El
pasado 20 de mayo (lunes) el jurado del Certamen Literario “Nulla Dies sine
Linea” emitió su veredicto:
En la modalidad de poesía
la obra ganadora ha sido Dolores de Santiago de la alumna de 1.º de Bch. «B» Alba María Rodríguez Cáceres.
En la modalidad de microrrelato
(ESO) la obra ganadora ha sido ¿Por
qué lees? de la alumna de 2.º de ESO «B» María Moral Sánchez.
En la modalidad de
microrrelato (Bachiller) la obra ganadora ha sido Policias y Ladrones de
la alumna de 2.º de Bch. «B» María José Reyes Fernández.
En la modalidad de
microrrelato (ESO) la obra ganadora ha sido ¿Ha merecido la pena? de la
alumna de 2.º de ESO «B» Alba Villaécija Caraballo.
En la modalidad de relato
(Bachiller) la obra ganadora ha sido La
última vez de la alumna de
2.º de Bch. «B» María José Reyes Fernández.
Los
premios de este certamen se otorgarán en la graduación de 4.º de la ESO, dentro
de la entrega de distinciones de los distintos departamentos. Pero creemos que
triunfar en la competición más antigua y prestigiosa de nuestra biblioteca,
bien merecen la foto que reproducimos. Posan con las ganadoras dos compañeros
de Alba: Lucía Aguilar Macías y Joaquín Martínez Isla.
Falta
en la instantánea la doblemente premiada María José Reyes Fernández, que ya no
se encuentra en el Centro al terminar las clases del 2.º de Bachiller. En su
última jornada en el Vélez pudimos hacerle el retrato que reproducimos a
continuación.
Desde
aquí queremos felicitar a las alumnas triunfadoras por el talento demostrado en
sus producciones literarias, obras bien construidas y planteadas con una
seriedad impropia en unas autoras en edad escolar.
Este
año hemos podido contar con una participación estimable de originales, aunque
seguimos sin contar con alumnos varones que se presenten. Todas las obras entregadas
han destacado por su calidad. Por ello, a los miembros del jurado nos ha costado
llegar a tomar la decisión en cada uno de los apartados.
Frente
a las carencias de otros años, en esta ocasión casi todas las categorías han
quedado cubiertas y en sus dos niveles: ESO y Bachillerato. Se ha cumplido la
profecía que lanzamos en los años de espigas marchitas: cuando la biblioteca
vuelva a las condiciones de las que
gozaba antes del COVID, se repetirán las altas participaciones en sus actividades
y volverá la excelencia de las obras realizadas por nuestros alumnos.
Pero
dejemos las reflexiones sobre el pasado y el futuro y pasemos a ese gozoso
presente que es el talento de nuestras alumnas escritoras.
DOLORES DE SANTIAGO
Dicen que tu palio es el cielo
y que aquí se hace de piedra,
donde tantas veces te recé
hablándote con poemas.
Donde tu pena es más grande
sabiendo de su condena,
madre de los dolores
soberana y señora eterna.
Que hasta las rosas te envidian
y quisieran ser más bellas,
para igualar tu rostro
y ser espejo de tu belleza.
Ahora te pido, señora,
dame fuerzas y más fuerzas,
para llevarte con arte
cómo se lleva a una reina.
Que no derrames más lágrimas,
que no tengas más tristezas.
Écija entera te quiere,
y se hace pañuelo de seda
para secar tus mejillas,
bañadas por la pureza de sentimiento
divino, por tu hijo
que se entrega y expira perdón y amor
al mundo que lo contempla.
Señora de Santiago,
tú, la madre más perfecta,
tú, virgen de entre las vírgenes.
Eres consuelo y maestra,
eres consuelo del hombre
que hoy ante ti reza.
Alba María
Rodríguez Cáceres, 1.º de Bachillerato de Humanidades.
¿POR QUÉ LEES?
Siempre
había una chica con la nariz metida en un libro; escondida en algún lugar
recóndito de la biblioteca.
-
¿Por qué lees?, leer es un aburrimiento y una pérdida de tiempo-. Le decían sus
compañeros, escrutándola con la mirada.
-No es aburrido ni una pérdida de tiempo-.
