Un año más -y ya van dos- hemos vuelto a
dedicar un ángulo de nuestra biblioteca a la Semana Santa. Han vuelto a esa
especie de altar, o de catafalco, los libros que la explican, las imágenes de
Jesús y de María en las que combaten la agonía y la esperanza, las figuritas de los nazarenos… Hasta el dulzón aroma del incienso ha hecho
acto de presencia.
No debiera extrañarnos. Toda Andalucía es, en estos días,
un teatro febril que se prepara para la más grande de las representaciones. Tal es su magnitud que se prolongará durante siete días y siete noches. El relato de los última semana
del Dios que quiso vivir y morir como verdadero hombre encuentra en esta Tierra
de María Santísima –acertado epíteto que debemos al ecijano Benito Más y Prats-
el más cumplido de los escenarios. En ninguna otra parte los artífices se
esforzaron tanto en plasmar lo real, en hermosear lo efímero, en acercar lo
divino a lo humano.
Concluiremos con este inspirado poema de Fernando Villalón:
CUANDO YO TOREE EN MADRID
Así rezaba en los topes
De un raudo ferrocarril
tragando amargo jarope
un torerillo aprendiz
reliado en su capote:
«Cuando yo toree en Madrid,
te compraré una corona
y un manto de carmesí
que no puedan seis personas
meterlo en tu camarín.
La noche del Jueves Santo,
en mis hombros una cruz
y con mis dos pies descalzos,
los pasitos que andes
tú
irán andando mis pasos (…).»
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