un bulldog francés de atenta
mirada y juguetona, que había conseguido que el bebé estuviera siempre
entretenido. Dejaba que el niño le acariciase y le tirara de las orejas una y
otra vez. Le enseñó incluso a caminar, ya que el perro había dejado que el bebé
se sujetara a su lomo para dar sus primeros pasos. El padre del niño había
sacado algunas fotos de aquel momento tan bonito e inolvidable y cada vez que
se sentaba junto a su mujer se pasaban horas riendo y mirando el álbum de
fotos.
Por eso, cuando Bambi murió atropellado
por una furgoneta, la madre se
preocupó y pensó que el bebé echaría de menos al perro, aunque el marido le
dijo de inmediato:
-Tiene apenas un año, no se dará cuenta
de nada.
Más tarde el hombre fue al patio trasero, que era muy
extenso y estaba repleto de vegetación. Comenzó a cavar la tumba del perro. A
la media hora terminó, ya que la tierra era dura y no hacía falta cavar mucho para
enterrar el pequeño cuerpecito del animal. Metió en el agujero al perro, que
estaba cubierto por una manta blanca, y luego de pronunciar en voz alta una
despedida para “Bambi” empezó a echar la tierra sobre él.
Horas más tarde, mientras veía un partido de fútbol por la
tele, escuchó a su hijo que estaba en el patio pronunciando “Ambi, Ambi”, y
reía a carcajadas. Salió de la casa para mirar, creyendo que el niño repetía la
palabra por costumbre. Se quedó helado al ver a su hijo caminando al lado del
perro, que tenía el pelaje manchado de barro y cojeaba de una forma muy
extraña. Ambos se dirigían hacia la tumba, que estaba abierta, y cuando el
hombre llamó a su hijo a gritos, el animal se dio la vuelta y le enseñó sus
colmillos afilados. Sus ojos eran rojos y el hombre de inmediato se dio cuenta
que las intenciones que tenía “Bambi”, o lo que fuese que caminaba por su
patio, eran malignas. Agarró la pala que había dejado junto a un árbol de su
patio y comenzó a golpear al animal, mientras el bebé lloraba a todo pulmón y
no dejaba de repetir aquel nombre que comenzaba a resultarle siniestro: “Ambi,
Ambi”.
El hombre golpeó al perro hasta dejarlo convertido en una
masa de carne y sangre. Enterró de nuevo lo que quedaba de él en el agujero
abierto. No le dijo nada a su mujer,
quizás porque sabía que pensaría que se había vuelto loco.
Cuando llegó la noche, apenas pudo dormir y se despertó
sobresaltado en medio de la oscuridad. Acababa de tener una pesadilla con el
animal y tenía el cuerpo cubierto de un sudor frío. Se levantó y se dirigió
hacia la cuna del bebé, pero ésta estaba vacía, y enseguida escuchó la voz de
su hijo que desde el patio trasero de la casa repetía: “Aaaambiiiii…
Aaaambiiiii”.
El hombre salió como un loco, y llegó justo para ver como
esa cosa que ya ni siquiera se parecía a “Bambi” arrastraba al bebé hacia el
agujero del patio. El padre dio un grito y entonces la cosa se dio vuelta y le
mordió en la pierna. El hombre le respondió con una patada y luego agarró a su
hijo y se metió en la casa. Así pasaron el resto de la noche escuchando los
quejidos del animal, que del otro lado rascaba la puerta para que lo dejasen
entrar.
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