Contestaba ella sin inmutarse.
En
el fondo sí le importaba. Pero llegó el día que se adentró en un mundo nuevo.
Ella comenzó a reír, a llorar, a emocionarse y sumirse en la decepción; ella
sola, en la compañía de los libros, que no la juzgaban. Solamente la
transportaban a un universo paralelo, donde podía llegar a ser lo que su campo
de la imaginación le permitiera, algo que jamás haría en la vida real.
María Moral
Sánchez, 2.º de ESO «B».
POLICÍAS Y LADRONES
Nos habíamos conocido un verano tan caluroso
como el resto en aquel pueblo pequeño perdido de la mano de Dios. Tú habías
llegado con tu padre una tarde de julio en la que yo estaba jugando en el patio
a correr sin parar.
Recuerdo
que tu padre me señaló y yo saludé con energía en vuestra dirección, a lo que
tú no pudiste evitar sonreír.
Desde
ese día, durante lo que restaba de verano, nos dedicamos a jugar a policías y
ladrones con algunos niños más del vecindario. Todos solían perder nada más
empezar, y la partida acababa por convertirse en un uno contra uno, en el que
tú eras la policía y yo el ladrón.
Recuerdo
los gritos de alegría cuando ganábamos nosotros, y los abucheos y algún que
otro llanto cuando tú salías vencedora.
Ese
verano sirvió para que nos convirtiésemos en grandes amigos, mejores amigos
incluso. Cuando el resto de niños se iban a sus casas, tú y yo nos quedábamos
tumbados en el césped del patio, hablando de lo que fuera que hablasen los
niños de diez años.
Tú
soñabas con ser policía, como tu abuelo. Ayudar a los demás y luchar por lo que
estaba bien y por lo que creías que era correcto. Yo soñaba con tener dinero.
Poder comprar todo lo que quisiera y viajar por el mundo sin preocuparme por
los gastos.
Y
esos sueños que poco tenían que ver uno con el otro, encontraban un lugar donde
coexistir en el patio de mi casa.
Cuando
el verano terminó, tu padre y tú os marchasteis del pueblo. Recuerdo que te
abracé con fuerza y te prometí que, algún día, de alguna forma, nos volveríamos
a encontrar.
Me
hubiera gustado que nuestro reencuentro hubiese sido tan bonito y emotivo como
había imaginado durante tantos años, pero, una vez escuché a alguien decir que,
cuanto más planeas algo, peor es el resultado.
Había
que ver el lado positivo, al menos nuestro reencuentro se parecía a los viejos
tiempos, de alguna forma.
El
suelo era verde, aunque no por el césped, sino por los billetes y las joyas que
se habían desperdigado cuando se me cayó la bolsa de las manos. Volvía a ser un
uno contra uno de policías y ladrones, pero, en esta ocasión, yo tenía una
pistola apuntándome a la cabeza y tú no podías permitir una mancha en tu
impecable reputación.
María
José Reyes Fernández, 2.º de Bachillerato “B”.
22 DE AGOSTO
Siento algo pesado sobre mi vientre que no me
permite respirar, consigo abrir los ojos. Mi yegua está tumbada encima de mí,
cubierta de sangre. Se levanta apoyando las rodillas y rueda hasta caer por el
precipicio que tenemos al lado.
El miedo se apodera de mi cuerpo y hace que
me cueste respirar. No tengo miedo a morir, nunca lo he tenido, me da miedo no
haber disfrutado al máximo cada segundo de mi vida. Todo se vuelve negro, mis
pensamientos y el miedo se apagan.
Los gritos a mi alrededor me despiertan.
Consigo abrir los ojos y pongo todo mi esfuerzo en levantarme. La cabeza me da
vueltas, me falla la rodilla y me duele todo el cuerpo. A mi alrededor todo es
un caos, hay sangre por todos lados, pedazos de piel, restos de órganos y lo
que creo que es el parachoques de un coche, que está manchado de sangre.
- ¡Socorro, no siento las piernas! - grita
Julia tumbada en la carretera, tiene una brecha en la frente y he su lado está
su yegua, encima de un charco de sangre.
Sergio está tumbado debajo de un árbol a
mitad del precipicio, llorando y gritando algo que no consigo entender. A su
lado están su caballo y mi yegua, muertos.
