Rodeados de libros, pero concentrado en su smartphone, Javi parece encarnar el desprecio que las nuevas generaciones mantienen hacia la lectura. O tal vez no. Por la misma regla de tres puede estar consultando el catálogo de la biblioteca velezguevariana, y al descubrir que no lo tenemos (o se encuentra en préstamo) se apresura a buscarlo y reservarlo en la Biblioteca Municipal de Écija. Y si tampoco allí lo consigue puede comprarlo en las cientos de (más bien todas) librerías que venden en la red y le llegará en dos o tres días. Y si se trata de una obra descatalogada, siempre podrá encargar la fotocopia del mismo en la Biblioteca Nacional de Madrid, o intentar adquirirlo por poco coste en el inabarcable mercado de segunda mano. También, no nos olvidemos, tiene la posibilidad de descargárselo (de forma gratuita o estipendiaría) o leerlo en Google Book.
El Smartphone, y cualquier acceso a la Red, no sólo sirve para buscar libros, también ofrece las recensiones críticas, las distintas ediciones y sus variantes, las traducciones, sus adaptaciones, su carrera comercial, los clubs de lectores, los trabajos escolares o universitarios que se han hecho sobre el mismo… A internet se incorporan no sólo los estudios recientes, sino que se recuperan las actas de congresos remotos, de revistas fenecidas, de obras inéditas. Hete aquí que la última maravilla de la tecnología acaba desempeñando, ventajosamente, la labor de libreros de lance y chamarileros.
Las posibilidades no acaban ahí. El Quijote en formato pdf no puede rivalizar con la prestancia de esas ediciones de lomo dorado y litografías de Doré. Pero permite en pocos minutos, tal vez uno, encontrar ese pasaje, cita o retruécano que recordamos vagamente. El cotejo a varias ediciones digitalizadas sumado a la búsqueda de localismos y giros gramaticales recurrentes ha permitido en menos de un año lo que no se ha logrado en cuatro siglos: identificar al autor del Quijote de Avellaneda. Procedimientos similares permiten identificar plagios y plagiarios, desmentir los bulos y las citas falsas, interpretar palimpsestos, reconstruir el archivo de la STASI a partir de 600 000 millones de fragmentos… Al lado de estos prodigios, la sinopsis de los evangelios, las Etimologias de San Isidoro, los esfuerzos de María Moliner, la edición del Espasa, todas las recopilaciones de dialectología y costumbres populares quedan a la altura del arte megalítico: impresionante, pero tosco e inútil.
Los apocalípticos podrá argumentar que todo esto resulta puramente mecánico, pero lo cierto es que esta batería de adelantos ayuda, y de qué forma, a la creación literaria. No sólo por disponer de manera instantánea de todas las fuentes y modelos que se requieran, sino además por herramientas como los correctores de ortografía y de sintaxis o los traductores instantáneos, en los que ya se implementan las primeras nociones de inteligencia artificial. Por otra parte la Red te permite subir todos álbumes de fotos, bitácoras y otros formatos en los que compartir tus ficciones o reflexiones sin la tiranía de editoriales, librerías o el supuesto gusto del público. No se puede acusar a Amazon de arruinar el sector cuando lo cierto es que ofrece la autoedición a precios muy asequibles.
Se argumentará entonces que los teléfonos inteligentes se emplean normalmente para perder el tiempo con juegos exasperantes o para compartir, comadrear, zaherir en las redes sociales. Pero también permiten tener en la palma de tus manos el acceso a todos los libros del mundo, la puerta de la noosfera y si el oxímoron es tolerable, la epifanía del conocimiento. No buscamos el parecido de forma intencionada, pero cuando contemplamos la imagen de Javi retrepado en la escalerilla, nos asalta la imagen de la pitonisa sobre el trípode. Y es que la coletilla «en tiempo real» nos coloca al nivel de los héroes, los reyes y los dioses. Con la ebriedad del demiurgo creemos y afirmamos que la Red no ha venido a destruir la Cultura, sino a perfeccionarla y ofrecerla en su plenitud. El Verbo comenzó la Creación y se acerca el momento en que toda la Creación sea Verbo. Es el momento de ceder el turno a estas inspirado y profético relato incluido en el Retorno de los Brujos:
«La ciencia de los mejores lingüistas del mundo no bastó para descifrar ciertos manuscritos encontrados en las orillas del mar Muerto. Se instaló una máquina, un calculador electrónico, en el Vaticano, y se le dio a estudiar un espantoso galimatías, los restos de un pergamino inmemorial, en el que aparecían escritos en todos sentidos, fragmentos de signos indescifrables. La máquina tenía que realizar una labor que no habrían podido ejecutar doscientos cerebros trabajando doscientos años seguidos: comparar los trazos, rehacer todas las series posibles, deducir una ley de similitud entre todos los términos de comparación imaginables, y, después de agotar la lista infinita de combinaciones, establecer un alfabeto partiendo de la única similitud aceptable, volver a crear una lengua, restituir, traducir. La máquina observó los despojos con su ojo verde, inmóvil y frío, empezó a chirriar y a zumbar; innumerables ondas rápidas recorrieron su cerebro electrónico, y al fin extrajo de aquel detrito un mensaje, que era la palabra del viejo mundo enterrado. Tradujo. Las sombras de letras cobraron vida sobre el polvo del pergamino, se juntaron, se agruparon, y de aquella masa informe, de aquel cadáver del verbo, brotó una voz llena de promesas.»
Por lo demás, faltaríamos a la verdad en calificar toda esta maquinaria como revolución, pues se venía gestando desde hacía muchísimo antes, tal vez, a lo Teilhard de Chardin, desde el principio de los tiempos, desde ese Verbo o Logos joánico. Mientras buscábamos el encuadre más evocador (y no fue tarea sencilla), Javi, con la concentración de los buenos modelos, sintió como un rumor entre libro y libro, como de pisadas sobre la hojarasca o de aleteo de polillas en un bosque. Ese bisbiseo era lo que los volúmenes se contaban los unos a los otros: el recuento de los reemplazos tecnológicos que habían sucedido hasta la fecha. Canta lengua, cómo la versión escrita de la Ilíada se volvió canónica y arruinó a los aedos que quedaban. Como, siglos más tarde, la Antigüedad se desmoronó y, nuevo signo de los tiempos, el papiro enrollado fue derrotado por el libro de pergamino. Como la irrupción de los árabes en el Mediterráneo supuso que los molinos de Valencia, Silos, Fabriano trabajaran sin descanso en la producción de papel. Y las luchas sin cuartel, y los exterminios de formas de concebir el libro se sucedieron en tropel: el manuscrito por la imprenta, la miniatura por el grabado, el grabado por la litografía… Una guerra interminable, a veces sórdida se estableció entre el fotolito, la multicopista, la linotipia, la rotativa, el ciclostil, la fotocopia, el ofset,..
El cambio de soporte ha sido una constante en la historia de la cultura y, consecuentemente, en la gestión de las bibliotecas. El medio no tiene por qué ser el mensaje, y una fábula de Esopo no es menos auténtica (ni menos divertida) inscrita en mármol que reluciendo en la pantalla de un ordenador. Concluiremos con dos evidencias. La primera es que la historia es un tecnothriller. La segunda es que todo lo planteado en esta entrada como novedad provocará la risión de los lectores de dentro de unos años.
El alumno es Francisco Javier González Campos, del segundo de bachiller «A».
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