- ¿Qué ha pasado? - susurro.
-Nos ha atropellado una furgoneta- dice Raúl
con un miedo indescriptible en la voz.
Todo se vuelve negro de nuevo, de repente el
suelo desaparece y estoy cayendo al vacío.
Me despierto con el pulso errático y la piel
pegajosa, agarrándome a las sábanas.
"Me llamo Alma. Tengo 13 años. El 22 de
agosto, el que pensaba que sería uno de los mejores días de mi vida, nos
atropelló una furgoneta. Han pasado siete meses. Sobreviví. Mi yegua no corrió
la misma suerte, teníamos tantos sueños por cumplir, y ella dio su vida para
que yo pudiera cumplir los míos.", me recuerdo a mí misma, ya que, a lo
largo de estos siete meses, me he dado cuenta de que me ayuda a volver a la
realidad.
Han pasado siete meses desde el 22 de agosto
y me he dado cuenta de que una parte de mí murió ese día.
Este microrrelato está basado en hechos
reales.
Alba Villaécija Caraballo, 2.º de ESO “B”.
LA ÚLTIMA VEZ
Faltan
menos de dos meses para selectividad. Ese examen que retumba en tu cabeza, y
cuyo nombre parece brillar en neón en cada esquina del instituto.
Debería escribir un relato, pero, si algo me
ha enseñado leer El Cuarto de Atrás, es que recordar cosas, aun de forma
desordenada, también es contar historias. Y como esta va a ser la última vez
que escriba algo para el Vélez, tal vez merece la pena no escribir un relato,
no ganar, y en su lugar contar una historia sin personajes ficticios (más allá
de los que viven en mi cabeza).
Tal
vez, por esta vez, estaría bien dejar la fantasía a un lado y centrarme en la
realidad, esa realidad que me ha acompañado durante seis años y de la que
pronto toca despedirse.
Realmente,
no soy una persona ansiosa (un momento, me explico antes de que algún profesor
abra la boca). No suelo preocuparme por cosas que sé que no puedo controlar.
Selectividad me aterra, el examen de lengua también, y el de historia, y el de
mates... Pero no me aterra que se acabe el instituto (al menos ahora, que
alguien me pregunte a finales de mayo a ver que respondo). Sé que tiene que
terminar. No puedo pretender ser una estudiante de E.S.O toda la vida, aunque
no me parezca del todo mal.
Al
menos, si fuese estudiante de instituto eternamente, aprendería siempre cosas
nuevas de todos los temas, no solo de uno en concreto. Y eso es otra cosa que
me aterra; no saber lo que estudiar.
Vuelvo
a hacer una pausa antes de que alguien coja las carreras de la facultad de
Sevilla y me subraye con rotulador rosa fosforito Filología Hispánica. Sí, es
algo que me encanta, me encanta lengua. Me lo paso bien haciendo sintaxis y
aprendiendo sobre autores y sus formas de escribir (hay una frase que dice algo
así como “para ser un buen escritor, antes hay que aprender de los grandes
escritores”). Pero también me gusta hacer problemas de mates, me encanta el
inglés, muy a mi sorpresa me gusta mucho empresa, y geografía no está tan mal
como yo me la imaginaba.
Ese
es mi mayor problema, en realidad, más grande que no saber que estudiar o de
qué trabajar. Mi problema es que me gustaría aprender todo lo posible sobre
todas las cosas posibles, pero eso es imposible. No suelo admitirlo, pero me da
mucha rabia cuando no entiendo de lo que hablan los de humanidades, por eso
siempre les pregunto cosas y les dejo que me escupan la teoría cuando tienen un
examen. En menor medida, también envidio a los de ciencias cuando hablan de
cosas de biología (y mira que yo no es que sea precisamente la fan nº1 de las
ciencias de la salud), aunque hay cosas que recuerdo por haber estado en cuarto
de ciencias. También envidio el dibujo técnico del bachiller tecnológico, por
muy difícil que sea, pero me encantaría ser capaz de ver una composición de
figuras geométricas y decir “yo sé hacer eso”.
Y
por más infantil que parezca decir que “lo quiero todo”, no creo ser la única
que piensa así, aunque casi todos mis amigos tengan las cosas muy claras y
asignaturas que odian. Nunca he podido decir que odio una asignatura. Pueden
aburrirme, no gustarme o pillarles asco (vuelvo a mi trauma en proceso de
curación con geografía), pero siempre acabo aprendiendo algo más o menos útil
de ellas (mención honorífica a educación física por enseñarme a hacer trucos
con la comba).
Aunque
sí que he tenido asignaturas favoritas. Siempre me ha gustado inglés, me ha
resultado fácil, entretenido... Además, si hay algo de lo que carezco es de
vergüenza, así que nunca me ha resultado un problema hablar o leer en inglés
(es más, el speaking es mi parte favorita), por no hablar de que nueve de cada
diez canciones que escucho están en inglés.
Historia
para mí empezó el año pasado. Los otros años digamos que no me enteré ni del
año que estaba estudiando. Dicen que la asignatura gana mucho con un buen
profesor, y quien dijera eso no se equivocaba. Más allá de tener que aprenderme
un puñado de constituciones y palabrejas extrañas que acabo consultando en la
RAE, historia es divertida (sí, como estás leyendo, historia es divertida).
Podría considerarla uno de mis grandes descubrimientos. Antes no entendía ni un
pimiento de lo que salía en las noticias, ahora soy capaz de comprender
medianamente el mundo en el que vivo (cosa que no viene mal).
Empresa
o economía (como tú la quieras llamar) es otra de las afortunadas que se han
ganado mi corazón no sé exactamente por qué. Tal vez porque me resulta
entretenida, porque, como en historia, la profesora hace milagros, o
simplemente porque en otra vida fui economista y yo aún no me he enterado. La
cuestión es que me lo paso bien estudiando empresa, no se hace pesado, me tomo
los problemas como un misterio que hay que descifrar en menos de veinte
minutos... Por eso, a veces dudo si tirar por ese camino.
Siento que si digo que estas son mis favoritas
les quito importancia a las otras, cuando, en realidad, todas son importantes y
de alguna forma le aportan algo a mi vida, aunque sea tan solo un granito de
arena a la mitad; francés me gusta, me gusta mucho, a veces no entiendo ni pera
y otras me sorprendo a misma teniendo una conversación en francés frente al
espejo; filosofía es la cuna de las curiosidades y las conversaciones extrañas
que hacen que los engranajes de tu cabeza comiencen a girar a toda máquina y
saques conclusiones que ni tú mismo creías capaz de elaborar...
Y he decidido dejar lenga para el final porque
sé que me voy a enrollar. Un maestro en quinto de primaria nos dijo un día que,
muy probablemente, la gran mayoría de nosotros no cumpliríamos nuestros sueños.
Yo decidí autoimponerme ese día la meta de cumplir los míos para demostrarle
que se equivocaba, aunque en ese momento ni siquiera sabía cuáles eran mis
sueños. Después de eso, en sexto, nuestro maestro de lengua se dedicó a
mandarnos escribir historias cortas todos los fines de semana. Yo llegaba a
casa todos los viernes y me ponía a escribir sin importar cual fuese el tema.
Aún guardo esas historias en una carpeta roja en la estantería de mi
habitación. Me encantaba ponerme a escribirlas, y me gustaba aún más
compartirlas con el resto. Ese maestro me dijo otra frase que, aunque no
recuerde exactamente, en esencia era “cuando escribas un libro, quiero que me
mandes uno firmado”. Y esa pudo ser la primera vez que a mi cabeza no le
pareció tan mala idea eso de ser escritora.
Cuando
llegué a primero de E.S.O, conocí a la profesora que más me ha marcado en toda
mi vida, Feliciana González Chico (Feli, como la llama todo el mundo). Todos
mis profesores de lengua han influido en mí, pero Feli me dijo dos cosas que
suelo recordar a diario, “nunca dejes de tener esa curiosidad” y “nunca dejes
de escribir”. Yo he intentado no decepcionarla, y creo que, por el momento, no
lo estoy haciendo del todo mal.
En
el instituto también he escrito mucho, en parte por esos certámenes de relatos
de la biblioteca a los que me he presentado todos los años, siempre con la
misma ilusión (o más, si cabe) que el anterior. Siempre me ha hecho gracia como
las profesoras me veían por los pasillos y me decían “ya han salido las bases,
preséntate” y como, hasta día de hoy, lo siguen haciendo, y me parece un
detalle muy simple, pero de los más bonitos.
No
he ganado siempre, porque siempre no se puede ganar, pero debo decir que,
cuando ganaba, sentía una especie de pinchazo de adrenalina que me hacía tener
más ganas de escribir, de llegar a casa, abrir el portátil y escribir algo, lo
que fuese. Tal vez la victoria que más me marcó fue la primera, que ni siquiera
fue una victoria como tal. Fue una mención honorífica que me hizo darme cuenta
de que, fuera de las cuatro paredes de mi clase había gente a la que no le
parecía tan mal lo que escribía. El Club sin Nombre se llamaba. Una
historia sobre una niña que sentía que no encajaba y creaba un club para hacer
amigos, escrito por una niña que sentía que no encajaba y que estaba empezando
a ver como se transformaba irremediablemente su grupo de amigos.
Bueno,
todo esto sirve para explicar por qué lengua es, probablemente mi asignatura
favorita. Porque, más allá de la teoría y las oraciones subordinadas con
trampa, es la asignatura que me ha enseñado a conocer las formas que hay de
contar historias y de expresar como te sientes. Muchas veces, cuando me
frustro, escribo poemas o párrafos cortos para desahogarme. Tengo libretas,
notas del teléfono, documentos, hojas sueltas... todas llenas de ideas para
historias, de frases que dirían mis personajes, de personajes, de tramas, de
días malos convertidos en versos y de días memorables transformados en relatos.
Creo
que esa es una de las razones por las que me gusta tanto El Cuarto de Atrás,
porque, de alguna forma que no sé muy bien explicar, veo en Carmen Martin Gaite
algo de María Reyes (¿es demasiado narcisista considerarte parecida a una
escritora de tal calibre?). Veo en su desorden algo de mi desorden, en sus idas
y venidas de olla veo las mías... Y en su forma de aislarse viajando a la isla
de Bergai, veo un poco a la joven que se pasa los días y las noches con los
auriculares inventando historias al ritmo de música de lo más variopinta.
Sabía
que iba a enrollarme con Lengua, pero hay que seguir con el resto.
Hay
algo a lo que podríamos llamar excepción, que es mi miedo a separarme de mis
amigos (procedo a elaborar). Sé que es algo que no puedo controlar y, aun así,
es algo que me causa angustia, por eso es una excepción. No temo precisamente
el no hacerlos (a estas alturas de la película creo que ese puede que sea el
menor de mis miedos), más bien me preocupa lo que le va a suceder a mi grupo de
amigos actual, ese que nació en primero de E.S.O y que ha ido mutando y
evolucionando a lo largo de estos seis años (y aquí es cuando vamos a empezar a
hablar de los personajes de mi vida).
Hay
una broma conjunta en mi grupo que se basa en referirnos a nuestra vida como si
de una serie se tratase. Con sus temporadas, sus arcos y sus personajes (los
protagonistas y los recurrentes). Por si alguien tiene curiosidad, ahora mismo
estamos en la segunda temporada de la serie de bachillerato, que termina con el
especial de la graduación y al que le seguirán los spin-offs en la universidad
en los que, a veces, se reunirán algunos miembros del elenco principal. Durante
esta “Serie de Nuestra Vida”, algunos personajes se han mantenido siempre entre
los protas, personajes que ganaban o perdían importancia y, a veces, personajes
nuevos tan adorados por la audiencia que renovaban para una temporada más.
Traducido,
en mi grupo de amigos siempre hemos estado fijos unos pocos, en especial
cuatro, que llevamos desde primero siendo amigos de forma ininterrumpida. Esos
cuatro (al menos en la serie de mi vida) hemos sido Samuel, Manuel, Mila y yo.
En posteriores temporadas han aparecido personas que, a pesar de algunas
dificultades finalmente forman parte del elenco, como Andrea, Charo o Carlota,
y otras que decidieron dejar la serie y en las que no puedo evitar pensar por
todo lo que vivimos antes de nuestro final.
Con
esta maravillosa analogía, puedo explicar mi punto. Tengo miedo de que, al
igual que a lo largo de los años mi grupo de amigos ha cambiado y evolucionado,
muchas de las personas que conozco y quiero ahora, dejen de ser parte de mi
vida una vez empiece el spin-off de la universidad. Es algo normal, y natural,
y todo lo que tú quieras, pero no puedo evitar notar una espinita en el pecho
cuando pienso en lo que me depara el futuro en cuanto a mis amistades. Sé de
sobra que hay personas con las que no voy a volver a hablar en la vida y otras
que, sin importar lo lejos que estén, van a seguir siendo personajes clave
dentro de mi serie. También sé que, dependiendo el camino que decida recorrer
cuando esté rellenando la matrícula en junio, tal vez entable una mayor amistad
con personas a las que ya considero amigas (sin ir más lejos, Gisela y Elena).
Pero
eso, como ya he dicho, son cosas que no puedo controlar. Ya comprobé en cuarto
de E.S.O que, cuando todos los integrantes del barco no están dispuestos a
remar, es muy probable que el barco se hunda, y lo mejor que puedes hacer es
montarte en un bote salvavidas con una persona que sabes que va a remar contigo
en busca de tierra firme. No fue precisamente agradable, pero al menos, la
persona que remó conmigo en busca de tierra es una de esas personas con las
que, a pesar de la distancia, espero no perder el contacto.
No
me queda mucho más que decir. Tampoco sé que más decir. Es una cosa que suele
pasarme muy a menudo. Me propongo escribir algo porque el principio aparece
claro como el día en mi cabeza, pero a medida que avanzo no sé cómo continuar.
Me quedo estancada en una coma, en un punto o en un párrafo. Me frustro,
abandono, se me ocurre otra historia y repito el proceso. Bueno, a veces no. A
veces ni siquiera escribo porque tengo el principio clarísimo, pero no sé cómo
o por dónde empezar a escribir. Y antes de que algún iluminado diga “pues por
el principio”, no. Lo de respetar la estructura lineal y cronológica en una
historia está pasado de moda. Ahora se lleva empezar por el final, o por el
medio, por todas partes menos por el principio. Javier Castillo es un ejemplo
maravilloso de novelas desordenadas, pero con sentido.
Yo
quiero intentar escribir una de esas, incluso estoy haciendo una línea de
tiempo en Canva para poder desordenar los capítulos luego (si es que llego a
escribirlos). Lo de hacer líneas del tiempo es algo a lo que nunca le he
prestado mucha atención, para ser sinceros, pero lo he visto necesario en esta
ocasión.
Dicen
que hay dos tipos de escritores, los mapa y los brújula; los escritores mapa
son los que lo planean todo con antelación y siguen el plan al pie de la letra,
los escritores brújula son esos que escriben sin saber muy bien a donde les va
a llevar el viento. Siempre me he considerado más del segundo tipo, aunque
últimamente planee más de lo que escribo (lo que de alguna forma me frustra).
Y
al final hemos vuelto al tema de las cosas que me frustran y me producen
angustia: no leer todo lo que me gustaría me produce angustia, el mosquito de
mi habitación me produce angustia, no ser capaz de elegir una carrera me
produce angustia, que la gente tenga expectativas estratosféricas sobre mí me
produce angustia, no saber cómo terminar esto me produce angustia...
Tal
vez debería aprovechar que he mencionado el tema para terminar ya, ¿no? Al
final he reflexionado sobre mi paso por el instituto, y sobre otras cosas que
no tienen nada que ver. Bueno, no ha estado mal.
Ojalá
esto no sea lo último que leas con mi nombre. Ojalá un día puedas leer mis
desvaríos y mis historias sin terminar maquetadas, impresas, con una portada y
una contraportada. Y con una dedicatoria en la que aún no sé muy bien lo que
pondría, porque se lo dedicaría a muchas personas, porque soy lo que soy
gracias a muchas personas.
Tal
vez nunca tendré que escribir una dedicatoria, pero debería ir pensando en una,
por lo que pueda pasar.
María
José Reyes Fernández, 2.º de Bachillerato “B”.